Hace
casi dos siglos, el Libertador Simón Bolívar con una visión infinita del futuro
contempló la situación del medio ambiente de los países por él libertados, y
pensando siempre en la imperiosa necesidad de proteger y conservar los recursos
esenciales para la vida humana, consagró en forma positiva las medidas
tendientes a la preservación y defensa de los recursos naturales, a fin de
crear una conciencia colectiva, para que todos los habitantes de las Repúblicas
nacientes se preocuparan por respetar y cuidar la naturaleza, y además
aprendieran a quererla.
Luchaba
Bolívar desde entonces para que el hombre se reconciliara con la naturaleza,
demostrando ampliamente con su acción, cuan inmensa debería ser la
responsabilidad de los gobiernos, de los dirigentes y de cada ciudadano, para
prevenir y evitar el deterioro del medio natural, que sin duda es la fuente
primordial del bien común.
Tuvo
por consiguiente, Bolívar, desde un primer momento una conciencia diáfana sobre
la importancia de la naturaleza, convirtiéndose en defensor implacable de los
recursos naturales que él consideraba vitales para la supervivencia del hombre.
Luchó porque éstos se utilizaran en forma racional y óptima, para evitar el
deterioro del medio ambiente y la consecuente escasez de elementos esenciales
para un desarrollo equilibrado de los seres humanos.
El
aprecio que Bolívar tuvo por el agua, elemento por él considerado como una de
las bases fundamentales de la vida, lo llevó a expedir normas para que se
aprovechase racionalmente el agua existente mediante represas, acequias,
acueductos, fuentes y manantiales a través de una meditada política de
reforestación. Recordemos simplemente para apoyar esta interpelación, el
artículo segundo de su Decreto de 19 de diciembre de 1825, expedido en
Chuquisaca, que decía así:
“Que
en todos los puntos en que el terreno prometa hacer prosperar una especie de
planta mayor cualquiera, se emprenda una plantación reglada (es decir
sistemática) a costa del Estado, hasta el número de un millón de árboles,
prefiriendo los lugares donde haya más necesidad de ellos”.
Agregando,
Que la esterilidad del suelo se opone al aumento de la población y priva entre
tanto a la generación presente de muchas comodidades”.
También
como lo advertía Bolívar en aquella época “Que por todas partes hay gran
exceso en la extracción de maderas, tintes, quinas y demás sustancias,
especialmente en los bosques pertenecientes al Estado, causándole graves
perjuicios”, nos induce a reflexionar sobre la realidad colombiana, ya que
en forma dramática nos estamos quedando sin agua pura, sin flora y sin fauna y
con el agravante de que el Estado, pero en especial los particulares, a pesar
de la legislación ambiental tan completa y avanzada, siguen transgrediendo el
medio ambiente, violando el principio de solidaridad social y haciendo lo posible
para no evitar que en un futuro próximo nos veamos abocados a una catástrofe
ambiental sin precedentes.
Las normas conservacionistas dictadas por Bolívar estaban impregnadas de
un criterio eminentemente prospectivo y ciertamente se adelantaban a su tiempo
para señalar caminos a las generaciones futuras.
Hago
referencia a ellas, porque fueron regulaciones orientadas a asegurar la
perdurabilidad de los recursos naturales para así proporcionar una verdadera
calidad de vida, buscando un equilibrio de las necesidades entre los hombres y
una armonía entre la naturaleza y el hombre, planteando desde entonces un
crecimiento sin destrucción, un desarrollo sin aniquilar el medio, manteniendo
un ambiente sano que permita alcanzar el
pleno desarrollo y enriquecimiento de las potencialidades vitales del hombre.
Ciertamente,
los decretos dictados por el Libertador en relación con la defensa de los
Recursos Naturales, se constituyen en el primer antecedente jurídico ambiental
de nuestro medio, que sin lugar a dudas influyó en el desarrollo de la actual
legislación ambiental colombiana.
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