Nació el pontificado franciscano, de lo
ocurrido en la madrugada del 11 de febrero de 2013, a las 06:00 a.m., hora
colombiana, cuando comenzó a circular en los medios de comunicación una noticia
acerca de la renuncia del Santo Padre Benedicto XVI, que fue pronunciada en el
consistorio de esa fecha, (era uno más de las reuniones con cardenales,
o “consistorios blancos”, así denominados para diferenciarlos de los que el
Papa convoca para el nombramiento de nuevos cardenales, conocidos como
“consistorios rojos”), en
el cual, los colombianos esperábamos la fijación del día en el cual la Beata
María Guadalupe García Zabala, los
Beatos mártires de Otranto y la Beata Madre Laura Montoya serían canonizados,
la última como primera santa colombiana el 12 de mayo de 2013 en Roma.
Primero la noticia se
conoció gracias a que Giovanna Chirri, la corresponsal en el Vaticano de la Agenzia Nazionale Stampa Associata –
ANSA, quien conociendo el latín, tradujo inmediatamente la información y la dio
a conocer al mundo, mientras sus colegas periodistas se preguntaban qué había
dicho el Papa.
Pero, es que como lo
expresaba la recientemente fallecida periodista española: “Hay momentos en los
que hace falta más coraje para abandonar que para perseverar” y eso ocurrió con
el actual papa emérito. Por eso, Benedicto
XVI, acompañado por el nuevo prefecto de la Casa Pontificia, Georg Gänswein, así como por el
limosnero de Su Santidad, Guido Pozzo,
y el regente, Leonardo Sapienza,
llegó puntual y presidió sin dejar traslucir emoción alguna el ritual, en el
curso del cual el prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, el
cardenal Angelo Amato, le
comunicaba los nombres de los beatos que serán canonizados dentro de tres
meses: Antonio Primaldo y sus
compañeros, los “mártires de Otranto” de 1480; la colombiana Laura Montoya, madre espiritual de los
indígenas; y la mexicana María
Guadalupe García Zavala, cofundadora de las Siervas de Santa Margarita
María.
En ceremonias como éstas, además del Santo
Padre, concurren los cardenales prefectos de la curia, los presidentes de los
pontificios consejos y de los tribunales de la Santa Sede, así como los
miembros eclesiásticos de la familia pontificia.
La madre Laura de Santa
Catalina de Siena Montoya Upegui, nació en Jericó el 26 de mayo de 1874 y
falleció el 21 de octubre de 1949 en Medellín, Colombia. Fueron declaradas sus
virtudes heroicas el 22 de enero de 1991 por Juan Pablo II y beatificada por
éste el 25 de abril de 2004. Fundó la comunidad de Misioneras de María
Inmaculada y Santa Catalina de Siena. Su santuario se ubica en la carrera 92 #
34D-21 de Medellín. Fue canonizada en Roma el domingo 12 de mayo de 2013 por el
Papa Francisco.
El Santo Padre Francisco,
expresó en la homilía que la Madre Laura Montoya, “fue instrumento de
evangelización primero como maestra y después como madre espiritual de los
indígenas, a los que infundió esperanza, acogiéndolos con ese amor aprendido de
Dios, y llevándolos a Él con una eficaz pedagogía que respetaba su cultura y no
se contraponía a ella... Esta primera santa nacida en la hermosa tierra
colombiana nos enseña a ser generosos con Dios, a no vivir la fe solitariamente
- como si fuera posible vivir la fe aisladamente -, sino a comunicarla, a
irradiar la alegría del Evangelio con la palabra y el testimonio de vida allá
donde nos encontremos... Nos enseña a ver el rostro de Jesús reflejado en el
otro, a vencer la indiferencia y el individualismo, que corroe las comunidades
cristianas y corroe nuestro propio corazón, y nos enseña acoger a todos sin
prejuicios, sin discriminación, sin reticencia, con auténtico amor, dándoles lo
mejor de nosotros mismos y, sobre todo, compartiendo con ellos lo más valioso
que tenemos, que no son nuestras obras o nuestras organizaciones, no. Lo más
valioso que tenemos es Cristo y su Evangelio”.
Laura Montoya fue la última santa de
Benedicto XVI, pero la primera santa colombiana de Francisco, quien para su
vigésimo viaje internacional, ha declarado el martirio del sacerdote Pedro
María Ramírez y del obispo Jesús Emilio Jaramillo Monsalve, de los Misioneros
de Yarumal y, las virtudes heroicas del Siervo de Dios Ismael Perdomo,
Arzobispo de Bogotá.
Pero, el odio a la fe y a las
propias convicciones nos hace recordar además, que desde 1936 hasta 1939, los comunistas españoles
asesinaron a 4100 sacerdotes seculares; 2300 religiosos; 283 religiosas y
decenas de miles de laicos.
Unas
de las víctimas de esta persecución fueron siete jóvenes colombianos, hermanos
de la Comunidad de San Juan de Dios, que estaban estudiando y trabajando en
España a favor de los que padecían enfermedades mentales y se encontraban en
condición de abandono. Sus nombres eran: Juan Bautista Velásquez, Esteban Maya,
Melquiades Ramírez de Sonsón, Eugenio Ramírez, Rubén de Jesús López, Arturo
Ayala y Gaspar Páez Perdomo de Tello.
Eso
llevó a Francisco, el 11 de julio de 2017, a expedir la Carta apostólica Maiorem hac Dilectionem, sobre la
ofrenda de la vida de los hijos de Dios, no sólo por la fe, sino por amistad y
misericordia, así como lo hizo durante la Segunda Guerra Mundial San
Maximiliano Kolbe, quien se canjeó por un prisionero de guerra a quien no
conocía, para ir a morir en un campo de concentración.
En
ese documento pontificio, el papa Francisco señala igualmente que “Son dignos de consideración y honor
especial aquellos cristianos que, siguiendo más de cerca los pasos y las
enseñanzas del Señor Jesús, han ofrecido voluntaria y libremente su vida por
los demás y perseverado hasta la muerte en este propósito”. Es lo que conocemos
hoy en día como los mártires modernos, aquellos misioneros, religiosos y
religiosas, sacerdotes y laicos, e incluso, hasta no católicos, que ofrendan
libre y voluntariamente su vida en peligro inminente de muerte, en un hecho de
heroico desprendimiento, siempre y cuando se haya vivido una vida digna y
cristiana; exista la fama de santidad y de los signos, al menos después de la
muerte y se pruebe un milagro.
Sin llegar al último requisito, el <<santoral de
Francisco>> puede crecer más rápido de lo que pensamos.
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