El 12 de
noviembre, el Editorial de este diario se refirió a la “sastrería
constitucional”, un buen término para hablar de ese salón de modista de barrio
en el que se ha convertido el Congreso de la República en sus comisiones
primeras, llenas de practicantes en patronaje, zurcido y postura de botones.
Ese mismo día, el presidente Santos pidió en la Universidad Libre, que lo más
rápido posible el Congreso aprobara el plebiscito para que pueda ser revisado
por la Corte Constitucional antes de mayo, es decir, está como la señora que
con las vastas quiere ponerse el vestido y estrenarlo.
La Constitución es una norma
marco para la Convivencia de todos los colombianos, no el mecanismo de
expresión de todas las aspiraciones que hay en la sociedad, de tal forma que
los proyectos de reforma deben ser expresión de aspiraciones de un amplio
espectro social, no de intereses puntuales. La Constitución es una norma con
pretensión de estabilidad y el constante “manoseo” que ha tenido con casi
cuarenta reformas en 25 años, la crítica permanente a los representantes del
Congreso mediante la presentación de proyectos de reformas, y ahora la
iniciativa insurgente, lo que puede es crear en la opinión pública una
sensación de inoperancia o de incorrección del texto Constitucional.
La
iniciativa para reformar la Constitución tiene al Gobierno, como uno de los
principales impulsores de la actividad estatal de esta potestad, en el
entendido de que como representante de la mayoría del pueblo colombiano tiene
la autoridad para proponer un cambio significativo de la forma de ser del
Estado, pero, qué yo sepa, el principal negociador no ha expresado tal
propuesta en nombre de las autoridades constituidas.
Ahora, el
decreto 2176, reglamenta el funcionamiento del
Consejo Interinstitucional del Posconflicto creado por el artículo 127 de la
Ley 1753 de 2015 (Plan Nacional de Desarrollo), que creó el Consejo
Interinstitucional del Posconflicto con el objeto facilitar la coordinación
interinstitucional, la coordinación entre el nivel nacional y territorial y
facilitar la toma de decisiones que se requieran para articular y supervisar la
preparación del alistamiento e implementación de los acuerdos que se deriven de
las conversaciones entre el Gobierno Nacional y las organizaciones armadas
ilegales, así como para articular los programas que contribuyan de manera
fundamental al posconfiicto y a la construcción paz.
Como
decía Emmanuel-Joseph Sieyés, en el <Ensayo sobre los Privilegios>: “guardémonos de dejarnos seducir por esas
apariencias gesticulantes y engañadoras”, pues, precisamente, en la
apariencia de un buen resultado, los diálogos de Cuba se han vuelto –desde el
comienzo-, un escenario de alto costo para Colombia.
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