Cuando estamos bien y
nos sentimos a gusto, nos olvidamos de los demás, entonces nuestro corazón cae
en la indiferencia. En esta cultura del encuentro, que en un ambiente difícil
de integración y participación podría ser del desencuentro, del anti valor, de
la descontextualización de la verdadera misión de participación ciudadana en la
acción política.
Las actitudes egoístas han alcanzado una connotación mundial, lo que Francisco,
en su mensaje de cuaresma de 2015 quiso denominar la <<globalización de
la indiferencia>>.
En nuestro marco de
valores, Tomás Moro, patrono de los políticos y gobernantes, nos recuerda que
el valor de la cosa pública debe ejercerse en un clima de verdadera libertad.
Como dice la Gaudium et Spes, debemos
animar
cristianamente el orden temporal, respetando su naturaleza y legítima
autonomía, pero sin abdicar en la búsqueda del bien común. Ese es nuestro
compromiso dentro de la multiforme y variada acción económica, social,
legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e
institucionalmente el bien
común, como lo señalaba San Juan Pablo II en la Exhortación Apostólica Christifideles laici, n. 42.
En 1997 redacté el
decreto 2457, dentro del cual se define el certificado electoral y se
reglamentó por vez primera la ley de beneficios electorales. Esos beneficios,
en realidad pocos, salvo el que le permite al sufragante gozar dentro del mes
siguiente a las elecciones de medio día remunerado por haber votado (beneficio
del que desafortunadamente no pueden gozar el 9,1% de los colombianos según el
índice de desempleo del DANE para septiembre), no pueden aumentarse, ni hacer
que el voto sea obligatorio, pero sí, volverse un compromiso ciudadano en la
medida en que desde nuestras casas formemos a nuestros hijos en el derecho a
exigir y la obligación de cumplir, un balance de pesos y contrapesos, que sólo
logrará el equilibrio si en lugar de culpar al gobierno que legítima y
democráticamente, con posos o muchos votos es elegido, nos culpamos nosotros
por no haber participado para escoger a los más idóneos, por no haber trabajado
para superar los problemas de nuestro entorno, de nuestra ciudad, de nuestro
municipio, de nuestro departamento, de nuestro país,… del mundo!!. Ahí está
presente esa globalización, incluso <glocalización> de la indiferencia,
pues expresiones como “Para qué votamos si en últimas todos roban”, no pueden
hacer parte de nuestro discurso.
La sociedad civil se encuentra hoy dentro de un complejo proceso
cultural que marca el fin de una época y la incertidumbre por la nueva que
emerge al horizonte, dice desde 2002 la nota doctrinal de Benedicto XVI sobre algunas cuestiones relativas
al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política; que
santo Tomás Moro nos ampare.
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