En
2008 presenté mi nombre a consideración de la Corte Suprema de Justicia para
integrar una de las ternas que esa Corporación enviaría al Senado para la
elección de magistrados de la Corte Constitucional. En muchos despachos, de algunos
magistrados cuestionados ética y judicialmente, encontré rechazo a mi actividad
docente; incluso, en la entrevista que tuve con una Honorable Magistrada de la
Sala de Casación Penal, próxima a retirarse del servicio, con gran
displicencia, la señora me dijo: “¿Y en quince años sólo se ha dedicado a
dictar clase?
Les
quiero contar que, desde hace años, la docencia se ha profesionalizado, aunque
aún siguen buscándolo a uno algunos colegas varados que le dicen: “Deme unas
clasesitas para escampar”. Esa profesionalización y tecnificación docente,
incluye además de la preparación de clases, diligenciar guías escritas, manejar
sistemas de aula virtual, evaluar competencias, escribir artículos para
revistas indexadas en el sistema nacional Publindex y en los sistemas
internacionales ISI Web of Science y Scopus, preparar capítulos de libro y
libros, etc., que van más allá de la simple “escampadita” de quienes creen que
dictar clase a los adolescentes de hoy es tan fácil como “soplar y hacer
botellas”, no obstante que eso también tenga su ciencia, como lo vi en la
fábrica de cristal de Murano en Venecia hace muchísimos años.
El
filósofo Leonardo Polo, decía que ser
profesor universitario significa una tarea de autoformación, porque no es lo
mismo estar prestando servicios, estar ejerciendo la profesión y colocarse, que
tratar de alcanzar la cima del saber y por haber escogido el saber sobre el
dinero: ser universitario casi es hacer un voto de pobreza.
El
inspirador de la Universidad de La Sabana, San Josemaría Escrivá de Balaguer,
decía que servir es amar y amar tiene como imperativo educar, porque educar es
compartir en lo más profundo, es la mejor manera de servir, con nuestra palabra
y nuestro ejemplo, siendo, como el Señor, Maestros primero con nuestros hechos
y después con nuestra doctrina, con una pedagogía directa y luminosa.
“Es
preciso educar –advertía San Josemaría- dedicar a cada alma el tiempo que
necesite, con la paciencia de un monje del Medioevo para miniar –hoja a hoja-
un códice: hacer a la gente mayor de edad, formar la conciencia, que cada uno
sienta, su libertad personal y su consiguiente responsabilidad”.
Nuestra
profesión es sacrificada, acrisolada, posee la pureza de la sinceridad,
requiere trabajar codo a codo con los demás, formar equipo, convivir, pero
tengamos siempre presente, excedernos en la excelencia y que, como San
Josemaría dijo a los presentes en una tertulia, mostrando al Beato Álvaro del
Portillo, podamos decir: “¡Mira qué biblioteca! ¡Éstas son mis obras!: Formar
personas”.
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