La verdad sobre "El Bogotazo" y el asesinato de Gaitán.
Por: Hernán Alejandro Olano García
In memoriam, Mariano Ospina Hernández (1927 – 2018).[1]
Resumen: Dentro
de su línea de investigación en Historia de las Instituciones, el autor
procede a presentar uno de los períodos más criticados de la historia
contemporánea de Colombia, llegando a develar grandes secretos en los cuales el
país ha querido vivir, sin imaginarse que tales incógnitas poseen unos
responsables internacionales.
Palabras clave: La Violencia, violencia política, bipartidismo, Colombia, Bogotazo.
****.
En las elecciones para el período presidencial
1946-1950, los liberales se dividieron en dos candidaturas, la de Gabriel
Turbay, quien bajo el lema “Revitalización Liberal” recibió 441199 votos y la
de Jorge Eliécer Gaitán Ayala, el cual recibió 356995 sufragios; los
conservadores lanzaron para la candidatura de Unión Nacional en una rápida campaña
de dos meses, a Mariano Ospina Pérez como candidato, resultando ganador en las
elecciones del 5 de mayo con 565939 votos.
El doctor Gabriel Turbay, al igual que muchos
jóvenes liberales, en la década de los veinte del siglo anterior, había
pertenecido al Partido Socialista revolucionario - PSR. Él era un hombre
brillante, “preparado, impopular, de origen sirio-libanés, que no podía
asomarse a un balcón sin que la multitud, partidaria de Gaitán, lo recibiera a
los gritos de <Turco no, turco jamás>, y empezara a tirarle piedra”[2] en las
marchas tumulturarias. Según Gabo, Gabriel Turbay “era un médico culto y
elegante, de finos lentes de oro que le infundían un cierto aire de artista de
cine. En un reciente congreso del Partido Comunista había pronunciado un
discurso imprevisto que sorprendió a muchos e inquietó a algunos de sus
copartidarios burgueses, pero él no creía contrariar de palabra ni de obra su
formación liberal ni su vocación de aristócrata. Su familiaridad con la
diplomacia rusa le venía desde 1936, cuando estableció en Roma las relaciones
con la Unión Soviética, en su condición de embajador de Colombia”. [3] Y en
relación con el resultado de las elecciones de 1946, señaló el Nobel de
Literatura colombiano: “El doctor Gabriel Turbay, más abrumado por su genio
depresivo que por los votos adversos, se fue a Europa sin rumbo ni sentido, con
el pretexto de una alta especialización en cardiología, y murió sólo y vencido
por el asma de la derrota al cabo de año y medio entre las flores de papel y
los gobelinos marchitos del hotel Place Athénée de París”[4];
precisamente, luego de las elecciones, Turbay abandonó sus huestes y “se va con
su adolorido espíritu” [5],
sin que se presagiara el fatal desenlace.
Entre tanto, fiel a su programa de unión
nacional, Ospina Pérez, más empresario y caficultor que político, para las
elecciones de 1928 su nombre floreció como candidato presidencial, pues ya
había sido ministro. Cuando fue elegido Presidente de la República, hizo frente
con aplomo e inteligencia a las dificultades de orden económico y social que
eran consecuencia del fin de la Segunda Guerra Mundial, con la colaboración de
todas las ramas del gobierno y el respeto de todos sus connacionales.
El patriarca antioqueño, nació en Medellín en
1891; bachiller en 1907 del Colegio San Ignacio con las más altas calificaciones
y, se graduó como ingeniero en la afamada Escuela de Minas de su ciudad, con la
tesis de grado “Los aluviones del río Porce y su explotación”. Se especializó
en los Estados Unidos de Norteamérica, asistiendo a la universidad de
Louisiana, donde obtuvo en 1913 el Master of Science; luego pasó a la
Universidad de Wisconsin donde realizó cursos especiales en ingeniería civil y
gerencia económica y, posteriormente viajó al Instituto Montefiori, adscrito a
la Universidad de Lieja en Bélgica, en la cual tomó los cursos de manejo de
ferrocarriles, técnicas de excavación minera y economía y sociología
industrial. En 1950 la Pontificia Universidad Javeriana le concedería el título
de Doctor Honoris Causa en Ciencias Económicas y Jurídicas.
Fue novio de su prima Helena Ospina, pero, luego de terminar
caballerosamente esa relación y, teniendo ya treinta y cinco años, contrajo
matrimonio el 18 de julio de 1926 con la joven Bertha Hernández Fernández,
quien luego promovió
como primera dama de la nación la huerta casera, para que cada familia tuviera
en su casa lo mínimo en la mesa. El padre de doña Bertha, era el industrial Antonio María Hernández, fundador de la Compañía Antioqueña de Tejidos, del Banco Comercial Antioqueño, de la Compañía Colombiana de Tabaco y del Ferrocarril
de Amagá. Por su parte, Mercedes Fernández Echevarría era la madre de doña
Bertha. Fueron los hijos del matrimonio Ospina Hernández: Mariano,
Rodrigo, Fernando; Gonzalo y María Clara.
Fue doña Bertha la presidenta de
la Organización Femenina
Nacional, institución fundada con
el propósito de reunir a las mujeres colombianas para luchar por el
reconocimiento de sus derechos civiles y políticos y del derecho al sufragio,
que se depositaría por primera vez el 1 de diciembre de 1957. También luchó por la igualdad salarial de las mujeres y
a ocupar altos cargos directivos del Estado, y contra la discriminación con los
despidos por matrimonio o embarazo.
Primera
figura femenina de la política del país,
llegaría al Congreso de la República como Senadora de la República,
ocupando por más de veinte años una curul. También escribió su columna “El Tábano”, publicada en “El
Siglo” y luego en “La República” y los libros “El Tábano y la enjalma”, “La
mesa campesina” y “Mis jardines de orquídeas de La Clarita”, pues fue una de
las orquideólogas más importantes del país.
Volviendo a Ospina Pérez, éste fue Concejal de Medellín, Diputado a la Asamblea de
Antioquia por el circuito electoral de Fredonia, promoviendo desde ese cargo la
creación de la Secretaría de Agricultura y Fomento de Antioquia.
Más tarde fue Representante a la Cámara, Senador
de la República, catedrático y posteriormente Rector de la Escuela de Minas;
profesor de las universidades del Rosario, Nacional y Javeriana en Bogotá. Fue Superintendente
del Ferrocarril de Antioquia; Presidente de la Sociedad Colombiana de
Ingenieros y, Presidente de la Federación Nacional de Cafeteros, que había sido
fundada por sus tíos Pedro Nel y Rafael y, dirigida por su padre, don Tulio
Ospina Vásquez, “abanderado nacional de la mineralogía, por las revelaciones
que hizo en 1911 acerca de la estructura de la Cordillera Central de los Andes”[6],
habiendo participado en el Congreso Cafetero de 1920 promovido por la Sociedad
de Agricultores de Colombia – SAC.
En su actividad particular, como empresario,
vendió tractores y enseñaba a manejarlos; también organizó la Compañía de
Cigarrillos “La Habanera” y creó la firma de construcciones y urbanismo Ospinas
y Compañía.
Como católico convencido y practicante, se unió
con varios pensadores antioqueños, entre ellos Francisco de Paula Pérez,
Alfredo Koch Arango, Esteban Jaramillo, Jesús María Marulanda y Carlos Gómez Martínez,
quiso fundar un gran centro universitario católico en Medellín, que es hoy la
Universidad Pontificia Bolivariana de esa ciudad.
El 7 de agosto de 1926 por designación del
presidente Miguel Abadía Méndez, llegaría el doctor Ospina a ocupar el cargo de
Ministro de Obras Públicas, siendo el más joven del gabinete, ya que los demás
ministros “pertenecían a las viejas perchas centenaristas, eminencias grises de
la hegemonía”.[7]
Misael Pastrana Borrero[8]
describió así a Ospina Pérez:
“Fue el
presidente Ospina Pérez bolivariano y cristiano, y convirtió esos postulados en
el eje de su proceder y en la razón de su gobierno. La conciencia de que sólo
dentro del orden puede diseñarse un Estado organizado, y el horror al “infierno
de la anarquía”. Cuando paseamos la mirada por el mapa de nuestra América, y la
divisamos sumida en la confusión, sujeta al vaivén del péndulo de las
dictaduras opresivas y al vendaval de los extremismos de izquierda,
comprendemos lo que para Colombia significó haber estado guiada por la mente
firme y el carácter tranquilo de Ospina Pérez, en especial en las horas en que
con doña Bertha a su lado, resistió los embates del primer asalto organizado de
la internacional soviética contra una democracia de nuestro hemisferio”.
Y, el doctor Rodrigo Llorente Martínez, hablando
de la personalidad multifacética de Ospina Pérez, agregaba: “Era un hombre
cordial, de cálida amistad y afecto hacia quienes a él se acercaban; pero en
sus decisiones de hombre de Estado pocas veces ha habido en nuestra historia un
gobernante que procediera con mayor serenidad, rayana en la frialdad, cuando
estaban de por medio los grandes intereses nacionales”.[9]
Entre tanto, junto con su esposa Bertha, la
pareja presidencial, fue descrita así: “Él lucía tranquilo, despreocupado,
optimista. Ella, alegre, dicharachera, antioqueña de pura cepa, amante de sus
orquídeas. Ambos, amables y sencillos. Lo hacían sentir a uno como amigo de
toda la vida”.[10]
Tomó posesión de su destino Ospina Pérez en la
tarde del 7 de agosto de 1946, arribando con su comitiva al recinto del
Capitolio Nacional y allí, “las cámaras reunidas en el Elíptico escucharon al
Presidente Ospina, el pausado pero firme juramento y las palabras al tomar
posesión del mando. No sin antes haber padecido con imperturbable paciencia el
discurso de dos horas y media, todo un libro, del Presidente del Senado, José
Jaramillo Giraldo, en el cual hizo un minucioso recuento de las obras cumplidas
por las administraciones liberales en los dieciséis años de gobierno”.[11] Como
dato curioso, el Cardenal Clemente Micara[12],
enviado de la Santa Sede, quien por protocolo decidió permanecer en el salón,
sufrió de una terrible epoxia, pues no pudo ir al baño durante la ceremonia.
El primer gabinete de Ospina Pérez, integrado
por hombres mayores de cuarenta años y por lo menos quince de ejercicio
profesional y político, respaldó con su firma el 13 de agosto una misiva que
remitió el Jefe de Estado a todos los gobernadores y alcaldes, con el propósito
de aplicar la meritocracia –que sin duda era orientada a los mejores del
conservatismo-, no obstante las aclaraciones hechas en la misiva, que en sus
apartes decía:
“La carrera administrativa será respetada, en la
forma prevista por las leyes. No sin advertir a quienes en ella hayan ingresado,
que esa conquista del derecho administrativo colombiano en manera alguna pueda
significar la culminación de sus actividades, hasta llegar a una canonjía,
porque ello desvirtúa esencialmente los preceptos que la informan y equivale a
consolidar la rutina y a estabilizar la inacción. Quienes pertenecen a esa
categoría de servidores se hallan más obligados a dar el rendimiento completo
de sus energías y capacidades. Hacemos un llamamiento a la cordura de los
colombianos para que depongan todo sentimiento de discordia y que contribuyan a
mantener el clima de unión nacional que nos permita sortear las graves
dificultades de los días que corren, no sólo evitando peligros que son comunes
a los diversos pueblos de la tierra, sino de manera que nos permitan resolver,
unidos, problemas que pesan en el presente y que inquietan nuestro porvenir”.[13]
Dentro del grupo de colaboradores más estrechos
del Presidente Ospina, estuvieron, entre otros, los juristas: Francisco de
Paula Pérez, Arturo Tapias Pilonieta, Guillermo Salamanca; el visionario
Gabriel Betancourt Mejía; el economista Hernán Jaramillo Ocampo; el diplomático
José María Villarreal, el maestro Darío Echandía; el educador Rafael Azula
Barrera, así como un joven que ocuparía la Secretaría Privada de la Presidencia,
Misael Pastrana Borrero.
Durante la administración de Ospina fue
contratada por primera vez la Misión Currie, liderada por Lauchin Currie, un
economista nacido en Nueva Escocia, Canadá, quien organizó el plan de
desarrollo nacional. Currie se anticipó en sus escritos en Harvard al
pensamiento de Keynes.
El 23 de diciembre de 1946, sancionó el Acto
Legislativo # 1, en el cual se determinó que las Asambleas departamentales eran
de elección popular y compuesta por tantos diputados cuantos correspondiesen a
la población del respectivo departamento, a razón de un diputado por cada
40.000 habitantes y uno más por fracción igual o mayor a la mitad de esa cifra.
En 1947, sancionaría el Acto Legislativo # 1 del
25 de noviembre, a través del cual se fijarían las condiciones necesarias para
ser magistrado de la Corte Suprema de Justicia y de los Tribunales superiores.
Dentro de las realizaciones de ésta
administración, se puede contar la creación del Ministerio de Higiene[14]; el
Instituto Nacional de Nutrición y Alimentos (luego IDEMA); el Instituto de los
Seguros Sociales, el impulso del Instituto de Crédito Territorial; la creación
del Ministerio de Agricultura y Ganadería; la capitalización de la Caja
Agraria; la construcción de las represas del Sisga, Saldaña, Coello y del
Neusa; la aprobación del Instituto Nacional de Aprovechamiento de Aguas y
Fomento Eléctrico; la creación del Instituto de Fomento Algodonero, con el
apoyo del líder vallenato Pedro Castro
Monsalvo; la fundación del Instituto de Parcelaciones, Colonización y
Defensa Forestal (luego INCORA); la creación de los planes y filosofía del
ICETEX; la creación del Consejo Nacional de Petróleos; la modernización de la
empresa de Telecomunicaciones - TELECOM; el establecimiento de la Sidedúrgica Acerías
Paz de Río; la fundación de la fábrica de soda y productos derivados de la sal;
se modernizó la Armada Nacional. Creó la policía Rural, la Corte Electoral y la
Registraduría Nacional del Estado Civil, e igualmente reorganizó la Dirección
General Aeronáutica.
Ospina Pérez, “la estatua viviente”, promulgó el
Código Sustantivo y Procesal del Trabajo, habiéndose aprobado previamente el
salario mínimo, con la prohibición de rebajarlo; implantó la prima semestral y
propició la expedición del decreto 1832 que ordenó el suministro de overoles y
calzado a los trabajadores dos veces al año. Aunque no alcanzó a crear el SENA,
si creó la obligación a las empresas de asignar sumas con destino a capacitar a
los hijos de los trabajadores en oficios técnicos. Igualmente, con el propósito
de contrarrestar la politización de la Central Obrera CTC, propició la creación
de la UTC – Unión de trabajadores de Colombia, orientada por los principios de
la encíclica Laborem excercens de
León XIII.
Y, es que las movilizaciones populares, así como
las huelgas caracterizaron este cuatrienio: “Desde agosto de 1946 a finales de
1947 hubo cerca de 600 conflictos colectivos, con un número creciente de
despedidos. También se produjeron despidos “políticos” para reemplazar
liberales por conservadores. Las huelgas se sucedían: de los empleados de Obras
Públicas del Huila a los trabajadores municipales de Medellín, Cali y Bogotá y
de estos a los obreros del petróleo. En febrero de 1947 la central sindical CTC
organizó en Bogotá una manifestación contra el gobierno con pancartas que
decían “Francia 1793, Rusia 1917, Bolivia y Venezuela 1946 ¿Colombia hasta
cuándo?”. Así fue como la consigna de huelga general lanzada por la CTC contra
el gobierno se expandió rápidamente; pero este también se preparó para
responder”.[15]
La respuesta, entre otras, se dio con “la creación de grupos especializados
dedicados a la vigilancia de los sindicatos y de las distintas actividades
políticas, grupos que el liberalismo denominaba Popol, o policía política”.[16]
Igualmente, esta administración construyó más de
veinte puentes de gran envergadura y construyó edificios públicos nacionales en
diversas ciudades del país, con el propósito de descentralizar las Obras
Públicas, tal y como se lo propusiera el gobierno desde el comienzo. Así mismo
se adelantaron planes de navegación y obras portuarias y se expidieron
rigurosas medidas antiinflacionarias, así como una política de empréstitos.
Según Torres del Río: “para Ospina Pérez el programa económico gubernamental se
resumía en una frase: convertir al país en una gran empresa de producción. El
problema es que tal lema llevó a una vida cara y a la inflación”.[17]
Aunque durante su gobierno a principios de 1948,
luego de que la oposición reuniera más de doscientas mil personas en una
expresión de protesta sin precedentes hasta el momento: la <Marcha de las
Antorchas y el Silencio>, organizada por facciones sobrevivientes del
unirismo[18]
(Unión Nacional de Izquierda Revolucionaria) del sábado 7 de febrero, cuando el
liberalismo se retiró de los ministerios y de las gobernaciones, volvió al
gobierno después del 9 de abril y hasta mayo de 1949, cuando nuevamente se rompió el esquema de unión nacional. La
consigna de Gaitán “El hambre no es ni liberal ni conservadora”, unió a la base
popular colombiana en torno a su figura.
En esa marcha, entre las banderas rojas del
partido y las negras del duelo liberal, no hubo ni un solo grito, tan sólo los
aplausos a Gaitán cuando pronunció la <<oración por la paz>>, “con
una carga emocional sobrecogedora” [19], como
la calificó García Márquez.
Pidiéndole a Ospina Pérez “hechos de paz y de
civilización”, Gaitán hizo uso de su elocuente oratoria, en rechazo a la
violencia partidista, en cuyos apartes decía:
“Señor Presidente: Vos que sois un hombre de
universidad debéis comprender de lo que es capaz la disciplina de un partido,
que logra contrariar las
leyes de la psicología colectiva para recatar la emoción en un silencio, como
el de esta inmensa muchedumbre. Bien comprendéis que un partido que logra esto,
muy fácilmente podría reaccionar bajo el estímulo de la legítima defensa.
Ninguna colectividad en el
mundo ha dado una demostración superior a la presente. Pero si esta
manifestación sucede, es porque hay algo grave, y no por triviales razones. Hay
un partido de orden capaz de realizar este acto para evitar que la sangre siga derramándose
y para que las leyes se cumplan, porque ellas son la expresión de la conciencia
general. No me he engañado cuando he dicho que creo en la conciencia del
pueblo, porque ese concepto ha sido ratificado ampliamente en esta
demostración, donde los vítores y los aplausos desaparecen para que solo se
escuche el rumor emocionado de los millares de banderas negras, que aquí se han
traído para recordar a nuestros hombres villanamente asesinados.
Señor Presidente:
Serenamente, tranquilamente, con la emoción que atraviesa el espíritu de los
ciudadanos que llenan esta plaza, os pedimos que ejerzáis vuestro mandato, el
mismo que os ha dado el pueblo, para devolver al país la tranquilidad pública.
¡Todo depende ahora de vos! Quienes anegan en sangre el territorio de la
patria, cesarían en su ciega perfidia. Esos espíritus de mala intención
callarían al simple imperio de vuestra voluntad.
Amamos hondamente a esta
nación y no queremos que nuestra barca victoriosa tenga que navegar sobre ríos
de sangre hacia el puerto de su destino inexorable.
Señor Presidente: En esta ocasión no os reclamamos
tesis económicas o políticas. Apenas os pedimos que nuestra patria no transite
por caminos que nos avergüencen ante propios y extraños. ¡Os pedimos hechos de
paz y de civilización!
Nosotros, señor Presidente,
no somos cobardes. Somos descendientes de los bravos que aniquilaron las
tiranías en este suelo sagrado. ¡Somos capaces de sacrificar nuestras vidas
para salvar la paz y la libertad de Colombia!
Impedid, señor, la
violencia. Queremos la defensa de la vida humana, que es lo que puede pedir un
pueblo. En vez de esta fuerza ciega desatada, debemos aprovechar la capacidad
de trabajo del pueblo para beneficio del progreso de Colombia.
Señor Presidente: Nuestra
bandera está enlutada y esta silenciosa muchedumbre y este grito mudo de
nuestros corazones solo os reclama: ¡que nos tratéis a nosotros, a nuestras
madres, a nuestras esposas, a nuestros hijos y a nuestros bienes, como queráis
que os traten a vos, a vuestra madre, a vuestra esposa, a vuestros hijos y a
vuestros bienes!
Os decimos finalmente,
Excelentísimo señor: Bienaventurados los que entienden que las palabras de
concordia y de paz no deben servir para ocultar sentimientos de rencor y
exterminio. ¡Malaventurados los que en el gobierno ocultan tras la bondad de
las palabras la impiedad para los hombres de su pueblo, porque ellos serán
señalados con el dedo de la ignominia en las páginas de la historia! ”.[20]
En marzo 30 de 1948 se instaló en Bogotá la IX
Conferencia Panamericana, que tenía por fin declarar al comunismo, “bajo la
presión de Estados Unidos, como una amenaza para el continente americano”[21] y,
proyectaba crear un sistema de unión entre los países del continente. Así, con
la asistencia de delegados desde Canadá hasta Argentina, coincidieron
diplomáticos y asistentes no oficiales: “desde Marshall y Rómulo Betancourt
hasta Fidel Castro, Joaquín Balaguer y Luis Cardoza y Aragón”.[22] En
ella, para evitar que “los Andes” se convirtieran en lo que sería la “Sierra
Maestra” de Suramérica, se aprobó el pacto anticomunista de América y se firmó
en la casa del doctor Eduardo Zuleta Ángel[23], la
Carta de Bogotá, mediante la cual se sustituyó el nombre de Unión Panamericana
por el de Organización de los Estados Americanos OEA.
Estando reunida la Conferencia, lo que más se
buscaba era fortalecer el panamericanismo y el empeño de unidad que había
propugnado Bolívar desde el Congreso Anfictiónico de Panamá.
“En la noche del 8 al 9 de abril de 1948, a eso
de las 2:05 de la mañana, el Juez Pérez Sotomayor profirió el fallo que
absolvió al Teniente Cortés, por la muerte del periodista Eduardo Galarza. El
abogado doctor Jorge Eliécer Gaitán, había invocado en defensa de su cliente
“el honor militar”. El connotado penalista recibió una gran ovación; algunos de
sus amigos lo invitaron al Cabaret Moroco, lugar de moda, a celebrar el
triunfo, casi todos bebieron whisky, más no el doctor Gaitán, quien era
abstemio. Una hora más tarde se retiró solo, conduciendo su automóvil. Hay
diferentes versiones sobre el lugar hacia el cual se dirigió el doctor Gaitán”.[24]
El viernes 9 de abril de 1948, a la una de la
tarde, cuando salía del edificio <Agustín Nieto>, rumbo al Hotel
Continental a almorzar[25], en
compañía del abogado Plinio Mendoza Neira[26], quien,
al decir de Mariano Ospina Hernández, era un “hombre en extremo parcializado y
violento. Había liberalizado a Boyacá en el gobierno de Olaya Herrera y tratado
de liberalizar al Ejército en el gobierno de López Pumarejo”.[27]
A pasar frente al café “El Gato Negro”, fue
asesinado de tres disparos el jefe liberal Jorge Eliécer Gaitán, dueño de una
“vida apasionada y febril”[28], quien
con su “cara mestiza llena de sudor, el pelo abundante disciplinado con gomina,
el acento áspero, a veces sarcástico, de la clase popular bogotana” [29],
apodado por muchos como <El Negro>, por otros como <el Lobo> y
otros más antipáticos lo denominaban <El Badulaque>[30], lo
cual no era óbice para decir que era también “un civilista que se negó a
tomarse el poder por vías no democráticas, y no tardó en surgir la bala
tiránica que acabó con su vida, produciendo la más grande frustración de la
Colombia republicana”.[31]
Varias personas habían tenido premoniciones
sobre su muerte, incluso, Cecilia de González, secretaria del doctor Gaitán,
cuando éste salía de su oficina a medio día del fatídico 9, le dijo: “cuídese
doctor Gaitán” y él le contestó: “Déjese de pendejadas”. Tres disparos
cambiaron la historia de Colombia.[32] El
reloj de Gaitán se detuvo a la una y cinco. Se lo llevaron a la Clínica
Central, a unas cuantas cuadras de allí, aún con vida pero con pronóstico
reservado. “Un grupo de hombres empapaban sus pañuelos en el charco de sangre
caliente para guardarlos como reliquias históricas… Las cuadrillas de
limpiabotas armados con sus cajas de madera trataban de derribar a golpes las
cortinas metálicas de la farmacia Nueva Granada, donde los escasos policías de
guardia habían encerrado al agresor para protegerlo de las turbas
enardecidas…”.[33]
No encontrándose en la casa presidencial, Ospina
subía en vehículo oficial por la calle octava rumbo a la carrera 7, cuando un
taxi de color rojo quiso emboscarlo, lo cual precipitó la salida de palacio de
un pelotón de soldados para contrarrestar la acción que pretendía ese hombre
desconocido que frenó violentamente sin que pudiera chocar con el carro del
Presidente. En ese instante, el general Rafael Sánchez Amaya, Director del
Ejército, acompañado por el mayor Iván Berrío se acercaron a la ventanilla del
vehículo e informaron al Primer Mandatario acerca de lo ocurrido, a lo cual
respondió: “Hay que proceder enérgicamente, pero los soldados de Palacio sólo
deben disparar cuando se les haga fuego por parte de los atacantes”.[34]
La noticia de la muerte de Gaitán partió en dos
la historia de Colombia y produjo un desbordamiento de la muchedumbre en la
capital y en todo el país, pero Ospina Pérez, resistió heroicamente en el
palacio de La Carrera[35] (hoy
Casa de Nariño), donde no quiso cambiar de posición su escritorio, no obstante
las vidrieras que lo ponían a boca de tiro de los maleantes.
Las personas que en primer lugar llegaron a
Palacio y lograron ingresar una vez conocida la noticia, fueron: “los señores
Ministros del Despacho, doctores Eduardo Zuleta Ángel, Evaristo Sourdis, Fabio
Lozano y Lozano, José María Bernal, José Vicente Dávila Tello y Joaquín Estrada
Monsalve; los señores Secretarios Rafael Azula Barrera y Camilo Guzmán Cabal;
los doctores Camilo de Brigard Silva, Luis Javier Mariño y Guillermo Garavito
Durán; las señoritas secretarias Cecilia Piñeros Corpas y Belén Arbeláez López;
las señoritas Lalita Guzmán y Ángela Hernández, esta última hermana de doña
Bertha; el Bibliotecario señor José Francisco Roa y los servidores habituales
de Palacio. Esto con respecto a los civiles, y en cuanto a los militares, el
General Miguel Sanjuán, secretario del Ministro de Guerra; el Coronel Carlos A.
León, Comandante del Batallón Guardia Presidencial; el Mayor Iván Berrío, Jefe
de la Casa Militar; los edecanes Capitán Germán Uribe y Teniente Jaime Carvajal
y los oficiales Mayor Alfonso Meneses, Capitán Alejandro Londoño y Teniente
Alejandro Ruiz Holguín; Héctor Orejuela y Silvio Carvajal. El General Sánchez
Amaya, estuvo durante las primeras horas, pero después hubo de atender los
importantes deberes a su cargo, en distintos sitios de la ciudad”.[36]
Allí, en palacio, don Luis Cano instó al
Presidente para abandonar la sede del gobierno debido al peligro que corría, Ospina
pronunció la histórica frase «Para la
democracia colombiana vale más un presidente muerto que un presidente fugitivo».
Negándose Ospina a aceptar la idea de Laureano
Gómez de constituir una Junta Militar. Esa frase, es parecida a la de Cicerón
“Mejor morir haciendo frente a los enemigos que dejarse matar”, Ut cum dignitate potius cadamus quam cum
ignominia serviamus. Incluso el mismo Ospina, en 1973 señalaba: “si yo
hubiera abandonado el palacio con cualquier pretexto, y en cualesquiera
circunstancia, la desmoralización y el desaliento habrían cundido entre sus
bravos defensores, cuyo mayor estímulo en la lucha consistía en mi presencia y
la de mi señora en el Palacio de Nariño y en nuestra firme resolución de
resistir hasta el fin, corriendo toda clase de riesgos”.[37]
Y más adelante agrega el Presidente Ospina:
“Se impartieron, pues, las órdenes para defender
el edificio palmo a palmo. Todos, inclusive mi esposa y mi cuñada y las
valientes señoritas de la secretaría, se alistaron para hacer uso de las
distintas armas disponibles y yo manifesté que ocuparía el escritorio
presidencial porque deseaba, si el instante supremo había de llegar, morir en
el sitio habitual de mis actividades presidenciales”.[38]
Volviendo a las calles bogotanas, Roa Sierra, el
supuesto agresor material, suplicó casi sin voz que no lo dejaran matar; “tenía
el cabello revuelto, una barba de dos días y una lividez de muerto con los ojos
sobresaltados por el terror. Llevaba un vestido de paño marrón muy usado con
rayas verticales y las solapas rotas por los primeros tirones de las turbas.
Fue una aparición instantánea y eterna, porque los limpiabotas se lo
arrebataron a los guardias a golpes de cajón y lo remataron a patadas… el
cadáver desfigurado a golpes iba dejando jirones de ropa y de cuerpo en el
empedrado de la calle… Al cuerpo macerado sólo le quedaban el calzoncillo y un
zapato… la turba siguió de largo hasta el Palacio Presidencial, también
desguarnecido. Allí dejaron lo que quedaba del cadáver sin más ropas que las
piltrafas del calzoncillo, el zapato izquierdo y dos corbatas inexplicables
anudadas en la garganta”[39], por
las cuales fue arrastrado por las calles.
Creo que Roa Sierra, desempleado con cuarto de
primaria, hijo de Encarnación Sierra, el número trece de los catorce hijos de
esta mujer, fue puesto en la escena del crimen por algunos centavos; llevaba
ochenta y dos de ellos en su pantalón. No considero del todo creíble la versión
de García Márquez sobre el perfil del criminal de acuerdo con las versiones de
la madre del presunto criminal: “Ella declaró que desde hacía unos ocho meses
se habían notado cambios raros en el comportamiento de Juan. Hablaba solo y
reía sin causas, y en algún momento confesó a la familia que creía ser la
reencarnación del general Francisco de Paula Santander, héroe de nuestra
independencia, pero pensaron que sería un mal chiste de borracho”.[40]
Aunque se dice que el autor material del
magnicidio fue Juan Roa Sierra, hubo por lo menos dos atacantes; precisamente,
un policía de apellido Potes fue quien organizó el crimen que cambió la
historia de Colombia[41], tal
vez ese era el hombre del vestido gris, que García Márquez nunca pudo
reconocer. Se cree incluso que hasta la CIA y el FBI tuvieron una participación
importante en los sucesos de ese día.[42] Sin
embargo, la tercera versión la escuché el 23 de diciembre de 2016 de la voz
autorizada de Miguel Santamaría Dávila, quien visitó en su exilio en Miami a Rafael
del Pino, asegurando que él, Enrique Ovares y Fidel Castro, habían sido los
tres autores materiales del crimen, disparando al tiempo revólveres calibre 38.
Santamaría Dávila confrontó esas versiones siendo Embajador de Colombia en
Rusia, cuando por un par de días develaron los archivos secretos de la KGB; su
teoría es que Stalin quería atravesarse a que se impusiera en Colombia el Plan
Marshall. El general Marshall no tuvo duda alguna de que el bogotazo había sido
una obra de Moscú.[43]
Alfonso López Michelsen, “para quien toda la
historia eran líos de faldas, hasta la guerra con el Perú”[44] y, un
poco ligero en sus apreciaciones y, no sé si con el fin de desviar la
responsabilidad de los verdaderos culpables, frente a la acción material y
directa de Juan Roa Sierra, decía:
“… mi versión es que Roa Sierra, el asesino
material de Gaitán, era un pobre diablo desquiciado. Tenía un gran complejo de
inferioridad, pero se conquistó a la mujer de un cartero, lo cual le subió
considerablemente el ego, aunque con tan mala suerte que surgió un tercero en
disputa y la mujer se fue con él. Roa Sierra le hizo una escena típica de celos
en la cual ella, como toda mujer que despide a su amante, lo mandó a freír
espárragos, ante lo cual el pobre diablo contestó:
-Aunque me crea un pendejo, usted se acordará de
mí toda la vida.
(…)
Yo presumo que la intención original de Roa
Sierra fue suicidarse para poder aparecer en El Tiempo, pero quien sabe en qué momento el magnicidio le pareció
más importante y se suicidó matando a Gaitán.
(…)
Fue entonces cuando empleé la frase de que había
sido una cuestión de faldas y eso sacó de casillas a la familia de Gaitán, que
insiste en que fue un crimen ordenado por Ospina Pérez a través de un coronel
llamado Virgilio Barco, tocayo de nuestro Virgilio, que era el Director de la
policía. La familia sostiene que Virgilio Barco estaba sentado en un café
viendo que se ejecutaran sus órdenes, y que luego el gobierno tapó todo. Yo no
creo, ni hay ninguna prueba de que Ospina fue el autor intelectual de la muerte
de Gaitán. Más aún: lo que yo creo es que no hubo autor intelectual”.[45]
El anterior párrafo, extractado de López
Michelsen, es tachado de falso por Mariano Ospina Hernández, pues el coronel
Barco “llegó después del asesinato y quedó de enviar más policías, pero lo
cogieron en la Dirección y de allí nunca pudo volver a salir”.[46]
El gran contradictor de la derecha conservadora
y liberal era Jorge Eliécer Gaitán, ya se había pronunciado en la gran marcha
del Silencio del sábado 7 de febrero de 1948, “su asesinato es un acto
político, pues su movimiento, definido de corte populista, llama al pueblo a
movilizarse por sus reivindicaciones y a confrontar a las clases dominantes.
Sus cuestionamientos giran en torno a los problemas de la democracia y el
nacionalismo, de ninguna manera pretenden realizar transformaciones drásticas
en el sistema de propiedad, tampoco constituyeron una opción socialista”.[47]
Pero como opositor de la derecha, “su lenguaje
revanchista, sus feroces ataques contra la oligarquía… (Hicieron que con él) no
se registre fenómeno comparable en la historia de la demagogia popular
colombiana”. [48]
La muerte de Gaitán hizo que muchos aprovecharan
el desorden liberando a los presos de las cárceles La modelo y La Picota y
saqueando los principales almacenes de la ciudad; “gentes beodas y desfiguradas
por la emoción y por el alcohol, mujeres llorosas y ladronzuelos descarados,
agentes de policía desertores y tímidos, que por temor al linchamiento se han
despojado a medias del uniforme, artesanos con picas, hachas, azadones, peinillas.
Abrigos mink, mantas de colores,
piezas de telas, botellas, libros arrojados a la calle, sombras y luces, como
en una pesadilla impresionista”,[49]como lo
señalaba Abelardo Forero Benavides. Pero también “se produjo el fenómeno del
2resaqueo”, es decir, el delito cometido por funcionarios públicos que iban en
busca de lo saqueado y se quedaban con lo obtenido”.[50]
En lo político, por ejemplo, desde <El
Tiempo>, el escritor Jorge Zalamea quiso reunir a los más notables liberales
de izquierda para constituir la Junta Revolucionaria de Gobierno que habría de
sustituir a Ospina Pérez. En otros lugares del país, esas Juntas
Revolucionarias crearon milicias populares, “reemplazaron transitoriamente a la
autoridad central estatal y a la municipal; depusieron alcaldes y comandantes
de Policía, rectores de colegios, directores de prisión y nombraron sus
reemplazos”[51],
principalmente en: Medellín, Antioquia; Barrancabermeja, El Socorro y Puerto
Wilches en Santander; Ibagué, Líbano, Honda, Santa Isabel, Chaparral, Armero,
Natagaima, Villarrica y San José de las Hermosas en Tolima; Armenia, Pereira,
Palestina y Chinchiná en la región del Viejo Caldas; Riofrío, Caicedonia, Buga
y Zarzal en el Valle del Cauca; puerto López y Villavicencio en el Meta; y,
Yacopí, Fusagasugá, Anolaima y Cachipay en Cundinamarca.
Jorge Eliécer Gaitán, nacido en Manta[52],
Cundinamarca, el 23 de enero de 1898, cuando su madre ejercía allí la docencia,
era “moreno, el mentón voluntarioso, la
boca grande, el cabello espeso y negro, el rostro mestizo, de rasgos enérgicos,
que a la luz de los reflectores adquiría una dureza metálica. Tampoco pude
olvidar aquella voz suya, a veces lenta, maliciosa o sarcástica, golpeando las
palabras con un acento que era el mismo de la llamada <chusma bogotana>”.
Y agrega Plinio Apuleyo Mendoza, que a Gaitán se le podía describir como: “aquel líder moreno y colérico, hijo de un
pequeño comerciante que vendía libros de segunda mano y una maestra de escuela”[53], es
decir Eliécer Gaitán Otálora, dueño hasta haberse quebrado, de dos almacenes de
miscelánea frente a la plaza de mercado del barrio Egipto y Manuela Ayala
Beltrán, quien previamente había estado casada con Domingo Forero. “Del primer
matrimonio tuvo un hijo, también Domingo, quien se fue para Panamá y, con el tiempo,
desapareció”[54];
don Eliécer y doña Manuela tenían también otros hijos Manuel José, Ana Leonor,
Rosa María, Miguel Ángel, José Antonio y Rafael María.
García Márquez lo consideraba el héroe de su
infancia, pues alguna vez lo vió en Zipaquirá pronunciando un discurso y
escribió: “…me impresionó su cráneo con forma de melón, el cabello liso y duro
y el pellejo de indio puro, y su voz de trueno con el acento de los gamines de
Bogotá, tal vez exagerado por cálculo político”[55]; Gaitán
“pertenecía a tal estirpe… como si la tierra y la atmósfera de su gente le
transmitiera un mensaje poderoso e inalterable”, [56]
agregando García Márquez, que el dirigente político tenía: “voz metálica y
deliberado énfasis arrabalero”[57], que
caracterizaba su retórica: “esta tradición de retórica bien puede contrinuir a
la continua propensión colombiana a la violencia política: sataniza al enemigo,
polariza las fuerzas y puede ser utilizada por cualqyuiera de los dos lados de
la división partidista o los tres, si se incluye, como debería hacerse, la
izquierda marxista en todas sus formas. El liberal Jorge Eliécer Gaitán fue uno
de sus más ilustres practicantes, pero no el único: el conservador Laureano
Gómez también distinguía una oligarquía liberal”.[58] Y
agrega más adelante: “Con Gaitán la temperatura política llegó a niveles muy
altos. Él y Gómez fueron oradores y demagogos formidables, que ahora podían
llegar a sus seguidores directamente a través de la radio, sin intermediación
de los políticos locales. Gaitán desde sus primeros pasos en la política había
tenido un excepcional atractivo para los sectores populares de ambos partidos,
pero las circunstancias de la coyuntura y las realidades básicas de las
lealtades políticas colombianas determinaron su decisión de culminar su carrera
como jefe liberal”.[59]
La descripción de Gaitán se complementa por lo
dicho por Arias Trujillo, al advertir sobre el caudillo, que “su violencia
retórica contra las clases privilegiadas contrasta con algunos hechos de su
vida privada. En varios aspectos, Gaitán intentó imitar a la oligarquía, quizá
incluso quiso hacer parte de ella. Sus elegantes y finos trajes, su matrimonio
con una mujer blanca de la “alta sociedad” antioqueña, el costoso barrio en el
que residía, sus reiterados esfuerzos por ser aceptado en los clubes sociales
más prestigiosos de Bogotá, dejan al descubierto una faceta que no encaja del
todo con sus furiosas diatribas contra la oligarquía”.[60]
Previamente había sido novio por largo tiempo de
Leticia Velásquez Restrepo, hija del novelista Samuel Velásquez. Ella narra
parte de su noviazgo con Gaitán, así: “…Se fue para Europa y me escribió,
religiosamente, cada semana. Regresó confiado en que la sociedad y los
políticos le abrirían las puertas. No fue así. Tuvo que librar su batalla
contra opiniones y prejuicios siempre adversos a él. Me contaba todo. Se
reflejaba en él una niñez amarga. Nuestros amores, para él, fueron un refugio.
Pero a Jorge Eliécer le pasaba lo que a los aprendices de patinadores: se
agarran de todo cuando se van a caer. Cuando aprendió a patinar, hablábamos por
teléfono, nos veíamos donde las amigas o tomábamos el té en el Ritz o en el
Regina. Estábamos distanciados por la situación en casa. No caía bien. Me fui
para Europa. Cuando volví, las cosas se arreglaron. Sin embargo, a Jorge no le
importaba sino la gloria”.[61]
El líder liberal, miembro de número de la
Academia Colombiana de Jurisprudencia, había cursado estudios de derecho en la
Universidad Nacional y gracias a la sociedad que fundó con su medio hermano
Manuel José, que era médico, con quien tenía en San Victorino la droguería
<<Venecia>>, logró financiar el doctorado en derecho penal en
Italia, bajo la dirección de Enrico Ferri, “una de las figuras más importantes
de la escuela italiana sociojurídica, quien no sólo influyó su práctica como
abogado penal, sino su pensamiento y actividad política”.[62] En
Italia, Gaitán “se sintió seducido, por el espectáculo que ofrecía el fascismo,
por su teatralidad, por el manejo de las masas, por las grandes
manifestaciones, por la elocuencia de la que hacían gala Mussolini y compañía”.[63]
De estas diversas apreciaciones recogidas, así
como del testimonio escrito por el propio Ospina Pérez en 1973 a través de la
prensa escrita, quedan muchas preguntas e incógnitas, como las que sobre los
misterios del “colombianazo”, como por ejemplo, que el diario comunista de
Barquisimeto, Venezuela, titulado El
Popular; el mismo 9 de abril, publicó un aviso, siete horas antes del
asesinato de Gaitán, que decía así: “Adelanto a la edición de mañana 10 de El Popular: Asesinado Jorge Eliécer
Gaitán en Bogotá, Colombia. El hecho se produjo a la salida de la sesión
plenaria de la Conferencia Panamericana. Reacción violenta se registró a lo
largo de Colombia. Rómulo Betancourt en las calles con los estudiantes de la
Revolución Colombiana”[64].
Incluso se cuenta que Rómulo Betancur, a quien se le atribuye alguna culpa en
la organización de la revuelta, dijo al ingresar al Hotel Granada: “Este pueblo
de borrachos, por embriagarse hizo fracasar la revolución”. [65]
La muerte de Gaitán ya estaba maquinada, incluso
en emisoras de Barranquilla, Barrancabermeja y Ubaté ya se había anunciado a
las doce del día, una hora antes del atentado, el fallecimiento del político
liberal.
Otras de
esas incógnitas sobre el crimen, las formuló el general Álvaro Valencia Tovar:
“¿Por qué
Roa Sierra fue ultimado salvajemente, en vez de entregado a la autoridad
policial, que no tardó en aparecer en la escena del crimen?
¿Por qué
la radio de Barquisimeto, en Venezuela, lanzó al viento la noticia del
asesinato algo así como media hora antes de que ocurriera?
¿Por qué
camiones con bidones de gasolina aparecieron poco después del desencadenamiento
de ira y dolor que siguió a la noticia de la muerte del caudillo, ocurrida en
una clínica cercana hacia las tres de la tarde? Sin ese combustible, la ciudad
colonial de gruesos muros de adobe y mampostería no se habría convertido en
cenizas y escombros humeantes.
¿Por qué
desde el primer momento se quiso inculpar al presidente Ospina Pérez,
arrastrando el cadáver en harapos del asesino hasta la entrada del Palacio de
Nariño? ¿Se quiso presentar así el magnicidio como un crimen de Estado?
(…)
La
emisora Nueva Granada a través del
Noticiero <<Últimas Noticias>>, dirigido por Rómulo Guzmán, se
convirtió desde el momento en que voló la noticia del atentado en un insensato
instigador a la venganza revolucionaria. Consignas bárbaras como las de
arrebatar de las ferreterías cuantos instrumentos pudieran utilizarse como
armas iniciaron el pillaje que desbordó el objetivo primario, para convertirse
en saqueo embravecido del comercio, en tal forma que se desvió el propósito
revolucionario, rompiendo sus cauces iniciales en una generalización
descontrolada de robos y violencia”.[66]
Todas
esas razones anunciaban la proximidad de la desgracia, una guerra imparable
durante muchas décadas.
Por esa
razón, incluyo aquí la carta que mi abuelo materno le remitió a mi abuela a
Medellín, narrando muchos aspectos relacionados con los acontecimientos de esa
fecha, que coinciden con la narración que en 1973 publicó en los diarios
nacionales el propio presidente Ospina Pérez.
CARTA INÉDITA DEL DOCTOR
JULIO CÉSAR GARCÍA VALENCIA A SU ESPOSA ROSA VÁSQUEZ DE GARCÍA, NARRÁNDOLE LOS ACONTECIMIENTOS
DEL 9 DE ABRIL DE 1948:
Bogotá, 14 de abril de 1948.
Señora
Rosa Vásquez de García
Medellín.
Queridísima mía:
En el borde de todos los horrores, ante los cuales la muerte misma
parece menos grave, hemos vivido estos cinco días desde el viernes 9 a las dos de la tarde.
A la 1 p.m. habíamos estado en la esquina de la carrera séptima con la
calle catorce, a pocos metros de donde minutos después iba a consumarse el
asesinato del doctor Jorge Eliécer Gaitán, que desencadenaría las furias del
infierno sobre Bogotá y pondría al país al borde de la disolución. Nada
indicaba la proximidad de la tragedia.
Después de almorzar tranquilamente me recosté en mi cuarto y a eso de
las dos menos diez minutos oí gritos en la calle; me asomé a la ventana y vi
gentes vociferantes contra el doctor Ospina Pérez, el gobierno y el
conservatismo y oí que en la carrera séptima rompían ventanas a pedradas. Al
salir del claustro del colegio me informó un profesor llegado de la calle que
la causa de la furia era la muerte del doctor Gaitán y supe que por la carrera
séptima hasta el palacio presidencial acababa de ser arrastrado el cadáver del
asesino. En ese momento llegó el Vicerrector y en medio del estupor de todos
empezamos a serenar a los estudiantes, hicimos entrar a los que estaban en la
calle y cerramos las puertas.
Nos tocó presenciar el primer asalto de las hordas vandálicas al
Capitolio y la destrucción de uno de los salones del primer piso, cuyos
despojos quedaron regados a lo largo de la cuadra entre las calles 9 y 10. Poco
después alcanzamos a ver que ardían los tranvías en la plaza de Bolívar y que
en ella reinaba confusión espantosa. Los alumnos externos querían salir pero
logramos contenerlos y permitir la salida sólo de aquellos cuyos padres los
reclamaban. En total quedaron cerca de 500 y algunas personas a quienes
sorprendió aquí el desastre. Mientras tanto empezaba a llegar el Batallón
Guardia Presidencial y a disponerse para impedir el avance de las turbas
enfurecidas hacia Palacio.
En una de las bajadas a la portería de la séptima, encontré la carta
de Hernán, en que me daba cuenta de que estaban para desocupar la casa y esto
aumentó mi confusión, con la preocupación de que en Medellín podrían ocurrir
hechos semejantes. Precisamente a las 12m, había puesto al correo aéreo una
carta en que te explicaba por qué sería forzoso demorar un poco tu viaje y
pensé que esa carta iba a llegar a la antigua dirección cuando tú ya estarías
en tu casa y que por lo mismo no recibirías desafortunadamente esa carta, en la
que te exponía razones para suspender el viaje, ciertamente valederas, pero
insignificantes si se las comparan con los acontecimientos que se han venido
desarrollando.
Pensando en ti y en todos los míos estaba cuando me llamaron
urgentemente. Era el Padre Félix Restrepo S.J. y otros jesuitas de la Javeriana
que habían entrado por el interior del Colegio a pedir nuestra ayuda para su
defensa, ante el inminente peligro de que les incendiaran la iglesia de San
Ignacio y la Universidad. Ya habían quemado otras iglesias y conventos y
estaban forzándoles las puertas; en la esquina de la séptima y la calle 10
cayeron dos sujetos que iban seguramente con el intento incendiario. De acuerdo
con Cortés, dimos a los padres todas las seguridades posibles; precisamente
estuvieron alojados por varias horas en el apartamento que se nos tiene
asignado.
Me di cuenta de cuando rompió fuego la tropa contra los asaltantes,
pero no quise ver como caían víctimas de su furor más de veinte que al día
siguiente presencié cadáveres al frente del colegio nada más.
Estaba atendiendo a la organización interna y a contrarrestar los
efectos de las noticias que me iban comunicando, transmitidas por
radiodifusoras embusteras y no menos furibundas que la enloquecida canalla
comunista. Ni un momento me equivoqué en la apreciación del origen e
inspiración de los planes demoníacos que se estaban desarrollando y del abismo
en que nos encontrábamos, pero confié en Dios, en el buen sentido de nuestros
dirigentes y del pueblo colombiano y en la lealtad de nuestro ejército, que es
admirable.
Desde que supe que la Radiodifusora Nacional había sido recuperada por
el Gobierno hice anunciar por teléfono que estábamos bien los quinientos entre
profesores, empleados y alumnos aquí recogidos, no obstante hallarnos bajo los
fuegos encontrados y alumbrados por las llamaradas de los incendios de la Plaza
de Bolívar y del Palacio de San Carlos, que nos correspondió ver despojar por
forajidos de sus muebles, vajillas, etc., y arder luego hasta que se desplomó
el último piso y a la media noche se alejó el peligro de que el fuego invadiera
la Casa Colonial o el Colegio de La Presentación y se comunicara a nuestro
Colegio. Tuvimos listos extinguidores y mangueras para defendernos del incendio
en cuanto fuera posible, pero gracias a Dios no se presentó esa nueva
desgracia.
Logramos dar de comer a toda la gente y acostarla a dormir por unas
horas, acomodándolos en colchones tendidos en el suelo. Yo pasé el mío al
pasadizo entre el corredor y la pieza, pues tú recordarás que ésta no tiene a
la calle muro protector, sino anchas ventanas, y los tiroteos continuaban. Allí
he seguido durmiendo todas estas noches últimamente acompañado por el profesor
Valderrama, quien pasó aquí su catre. Cortés se quedó aquí hasta el lunes, no
obstante que Angelita estaba sola, con un primo que vive con ellos, y que sólo
consiguió chocolate para alimentarse en los tres días.
El sábado muy temprano pude despachar a sus casas la mitad del
personal que se había quedado en el Colegio; así disminuí la responsabilidad y
se redujo también el gasto de provisiones, que racionadas desde el primer día
nos han alcanzado sin embargo hasta ahora, pues no nos han faltado sopa, arroz,
papas, chocolate, café, panela; para el desayuno hemos tenido pan, a veces
huevo y naranja. Realmente hemos estado a cuerpo de rey, en comparación con
infinidad de personas pudientes que han carecido de lo indispensable y familias
que se han visto limitadas a tomar solamente agua de panela.
JUEVES 15. Esta carta he decidido terminarla esta mañana para buscar
manera de enviártela, pero desde que me levanté supe que el Gobierno había
decretado la suspensión de tareas en los colegios de Bogotá hasta el 15 de mayo
y empecé a organizar la salida de los 70 internos que nos quedaban. Poco
después se me presentó el general Mora Angueira a pedirme alojamiento para las
tropas que están llegando de distintos lugares del país; estábamos en la
perspectiva de la ocupación del Colegio por un Ministerio de los incendiados,
lo que habría implicado la clausura definitiva por tres o cuatro años y
entonces me apresuré a ofrecerles todas las facilidades para el ejército, pues
la ocupación de éste sería temporal y así se salva por el momento la vida de
San Bartolomé.
Naturalmente el ajetreo de este día ha sido inmenso; suministramos al
Estado Mayor mis oficinas para su despacho y dándoles todo lo que el Colegio
puede dar, menos los alojamientos de los profesores y algunas oficinas
indispensables. Cortés y Angelita pasaron aquí el día y tomaron sopa, que no
habían probado hace seis días.
Continúo ahora sí informándote de las siguientes jornadas. El sábado
10 se fue la luz por haberse quemado un transformador a causa de los incendios,
así quedamos sin radio y desde el domingo sin agua, pues ya sabes que el tanque
de distribución sube por una bomba eléctrica. Nuestra única comunicación con el
mundo exterior era un mal teléfono situado en lugar peligroso hasta que el
domingo se trasladó a otro más seguro y fue nuestra providencia informativa,
fuera de lo que lograban saber los padres de la Javeriana y nos comunicaban en
varias de las entrevistas que con ellos tuve.
El domingo amanecí con un terrible dolor de cabeza, tal vez de origen
hepático y no pude levantarme hasta las horas de la tarde. El practicante
Castrillón de último año de medicina me dio un laxante que no me produjo
efecto, pero el hecho fue que en la tarde pude seguir atendiendo los problemas
que se presentaban. En este día nadie pudo salir del Colegio. Por el interior
pasaron Profesores y estudiantes a misa en la capilla de San José de los
Jesuitas. En las azoteas del colegio, en la cúpula y en la torre de San Ignacio
se oían constantes detonaciones de un rifle o carabina, pistola o explosivo
destinado a formar pánico, y contra ese mal vecino que se oyó hasta anoche, se
cruzaban los fuegos del Palacio Presidencial, del Capitolio, del Observatorio
Astronómico, de una ametralladora situada en la Pensión Duque y de soldados que
en cada momento entraban al colegio por la calle 9 (las otras entradas quedaron
clausuradas desde el 9). Bien se llegó a pensar bombardear la torre de San
Ignacio para tumbar a esos francotiradores parapetados en distintos lugares de
la ciudad, principalmente iglesias, y que fueron la desesperación del ejército.
Antenoche practicó requisas la tropa en todo el personal del Colegio y a las
cinco y media de la mañana de ayer me despertaron para exigirme una vigilancia
estricta y el control absoluto de todas las personas que entraban al Colegio y
salían de él. Al fin dicen hoy que puede tratarse de un aparato que dispara
explosivos a larga distancia y los hace estallar en sitios adecuados para
infundir pánico y hacer creer que se trata de pistoleros apostados en lugares
estratégicos, pues suenan principalmente en iglesias y casas de piedad.
Quizás lo más terrible de este día fue el incendio del Colegio de La
Salle en donde perecieron dos estudiantes y estuvieron a punto de ser
sacrificados todos los Hermanos y sus alumnos.
El lunes 12 salieron otros alumnos y profesores, que al llegar a sus
casas nos iban transmitiendo noticias más tranquilizadoras sobre la
organización del gobierno, de lo que había ocurrido y continuaba ocurriendo en
distintos lugares de Bogotá.
A las cinco de la tarde tuvimos luz, por consiguiente agua y radio.
Cada persona que ocupaba el teléfono tenía que llamar primero a la
Radiodifusora Nacional para dar información sobre nosotros, pero sólo el martes
logramos una comunicación, pues las llamadas eran infinitas. En una ambulancia
pudieron salir por la tarde Cortés y dos señoritas empleadas que hasta entonces
no habían logrado hacerlo, de las cuales una estaba ya enferma, seguramente por
la impresión. Por la Radiodifusora Nacional supe que Jorge Vélez estaba
trabajando de nuevo en ella, pero sólo ayer tarde, después de innumerables
llamadas, pude hablar con él y enterarme de que recibió un machetazo en la
cabeza al tratar de defender a unas monjitas, estuvo en la clínica, y el lunes
pudo reanudar parte de su labor, afortunadamente ya fuera de peligro, aunque
vendado y sometido todavía a curaciones.
El martes 13 pasé hasta la Pensión Duque a dar algunos informes al
Teniente de la escolta, allí les habían escaseado las provisiones en tal forma
que algunos pasajeros llegaron a participar en el precario rancho de los
soldados; las Duques me dieron café y con ellas estaba cuando se rompieron
nuevamente los fuegos sobre el Colegio, por causa del “Buen Vecino” que nos
mortificó durante todos estos días. Pasé en la primera calma, cuando los
estudiantes estaban comiendo, antes de las seis, pues a las siete deben estar
acostados cuando suena el toque de queda. Jaime estaba confundido con mi ausencia;
no se ha perdido detalle de nada aparentemente tranquilo. Guillermo siempre
callado, tratando de oír radio o prestando sus servicios en el teléfono; solo
me preguntaba si he sabido algo de Medellín y de la casa.
La llegada de oficiales y tropa a practicar requisa nos hizo demorar
la acostada de esa noche hasta cerca de las doce. El Teniente Caviedes comió
aquí y nos dio toda clase de detalles sobre el desarrollo de los
acontecimientos por los cuales confirmo la impresión de que sin el ejército
Bogotá habría sido borrada del mapa y toda la República habría sucumbido.
El miércoles 14 fue de una gran actividad, por el control minucioso
que tuve que llevar de cuantas personas entraban o salían; mi único descanso
era ver pasar por la puerta de la novena filas interminables de señores,
señoras y señoritas distinguidas, muy pocas sirvientas, que subían del mercado
llevando algo de comer, pues suponía que para muchas casas ese sería el primer
alimento después de varios días. Para el Colegio se consiguió pan, frutas y
algunas verduras.
A cuantas personas salían desde el martes para ir por la carrera
octava les daba un mensaje para ti, pero el telégrafo estaba interrumpido, pues
incendiaron el Edificio de Comunicaciones, la Marconi no alcanzaba a transmitir
sino radios oficiales y la All American sólo recibía cables para el exterior.
Hoy hubo servicio por algunas horas, pero en colas interminables que no dejaron
alcanzar turno a los que fueron del Colegio. Mañana va a madrugar a coger cola
un señor de la Pensión Duque y con él enviará la señorita Lucía un radio que le
di dirigido a tu casa, pues no sé a ciencia cierta en dónde puedas estar.
Anoche empecé esta carta, quedándome por primera vez un buen rato en
la pieza, aunque sigo durmiendo en el pasadizo. Ya te dije antes por qué no
pude terminarla hoy con tiempo de enviarla con un joven que sale mañana a las 7 a .m.
Hoy nos visitaron los altos empleados del Ministerio y se
sorprendieron de la manera feliz como habíamos salido de este duro trance, pues
hasta ahora no sabemos que haya muerto ningún estudiante y de todos los que
quedaron bajo nuestro control desde el viernes hemos dado buena cuenta, gracias
a las medidas tomadas y al celo con que hemos velado por todos ellos, sin
omitir esfuerzo alguno. San Bartolomé es quizás el Colegio que menos ha
sufrido, no obstante estar en el sitio de mayor peligro. Por todas partes se
ven los impactos de las balas que atravesaron puertas y ventanas y que
desmoronaron muros; hasta un armario fue perforado y en él los sacos de un
profesor; nuestro presunto apartamento también presenta las huellas de las
balas.
Aquí dentro el suceso más doloroso que hemos registrado fue el del
profesor Hernando Navarrete, que desde el balcón de la Secretaría alcanzó a
reconocer el sábado el cadáver de su padre cerca de la puerta del Colegio. No
obstante no pudo salir a recogerlo y sólo el lunes pudo ir a su casa; parece
que de allí fue con la demás familia al cementerio y lo reconoció entre
centenares de cadáveres insepultos, para evitar que fuera a la fosa común.
Porque quiero cumplir con mi deber hasta último momento y ser el
último que salga del Colegio, y porque no me seduce contemplar los escombros de
una ciudad tan querida, no me he resuelto a salir. Por los periódicos y por lo
que me informan todos los que salen me he imaginado el paisaje de esa
desolación incomparable. Allá estarán informados también de lo que ha ocurrido,
que en pocas horas costó mucho más de lo que al país en pérdidas materiales la
guerra de los tres años, quizás cuando aprecie personalmente la magnitud del
desastre me anime a escribirles sobre mis impresiones.
Ya te dije que el Colegio es cuartel y estamos viviendo bajo el
régimen militar; todavía nos quedan hoy unos cuarenta estudiantes que irán
saliendo de aquí al sábado, más o menos la mitad de los profesores y empleados
de servicio. Es posible aunque no seguro porque estamos bajo el reinado de la
incertidumbre, que las tareas se reanuden el 17 de mayo probablemente sin
internado o con un internado reducido, pues hoy mismo empezamos a gestionar el
traslado de los alumnos becados a otros colegios del país y no sabemos si el
presupuesto del Colegio nos permitirá sostener internos con el costo que se
supone alcanzarán ahora las subsistencias.
Todavía no he pensado qué haré con Guillermo y Jaime, ni tampoco cómo
voy a resolver nuestros problemas familiares que con ser grandes resultan
minúsculos al lado de tanta desgracia. Debemos infinitas gracias a Dios por
habernos permitido salir con bien de este mal paso; en manos de su Providencia
confiamos nuestra suerte y Él nos ayudará en todo.
Esta carta es para todos los de tu familia, que estarán ansiosos por
conocer detalles de lo que ha ocurrido y seguramente habrán estado inquietos
por lo que pueda habernos ocurrido, no por lo que nosotros significamos, sino
por lo benévolos y generosos que han sido conmigo.
Para todos mi abrazo cariñoso. Para ti y las niñas los besos de tu,
Julio César”.[67]
La investigación del crimen de Gaitán, hizo que
se declarara turbado el orden público en toda la República y, el 7 de julio de
1948 llegó a Colombia para hacer las investigaciones una misión contratada a
Scotland Yard, a cargo de los detectives P. Beveridge, A. Tansil y N. Smith,
quienes expresaron, entre muchas cosas, que “Coincidiendo con la llegada de los
Delegados a la IX Conferencia Internacional Americana vinieron a Bogotá tres
jóvenes cubanos de conocidas tendencias antiamericanistas: Fidel Castro, Rafael
del Pino y Enrique Ovares, Presidente de la Federación Estudiantil Universitaria
Cubana, patrocinados por Juan Domingo Perón, “quien buscaba amargarle la vida a
los gringos y vinieron a un supuesto Congreso Estudiantil, del que nunca se
supo nada”.[68]
“Cabe la posibilidad de que Fidel Castro, quien
venía de Venezuela hubiera viajado por tierra y hubiera entrado ilegalmente a
Colombia”[69],
pues se dice que vinieron en uno de los cinco camiones que acompañaban al
Presidente de la delegación venezolana a la IX Conferencia Panamericana, Rómulo
Betancur. Incluso, Betancur fue agasajado en Tunja con un almuerzo por el
gobernador de Boyacá, el conservador José María Villarreal y, el venezolano
“contrariando todas las normas de protocolo y etiqueta, se levantó de la mesa
del comedor varias veces y salió a la calle a vigilar los mencionados
camiones”.[70]
Hasta la fecha, no he encontrado en los libros
de los historiadores colombianos, que se desmienta un libro del doctor Rafael
Azula Barrera, publicado en 1956, en el cual narra los macabros planes del
presidente venezolano Rómulo Betancur, en relación con su viaje por tierra
hasta Bogotá:
“Investido con el carácter de Presidente de la
delegación de su país a la Conferencia Panamericana, Betancourt decidió
realizar su viaje por tierra, desde Caracas, deteniéndose en las más
importantes poblaciones de tránsito, donde sólo dialogó con sospechosos
elementos revolucionarios, empleando varios días en su moroso recorrido hasta
la capital de Colombia. Su presencia no era, ciertamente, la del desprevenido
visitante de una nación amiga, en diferente gira turística, sino la del
táctico, que verifica un previo reconocimiento del campo, o la del general que
revista sus huestes, antes de comprometerse en la batalla. Por eso llegó
escoltado como un guerrero. Su propio automóvil, de planchas blindadas, venía artillado
con ametralladoras Thomson, emplazadas en los cocuyos, y los catorce carros
restantes de su comitiva, entre los cuales se contaban algunos vehículos de
sanidad militar, ostentaban un aparato bélico, desusado en correrías
semejantes. A favor de los “permisos fronterizos” ya habían llegado,
previamente al país, centenares de partidarios suyos que se encontraban en
Bogotá, como “observadores”, “turistas” o simples “estudiantes”. Otros tantos
aterrizarían, utilizando aviones especiales, en vísperas de la Panamericana.
Todos ellos, unidos a elementos de otras nacionalidades que habían arribado,
adscritos a sus respectivas delegaciones, formaban una heterogénea masa
extranjera, que era la base del movimiento insurreccional para frustrar las
labores de la Conferencia”.[71]
Vale la pena anotar que el doctor Villarreal
tuvo una actuación destacada en el envío rápido a Bogotá de trescientos hombres
de la Primera Brigada del Ejército, con sede en Tunja y comandada por el
Coronel Carlos Bejarano.
Castro estaba con sus compañeros en el Café
Colombia, situado frente a la oficina de Gaitán y llevaba un trabuco al hombro,
camuflado con un periódico. Estuvo Castro en la Quinta Estación de Policía
arengando a sus integrantes con consignas en contra del gobierno y luego, salió
rápidamente al Hotel Claridge con Del Pino, sacaron su equipaje y se ocultaron
en los montes centro orientales de Bogotá, hasta ser sacado de incógnito en un
avión del presidente de una empresa mexicana, que lo llevó a Cuba.
Finalmente, el 30 de abril de 1948, en la Quinta
de Bolívar se firmó la Carta de la Organización de Estados Americanos, como
triunfo del movimiento panamericano, con representantes de Honduras, Guatemala,
Chile, Estados Unidos, Uruguay, República Dominicana, Bolivia, Cuba, Nicaragua,
México, Panamá, Perú, Paraguay, Costa Rica, Ecuador, Brasil, El Salvador,
Haití, Venezuela, Argentina y Colombia, representada por una delegación
bipartidista, de la cual hacían parte Eduardo Zuleta Ángel, Carlos Lozano y
Lozano, Domingo Esguerra, Roberto Urdaneta Arbeláez; Silvio Villegas, Luis
López de Mesa, Carlos Arango Vélez, Miguel Jiménez López, Guillermo León
Valencia, Augusto Ramírez Moreno, Gonzalo Restrepo Jaramillo, Cipriano Restrepo
Jaramillo, Antonio Rocha y Jorge Soto del Corral. Asistió también, en su
condición de director general de la Unión Panamericana Alberto Lleras Camargo.
El fenómeno de La Violencia continuó con duros
recrudecimientos, que agravaban la situación a lo largo y ancho del país,
debido a la polarización extrema de liberales y conservadores de todo tipo, no
obstante la búsqueda de la continuidad del gobierno de Unión Nacional. En mayo
de 1949, los Ministros y Gobernadores liberales renunciaron a sus cargos; así
las cosas, el Presidente reorganizó su gabinete incluyendo a tres militares, el
General Régulo Gaitán en la cartera de Gobierno; el General Miguel Sanjuán en
Justicia; para Guerra el General Rafael Sánchez Amaya; en Relaciones Exteriores
Eduardo Zuleta Ángel; José Elías del Hierro en Minas y Petróleos; para Higiene
Jorge Cavelier; en Hacienda Hernán Jaramillo Ocampo; Santiago Trujillo Gómez en
Agricultura; Eliseo Arango para Educación; para Obras Públicas Víctor Archila
Briceño; para Correos y Telégrafos José Vicente Dávila Tello y, en Comercio e
Industria Jorge Leyva. Recordemos que ya desde finales de 1946, en virtud del
Estado de Sitio, un total de 202 militares venían colaborando como alcaldes.
Y es que el Ejército, era “el héroe estatal de
la coyuntura”, lo cual llevó a Ospina a considerar que “la patria se reconstruye
en torno al ejército”, por lo cual “se le premió con la Cruz de Boyacá y se
condecoró a las escuelas Militar; Naval y de Aviación; al Batallón
Presidencial; así como a las escuelas de Artillería, Infantería, Caballería,
Blindada, Ingenieros, Sanidad, Motorizada y de Transmisiones. Se le incrementó
el salario y se le nombró en más alcaldías y gobernaciones. También se le
encargó realizar consejos verbales de guerra contra los insurrectos, usando la
justicia penal militar en primer plano. A lo largo de los dos siguientes años
se celebraron 478 de ellos, con más de 2000 procesados y 611 investigaciones”.[72]
Los violentos episodios de ese período continuaron
los meses y años siguientes, al punto que el hecho más deplorable que ha
ocurrido al interior del Congreso de la República comprometió al congresista y
fundador de la Universidad Libre, el doctor Jorge Soto del Corral, pues en la
madrugada del 8 de septiembre de 1949 en un debate sobre reforma electoral, el
representante liberal y Presidente del Directorio de su Partido en Boyacá
Gustavo Jiménez se trenzó en una discusión con su colega Castillo Isaza, quien
estaba armado. Castillo disparó contra Jiménez, quien murió, quedando bañada en
sangre la tribuna de la Cámara. Como narra Carlos Lleras Restrepo en “Crónica
de mi propia vida”: “Jorge Soto del
Corral también había recibido un balazo de los muchos que contra las curules
liberales dispararon los conservadores. Pude conversar con él. Sangraba la
pierna herida, pero no pensé entonces que Soto iba a quedar afectado por una
complicación cerebral que, tras meses de sufrimiento, le produjo la muerte. No
tuve entonces, y no tengo ahora, duda alguna de que se escogió a Soto del
Corral para eliminar a quien con más claro conocimiento jurídico había
defendido la constitucionalidad de la ley sobre fecha de las elecciones”. [73]
Jorge Soto del Corral, considerado uno de los
colombianos más brillantes del siglo XX por su inteligencia, su carácter recio
y su virtuosidad jurídica, fue un eminente hombre público legislador, maestro e
insomne guardián del Derecho e hizo parte de la llamada generación de Los
Nuevos.
Don Hernando Morales Molina dijo de él, que “no obstante provenir de encumbrada familia y
haberse criado en un medio que le ofrecía amplias comodidades, prefirió el
estudio permanente, la lucha continua por el imperio del derecho y el servicio
a la patria”.[74]
Y agregaba: “Atendía
por igual, con inverosímil capacidad, los asuntos profesionales, la intensa
vida social y el servicio público; llegaba a tal punto su responsabilidad, que
olvidaba los propios intereses cuando el país necesitaba de su concurso. La
rigurosa formación intelectual y su exigente conducta social le daban impresión
de lejanía. Sin embargo, después de conocerlo se descubrían sus generosos
sentimientos y su honda sensibilidad”.
Fue Ministro de Relaciones Exteriores en tres
ocasiones: 1935, 1936 y 1937 y Ministro de Hacienda en la primera
administración de Alfonso López Pumarejo; gran experto en tributación, como
tal, fue el encargado de redactar los estatutos de la Bolsa de Bogotá haciendo parte del primer consejo directivo
de la sociedad, integrándolo con los señores Alberto Serna, Carlos A. Dávila,
Gregorio Armenia, Roberto Michelsen, Arthur Shuler y Walter Krische, como
principales, y Luis Londoño, José Jaime Salazar, Vicente A. Vargas, Daniel
Merizalde, Luis Escobar Arocha, Giovanni Serventu y Benjamín Moreno, como
suplentes. En 1935 presentó al Congreso de la República y con el apoyo de Luis
F. Latorre U., Representante a la Cámara por Bogotá y del Ministro de Gobierno
Darío Echandía, su proyecto de ley sobre “Filiación Natural”.
En 1938 el doctor Soto del Corral fue el cónsul
General de Colombia en Francia. Ese año, del 12 al 30 de septiembre, actuó como
Delegado de Colombia en la XIX reunión de la Liga de las Naciones, celebrada en
Ginebra, Suiza. De 1939 a
1942 fue Decano de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de
Colombia y artífice de esa Alma Máter cuando se ubicó en la otrora “Ciudad
Blanca”, gracias al Presidente López Pumarejo. Allí, en la Nacional, fue
profesor del Nobel colombiano de Literatura Gabriel García Márquez, quien en su
libro “Vivir para contarla”, lo describe así:
“Jorge Soto del Corral, el maestro
de derecho constitucional, tenía fama de saber de memoria todas las
constituciones del mundo, y en las clases nos mantenía deslumbrados con el
resplandor de su inteligencia y su erudición jurídica, sólo entorpecida por su
escaso sentido del humor. Creo que era uno de los maestros que hacían lo
posible para que no afloraran en la cátedra sus diferencias políticas, pero se
les notaban más de lo que ellos mismos creían. Hasta por los gestos de las
manos y el énfasis de sus ideas, pues era en la universidad donde más se sentía
el pulso profundo de un país que estaba al borde de una nueva guerra civil, al
cabo de cuarenta años de paz armada”.[75]
Y es que según lo refiere Morales Molina[76],
el doctor Jorge Soto del Corral tenía como afición la atenta y constante
lectura del Diario Oficial para poderse aprender todas las disposiciones nuevas
allí contenidas, las que le permitían enriquecer sus lecciones de Derecho
Constitucional, extensamente documentadas. Señalaba Hernando Morales Molina: “Por trágico designio, quien representó el
predominio de la juridicidad, cayó como resultado de una oscura época que nunca
debe reaparecer en el país”. Y, García Márquez, quien fue su estudiante en
la Universidad Nacional, complementa así. “…el maestro de derecho
constitucional, tenía fama de saber de memoria todas las constituciones del
mundo, y en las clases nos mantenía deslumbrados con el resplandor de su
inteligencia y su erudición jurídica, sólo entorpecida por su escaso sentido
del humor”.[77]
El 2 de abril de 1949, los doctores Guillermo
León Valencia y Carlos Lleras Restrepo, como delegados, respectivamente, de los
Directorios Nacionales del Partido Conservador y del Partido Liberal, redactaron
una declaración sobre los problemas de orden público y las situaciones de
violencia política que se estaban presentando en el país, y reconocieron la
necesidad de adelantar una acción conjunta destinada a mantener la paz en todas
las regiones de la República y a garantizar a todos los ciudadanos el ejercicio
de sus derechos.
Igualmente, en esa declaración, se acordaron
unos ideales comunes, que consagraban lo siguiente:
“Los
directorios nacionales no pueden terminar esta declaración conjunta sin afirmar
su total acuerdo para la defensa de los principios de la civilización
cristiana, de la unidad del continente americano y de los sistemas
democráticos, que son los comunes denominadores de los dos gloriosos partidos
que en un siglo largo de vida independiente han escrito la vida nacional”.[78]
Llegado el 9 de noviembre de 1949, los liberales
querían iniciar un juicio al presidente, por lo cual, Ospina Pérez clausuró las
sesiones del Congreso, confirió amplios poderes a los gobernadores para
controlar el orden público, impuso el control oficial de las comunicaciones
telefónicas y confirmó la declaratoria del Estado de Sitio en todo el
territorio nacional contra el parecer del Consejo de Estado, “entidad esta
que conceptuó que el propio gobierno era quien organizaba, fomentaba y ponía a
actuar la violencia a todo lo largo y lo ancho del territorio nacional”[79],
además estableció simultáneamente la censura de la prensa y la radio, suprimió
la libertad de reunión y prohibió a los jueces hacer uso normal de la atribución
constitucional de anular los actos del gobierno, modificando el sistema de
votación en la Corte Suprema de Justicia. A partir de esa fecha, se decretó un
toque de queda a partir de las ocho de la noche y se concretó el uso y el abuso
del artículo 121 de la Carta, por lo cual, hasta 1991 rigió en el país un
Estado de sitio permanente, con el cual, para ese momento, se conjuró un paro
armado que los liberales organizaban contra el gobierno para el 25 de
noviembre, dos días antes de las elecciones presidenciales, que tuvieron un
único candidato, ya que el liberal Darío Echandía se retiró de la contienda
argumentando no contar con las mínimas garantías.
Ospina Pérez nos legó, la oración de la
esperanza, tan actual como en el momento en que fue pronunciada:
“Que la paz y la armonía reinen pronto en todo
el territorio de la República: hagamos una patria más grande y más digna
gracias al esfuerzo común. Que cada día trae su afán y el de hoy es un afán de
pacificación de serenidad y de vigoroso esfuerzo en pro de la reconstrucción
nacional. Nada de amarguras ni de desalentador pesimismo. De pie sobre las
ruinas, yo creo en la Patria y tengo fe en Dios y en el pueblo colombiano”.[80]
La máxima intensidad de <La Violencia>,
ese monstruo que no aludía a nadie en concreto, sino a una especie de
“fatalidad histórica”[81],
alcanzó así su propósito desestabilizador, con el apoyo del modelo “chulavitas
versus tipacoques”, que se exportó a otras regiones del país como el Tolima.
Los chulavitas o chulas y los tipacoques, hacen alusión a los adictos a la
causa conservadora, enfrentados continuamente con los habitantes liberales de
la vereda de Tipacoque en Soatá (hoy municipio de Tipacoque), separados
solamente por el cauce del río Chicamocha. También existieron los “pájaros”,
bandas armadas al servicio de los conservadores, particularmente en el Valle
del Cauca.
Bien vale recordar que Malcom Deas habla de una
“violencia clásica”, que sería la comprendida entre 1946 y 1953, aunque otros,
como Fernando Gaitán, habla de Baja violencia (1902 – 1945) y Alta Violencia
(1946 – 1965).[82]
Esa periodización, que también se conoce como Pequeña Violencia (1930 – 1946), según
María del Rosario Vásquez Piñeros, “i) Se trata de una superposición de guerras
civiles no declaradas que afectan principalmente las regiones rurales, en la
provincia; ii) A lo largo de ellas prevalece la idea de exclusión política, y
por ende socio-económica, y la eliminación física del contrincante; iii) Estos
enfrentamientos, primero bipartidistas, después entre la izquierda y el statu
quo, han generado la formación de autodefensas, guerrillas y grupos
paramilitares, así como de sectores de la fuerza pública politizados”.[83]
El Presidente Ospina Pérez concluyó su gobierno
y “después consolidó una importante jefatura política en su partido que lo
llevó a las puertas de la reelección. En forma casi inmediata trabajó hasta su
muerte en la formación y consolidación del Frente Nacional, llegando a
constituirse en un patriarca en permanente entendimiento con los directivos de
ambas colectividades”[84], como
lo recordara el doctor Rodrigo Llorente Martínez.
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* Abogado, con estancia Post Doctoral en Derecho
Constitucional como Becario de la Fundación Carolina en la Universidad de
Navarra, España; estancia Post Doctoral en Historia en la Universidad del País
Vasco como Becario de AUIP; Doctor Magna Cum Laude en Derecho Canónico; Magíster
en Relaciones Internacionales y Magíster en Derecho Canónico y con
especializaciones en Bioética, Derechos Humanos, Derecho Administrativo y
Gestión Pública, Liderazgo Estratégico Militar, Gestión Ambiental y Desarrollo
Comunitario y, Derecho Constitucional. Es el Director del Programa de
Humanidades y del Departamento de Historia y Estudios Socio Culturales en la
Facultad de Filosofía y Ciencias Humanas de la Universidad de La Sabana, donde
es Profesor Asociado y Director del Grupo de Investigación en Historia de las
Instituciones y DDHH “Diego de Torres y Moyachoque, Cacique de Turmequé”.
Miembro de Número de la Academia Colombiana de Jurisprudencia, Individuo
Correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua, Miembro Correspondiente
de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales y Miembro
Honorario del Muy Ilustre Colegio de Abogados de Lima. Correo electrónico hernan.olano@unisabana.edu.co. Cuentas en
Twitter e Instagram: @HernanOlano Blog: http://hernanolano.blogspot.com
[1] El autor dedica el presente
texto a la memoria del doctor Mariano Ospina Hernández, quien un mes antes de
su fallecimiento en marzo de 2018, realizó la revisión y, de su puño y letra
realizó algunas correcciones al presente estudio.
[2] MENDOZA, Plinio Apuleyo. El País de mi Padre. Planeta, Bogotá,
D.C., 2013, p. 84.
[3] GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. Vivir para contarla. Grupo Editorial
Norma, Bogotá, D.C., 2002, p. 251.
[4] GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. Vivir para contarla. Op. Cit., p. 330.
[5] OCAMPO MARÍN, Héctor. Mariano Ospina Pérez el Presidente. Ediciones de la Cámara de Comercio de Medellín
para Antioquia, Medellín, 2001, p. 139.
[6] OCAMPO MARÍN, Héctor. Mariano Ospina Pérez el Presidente. Op. Cit., p. 29.
[7] OCAMPO MARÍN, Héctor. Mariano Ospina Pérez el Presidente. Op. Cit., p. 29.
[8] PASTRANA BORRERO, Misael. En el devenir del cambio: visión del
presente y agenda del futuro. El pensamiento de Misael Pastrana Borrero.
Ediciones del Senado de la República de Colombia., Bogotá, 1987, Tomo I, p. 47.
[9] LLORENTE MARTÍNEZ, Rodrigo. A manera de prólogo, en: OCAMPO MARÍN,
Héctor. Mariano Ospina Pérez. El
Presidente. Ediciones de la Cámara de Comercio de Medellín para Antioquia,
Medellín, 2001, p. xix.
[10] VALENCIA TOVAR, Álvaro. Los presidentes que yo conocí. Editorial
Planeta, Bogotá, D.C., 2013, p. 117.
[11] OCAMPO MARÍN, Héctor. Mariano Ospina Pérez el Presidente. Op. Cit., p. 140.
[12] Nacido el 24 de diciembre de
1879 y fallecido el 11 de marzo de 1965 a la edad de 85 años. Fue Prefecto de
la Congregación de los Ritos Sagrados, Vicario General de Roma, Cardenal Obispo
de Velletri y antes, Cardenal Presbítero de Santa María sopra Minerva y
Arzobispo titular de Apamea en Siria; Nuncio Apostólico en Checoslovaquia,
Bélgica y Luxemburgo, Cfr. http://www.catholic-hierarchy.org/bishop/bmicara.html, consultada el 24 de marzo de
2018.
[13] OCAMPO MARÍN, Héctor. Mariano Ospina Pérez el Presidente. Op. Cit., p. 145.
[14] La primera acción del ministro
Jorge Bejarano, fue luchar contra el consumo de coca y de chicha y, a partir
del primero de enero de 1949 se hizo efectiva la prohibición de venta de
bebidas fermentadas como la chicha en restaurantes o sitios de venta de comida.
Dicha campaña fue apoyada por la industria cervecera nacional que creció con el
apoyo gubernamental.
[15] TORRES DEL RÍO, César Miguel. Colombia Siglo XX. Desde la guerra de los
Mil Días hasta la elección de Álvaro Uribe. Segunda edición corregida y
aumentada. Primera reimpresión. Editorial Pontificia Universidad Javeriana,
Bogotá, D.C., 2017, p. 146.
[16] Ibíd, p. 146.
[17] TORRES DEL RÍO, César Miguel. Colombia Siglo XX. Desde la guerra de los
Mil Días hasta la elección de Álvaro Uribe, p. 139.
[18] López Pumarejo había disuelto en
su segundo gobierno el unirismo y Gaitán pasó a estar firmemente establecido en
el liberalismo. Nota de mariano Ospina Hernández.
[19] GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. Vivir para contarla. Op. Cit., p. 333.
[20] TORRES DEL RÍO, César Miguel. Colombia Siglo XX. Desde la guerra de los
Mil Días hasta la elección de Álvaro Uribe, pp. 153 - 154.
[21] ARIAS TRUJILLO, Ricardo. Historia de Colombia Contemporánea (1920 –
2010). ). Colección Ciclo Básico,
Universidad de los Andes, Bogotá, D. C., 2013, p. 104.
[23] El doctor Eduardo Zuleta Ángel fue
presidente de la Comisión Preparatoria y de la Primera Asamblea General de las
Naciones Unidas.
Nuestra Cancillería se refiere sobre el particular,
ratificando mi afirmación. Fuente: http://www.cancilleria.gov.co/international/multilateral/united-nations/uno
Y
este otro, donde el primer presidente agradece al Dr. Zuleta como miembro de la
Comisión preparatoria:
Y un agradecimiento al Dr. Zuleta al final del discurso de la
primera sesión plenaria, celebrada el jueves 10 de enero de 1946:
El PRESIDENTE (traducido del francés): Estimo que debo
limitarme hoy a dos expresiones de agradecimiento. No podría hablar ante
esta Asamblea sin manifestar, en nombre
de todos los que asistieron a las
sesiones de la Comisión Preparatoria,
nuestro agradecimiento y admiración por el Presidente de la misma, Dr.
Zuleta Ángel. No sé qué admirar más, si
su cordialidad, su autoridad afable, su orden o su método, pero si nuestros
trabajos han arribado a buen puerto, el éxito se lo debemos a él, y estoy seguro
de interpretar el criterio de la Asamblea al darle las gracias más expresivas.
Fuente:
http://www.un.org/depts/dhl/landmark/pdf/a-pv1s.pdf
Igualmente, el historiador Álvaro Tirado Mejía, dice:
“Terminada la reunión de San Francisco, Eduardo Zuleta Ángel fue elegido
presidente de la comisión preparatoria de la primera Asamblea General, que
sesionó en Londres. En tal calidad, intervino activamente en la escogencia de
Nueva York como la ciudad que albergaría definitivamente a la Organización. Así
mismo, participó en la consecución de los terrenos para la sede, los cuales
fueron donados por la familia Rockefeller, y en la decisión sobre el proyecto
arquitectónico referente a los edificios que la albergarían, por lo cual hubo
de estar en permanente comunicación con el famoso arquitecto Le Corbusier”.
[24] ZULETA TORRES, Margarita. El Bogotazo y la Novena Conferencia
Internacional Americana, en: AA.VV. Agua
y Fuego, cincuentenario del 9 de abril de 1948. Grafimpresos Editores,
Bogotá, D.C., 1998, p. 84.
[25] Estaba previsto compartir mesa
con Jorge Padilla, Alejandro Vallejo y Pedro Eliseo Cruz.
[26] Plinio Mendoza Neira era un
boyacense con las virtudes de su gente: inteligencia beligerante; vocación de
alineación; fidelidad a las ideas; sentido histórico, que era herencia normal
de la evolución de sus luchas. MORALES BENÍTEZ, Otto, prólogo, en: MENDOZA,
Plinio Apuleyo. El País de mi Padre.
Planeta, Bogotá, D.C., 2013, p. 12.
[27] El comentario se encuentra al
margen, escrito a lápiz en la versión original de este texto, por el doctor
Mariano Ospina Hernández en febrero de 2018.
[28] LLERAS
RESTREPO, Carlos. De la República a la
Dictadura. Testimonio sobre la política colombiana. Colección la Línea del
Horizonte. Planeta Editorial, Bogotá, D.C., 1997, p. 100.
[29] MENDOZA, Plinio Apuleyo. El País de mi Padre. Op. Cit., p. 83.
[30] GALEANO, Eduardo. Colombiando. Palabras sentipensantes sobre
un país violento y mágico. Selección y presentación Renán Vega Cantor. CEPA
Editores – Librería Pensamiento Crítico, Bogotá, D.C., 2016, p. 91.
[31] OSPINA, William. Colombia, donde el verde es de todos los colores.
Literatura Mondadori, Bogotá, D.C., 2013, p. 16.
[32] BRAUN, Herbert. Mataron a Gaitán. Vida pública y violencia
urbana en Colombia. Punto de Lectura
– Alfaguara, Bogotá, D.C., 2013, p. 397.
[33] GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. Vivir para contarla. Op. Cit., p. 335.
[34] OCAMPO MARÍN, Héctor. Mariano Ospina Pérez, el presidente.
Op. Cit., p. 191.
[35] Así llamada porque los jóvenes
jinetes santafereños hacían allí carerras de caballos.
[36] OCAMPO MARÍN, Héctor. Mariano Ospina Pérez, el presidente.
Op. Cit., p. 192.
[37] OCAMPO MARÍN, Héctor. Mariano Ospina Pérez, el presidente.
Op. Cit., p. 194.
[38] OCAMPO MARÍN, Héctor. Mariano Ospina Pérez, el presidente.
Op. Cit., p. 194.
[39] GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. Vivir para contarla. Op. Cit., pp. 336 -
337.
[40] GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. Vivir para contarla. Op. Cit., p. 347.
[41] MENDOZA, Plinio Apuleyo. El País de mi Padre. Op. Cit., p. 94.
[42] SANTOS
MOLANO, Enrique. El día que mataron a
Gaitán, en: CREDENCIAL HISTORIA. El 9
de abril. Edición 195, marzo de 2006, p. 4.
[43] GALEANO, Eduardo. Colombiando. Palabras sentipensantes sobre
un país violento y mágico. Op. Cit., p. 101.
[44] Comentario de Mariano Ospina
Hernández escrito al margen en el manuscrito original de este texto en febrero
de 2018.
[45] LÓPEZ MICHELSEN, Alfonso. Palabras pendientes. Conversaciones con
Enrique Santos Calderón. El Áncora Editores, Bogotá, D.C., 2001, pp. 30 – 31.
[46] Comentario de Mariano Ospina
Hernández escrito al margen en el manuscrito original de este texto en febrero
de 2018.
[47] GIRALDO, Fernando. Sistema de partidos políticos en Colombia.
Centro Editorial Javeriano CEJA, Colección Biblioteca del Profesional, Bogotá,
D.C., 2003, p. 31.
[48] VALENCIA TOVAR, Álvaro. Los presidentes que yo conocí. Op. Cit.,
p. 119.
[49] OCAMPO MARÍN, Héctor. Mariano Ospina Pérez, el presidente.
Op. Cit., pp. 207 - 208.
[50] TORRES DEL RÍO, César Miguel. Colombia Siglo XX. Desde la guerra de los
Mil Días hasta la elección de Álvaro Uribe, p. 155.
[51] TORRES DEL RÍO, César Miguel. Colombia Siglo XX. Desde la guerra de los
Mil Días hasta la elección de Álvaro Uribe, p. 155.
[52] Otros dicen
que en Cucunubá y para otros, su cuna era Bogotá, pues en esta ciudad, en el
barrio las Cruces, pues fue bautizado en la catedral y en la partida no se
especificó su origen geográfico.
[53] MENDOZA GARCÍA, Plinio Apuleyo. Entre dos aguas. Narrativa, Ediciones B,
Bogotá, D.C., 1ª reimpresión septiembre de 2012, pp. 134 – 135.
[54] Testimonio del abogado Carlos
Julio Ayala, primo de Gaitán, en: ABELLA, Arturo. Así fue el 9 de abril. Internacional de Publicaciones, Bogotá,
1973, p. 11.
[55] GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. Vivir para contarla. Op. Cit., p. 252.
[56] POSADA DÍAZ, Jaime. Historia, actualidad y porvenir del
liberalismo colombiano. Con mi abuelo Lorenzo María por Alberto Lleras.
Tomo II. Ediciones Universidad de América e Internacional Socialista, Bogotá,
D.C., 2009, p. 196.
[58]
DEAS, Malcolm. Intercambios violentos y dos
ensayos más sobre el conflicto en Colombia, Taurus – Colección Pensamiento. Penguin Random
House, Bogotá, D.C., 2015, pp. 48 - 49.
[59] DEAS, Malcolm. Intercambios violentos y dos ensayos más
sobre el conflicto en Colombia, pp. 114 - 115.
[60] ARIAS TRUJILLO, Ricardo. Historia de Colombia Contemporánea (1920 –
2010). Op. Cit., p. 102.
[61] ABELLA, Arturo. Así fue el 9 de abril. Internacional de
Publicaciones, Bogotá, 1973, pp. 12 - 13.
[62] DEAS, Malcolm. Intercambios violentos y dos ensayos más
sobre el conflicto en Colombia, p. 91.
[63] ARIAS TRUJILLO, Ricardo. Historia de Colombia Contemporánea (1920 –
2010). Op. Cit., p. 95.
[64] OCAMPO MARÍN, Héctor. Mariano Ospina Pérez, el presidente.
Op. Cit., p. 209.
[65] ZULETA TORRES, Margarita. El Bogotazo y la Novena Conferencia
Internacional Americana, en: AA.VV. Agua
y Fuego, cincuentenario del 9 de abril de 1948. Op. Cit., p. 112.
[66] VALENCIA TOVAR, Álvaro. Los presidentes que yo conocí. Op. Cit.,
pp. 122 -123.
[67] El doctor
García, historiador y educador antioqueño, nacido en Fredonia Antioquia el 7 de
agosto de 1894, fue rector de la Universidad de Antioquia, Rector del Colegio
Nacional de San Bartolomé y Fundador y Primer Rector de la Universidad La Gran
Colombia y del Colegio Francisco de Miranda. Es el padre de la educación
superior universitaria en América Latina, ya que gracias a su empeño, miles de
personas han podido acceder a la educación nocturna. Falleció en Bogotá el 15
de junio de 1959.
[68] Comentario de Mariano Ospina
Hernández escrito al margen en el manuscrito original de este texto en febrero
de 2018.
[69] ZULETA TORRES, Margarita. El Bogotazo y la Novena Conferencia
Internacional Americana, en: AA.VV. Agua
y Fuego, cincuentenario del 9 de abril de 1948. Op. Cit., p. 127.
[70] ZULETA TORRES, Margarita. El Bogotazo y la Novena Conferencia
Internacional Americana, en: AA.VV. Agua
y Fuego, cincuentenario del 9 de abril de 1948. Op. Cit., p. 80.
[71] AZULA BARRERA, Rafael. De la revolución al orden nuevo. Bogotá,
1956, p. 437.
[72] TORRES DEL RÍO, César Miguel. Colombia Siglo XX. Desde la guerra de los
Mil Días hasta la elección de Álvaro Uribe, p. 156.
[73] LLERAS RESTREPO, Carlos. Crónica de mi propia vida. Tomo IX.
Círculo de Lectores e Intermedio Editores, Bogotá, 1992, p. 474.
[74] MORALES MOLINA, Hernando. Semblanza de Jorge Soto del Corral.
Revista de la Academia Colombiana de Jurisprudencia # 210-211, pp. 33 y 34.
[75] GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. Vivir para contarla. Op. Cit., p. 445.
[76] MORALES MOLINA, Hernando. Op.
Cit., p. 34.
[77] GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. Vivir para contarla. op. Cit., p. 321.
[78] LLERAS
RESTREPO, Carlos. De la República a la
Dictadura. Testimonio sobre la política colombiana. Op. Cit., p. 126. La
declaración fue firmada por Carlos Lleras Restrepo, Guillermo León Valencia,
Francisco José Chaux, Augusto Ramírez Moreno, Jorge Uribe Márquez, Luis Navarro
Ospina, José María Villareal y Gilberto Alzate Avendaño.
[79] RIVADENEIRA VARGAS, Antonio
José, Historia Constitucional de Colombia 1510 – 1978.
Editorial Horizontes, Bogotá, 1978,
p. 155.
[80]OSPINA HERNÁNDEZ, Mariano. Las lecciones de Mariano Ospina Pérez, en:
AA.VV. Agua y Fuego, cincuentenario del 9
de abril de 1948. Op. Cit., p. 162.
[81] ARIAS TRUJILLO, Ricardo. Historia de Colombia Contemporánea (1920 –
2010). Op. Cit., p. 89.
[82] DEAS, Malcom y GAITÁN, Fernando.
Dos ensayos especulativos sobre la
violencia en Colombia, Tercer Mundo, Bogotá, D.C., 1995, pp. 13, 206 – 209.
[83] VÁSQUEZ PIÑEROS, María del
Rosario. La Iglesia en la época de La
Violencia. Apuntes críticos a la historiografía viviente. Notas de clase.
[84] OCAMPO MARÍN, Héctor. Mariano Ospina Pérez el Presidente. Op.
Cit., p. xviii.
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