Publicado en: Revista Cristovisión, # 15, Vol. 2, febrero de 2016.
La celebración de la primera Cuaresma, tuvo lugar en el siglo
IV, según el testimonio de Eusebio, consolidándose en Oriente como en Occidente
como una conmemoración importante más o menos en el año 385, cuando la
preparación pascual, por entonces de seis semanas con ayuno diario, fue
extendiéndose entre los creyentes, aunque ya en la Didascalia, se señalaba que
su duración era de una semana, con un ayuno de sentido ascético.
Según diversos teólogos, "Durante los siglos VI-VII,
varió el cómputo del ayuno, pasando del primer domingo de cuaresma, al Jueves
Santo incluido, es decir una Quadragesima, es decir, —cuarenta días—, a una
Quinquagésima, o sean cincuenta días, contados desde el domingo anterior al
primero de Cuaresma, hasta el de Pascua; a una Sexagésima, que retroceden un
domingo más y terminan el miércoles de la octava de pascua, y finalmente a una
Septuagésima, que serían sesenta días, ganando un domingo más y concluyendo el
segundo domingo de pascua. Este nuevo período tenía carácter ascético y debió
introducirse por influencias del Oriente."
Curiosamente, en el Libro de Buen Amor, texto medieval
español redactado alrededor de 1330, Juan Ruiz Arcipreste de Hita nos habla del
significado simbólico de la Pascua y la Cuaresma a partir de una simpática alegoría:
don Carnal, hombre mundano y amante de los placeres, es retado por doña
Cuaresma a sostener una batalla que tendrá lugar al cabo de una semana; el reto
ha sido lanzado el jueves anterior al día que hoy conocemos como Miércoles de
ceniza.
Tradicionalmente, la Cuaresma se caracterizaba por la
Preparación de la comunidad cristiana a la Pascua; el Catecumenado y, la
penitencia canónica. Sin embargo, hoy en día, comienza desde el Miércoles de
ceniza y concluye antes de celebrarse la misa vespertina in Coena Domini;
período que siendo una unidad, se desarrolla a lo largo del tiempo asignado por
la Iglesia, el cual incluye el Miércoles de ceniza, los domingos, agrupados en
el binomio, I-II; III, IV y V; y el domingo de Ramos de la Pasión del Señor, la
Misa Crismal y las ferias de Cuaresma, época en que la catequesis consiste en
la conversión del corazón y el culto que desde el interior, es debido a Dios;
el perdón fraterno, como requisito indispensable para obtener el perdón de
Dios, y la renovación personal de la vida y la entrega amorosa a los demás,
como frutos del Misterio Pascual.
En la Cuaresma, sólo se celebran un máximo de cuatro
festividades como San Cirilo y San Metodio, el 14 de febrero; el 22 de febrero
la Cátedra de San Pedro; el 19 de marzo, San José, casto esposo de la Virgen
María; y, la Anunciación del Señor el 25 de marzo.
La Cuaresma se resume en el tiempo que nos permite
intensificar el camino de la propia conversión en la vía hacia la Pascua.
Desde 1963, la Constitución Sacrosantum Concilium sobre la
Sagrada Liturgia, considera a la Cuaresma como el tiempo litúrgico en el que
los cristianos nos preparamos a celebrar el misterio pascual, mediante la
conversión interior, el recuerdo o la celebración del Bautismo y, la
participación en el sacramento de la Reconciliación, participando en las
acciones “penitenciales, individuales y colectivas”.
Durante la cuaresma se omite siempre el "Aleluya"
en toda celebración. Se suprimen los adornos y flores de la iglesia, así como
la música, excepto el IV Domingo. Excepto en los domingos y en las solemnidades
y fiestas que tienen prefacio propio, cada día se dice cualquiera de los cinco
prefacios de Cuaresma.
Los domingos se omite el himno del "Gloria",
reservado para las solemnidades y fiestas. Igualmente, antes de la proclamación
del evangelio, el canto del "Aleluya" se cambia por alguna otra
aclamación a Cristo y, ese día no se puede celebrar ninguna otra misa que no
sea la del día.
Pero sin duda alguna, la Cuaresma es un tiempo para
considerar a Cristo crucificado, para realizar la Lectura de la Pasión del
Señor, para rezar el Vía Crucis y para acompañar con el ayuno a la virgen
dolorosa, pues abandonamos así al hombre viejo y al pecado, por un hombre nuevo
y nuestra propia redención.
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