Publicado en: http://historiasferrerinas.blogspot.com.co/2016/02/mi-primer-voto.html
Mi cédula de ciudadanía acababa de ser expedida y, como estudiante de Derecho y Ciencias Políticas, tenía una natural inclinación hacia los temas importantes del país, entre ellos, un episodio emocionante que cambiaría la vida de los municipios colombianos: La primera elección popular de alcaldes.
Fruto
de la denominada “Reforma del Centenario”, el Acto Legislativo # 1 de 1986 se
constituía en la gran enmienda # 74 de la Carta Superior vigente por entonces,
pues aunque siempre se ha citado la importancia de las modificaciones de 1910, 1936,
1945, 1957, 1968, entre otras, siempre se pensó que la que más ponía a los pies
de la gente del común la Carta mayestática de Caro y Núñez era la reforma de
1986, promovida por el Ministro de Gobierno Jaime Castro, <<padre de la
descentralización>>, durante la administración del presidente Belisario
Betancur y materializada por su sucesor, el presidente Virgilio Barco.
En
esa reforma constitucional se consagraba la elección popular de alcaldes y la
posibilidad de convocar consultas populares de carácter municipal o distrital.
Recuerdo
que en Tunja, mi ciudad, la consulta popular se estrenó preguntándole a la
gente quién debería ser el candidato oficial del conservatismo a la alcaldía;
entre ellos -que eran tres-, estaba mi
padre, quien a la larga fue honrado por la Convención Municipal Conservadora
como <<Alcalde honorario>> de la ciudad.
Sabiendo
que mi padre no sería ya el candidato a la alcaldía, no me “amarraba” para
votar por el candidato del alvarismo, (mi padre era del Ospino-pastranismo), y,
conociendo cierto artículo del por entonces recién expedido Código Nacional
Electoral, que determinaba que en cada municipio de Colombia debería haber un “Delegado
Presidencial”, fui con un par de compañeros –que a la larga no quisieron
aceptar la designación-, a un garaje de la carrera octava con calle octava, en
lo que hoy es la plazoleta de la Vicepresidencia de la República y, di mi
nombre para ser designado por el conservatismo (aún no se había “desmontado” el
artículo 120 de la Carta del 86 sobre paridad política) para representar a la
colectividad en el amplio listado de delegados nombrados por Decreto y a
quienes nos sortearían para presidir la primera elección popular de alcaldes en
algún municipio colombiano.
Tres
días antes de las elecciones, a eso de las diez de la noche, recibí una llamada
en la cual me notificaban que había sido designado Delegado del Presidente de
la República en San Vicente Ferrer, Antioquia.
Acepté
sin saber dónde quedaba el municipio, pues al son de tener esa dignidad,
recibir un pasaje y viáticos, cualquier muchacho de 19 años se arriesgaría a
esa aventura.
Viajé
a Medellín y desde la terminal de transportes conseguí una buseta que pasaba
frente al pueblo, ya que no entraba al mismo. Me dejó en las faldas del cerro y
subí un buen tramo a pie para presentarme el sábado víspera de las elecciones
ante el Alcalde.
Esperando
buscar dónde alojarme, no había en aquel municipio posibilidades, así que el
Alcalde, quien vivía en la alcaldía, nos ofreció al delegado liberal y a mí,
dos catres ubicados detrás del Despacho y él se fue donde algún vecino amigo.
Allí,
en la mesa número uno, muy a las 8:05 a.m., luego de escuchar los himnos
nacional, de Antioquia y de San Vicente, voté por primera vez.
Lo
hice por las listas de una Representante conservadora a quien conocí allí y de
la cual no recuerdo el nombre, creo que se llamaba Luz. Así mismo, por la lista
a la Asamblea, el Senado, el Concejo y el Alcalde de esa línea conservadora. El
delegado liberal, que me dijo trabajaba en al Superintendencia de Industria y
Comercio, lógicamente votó por el candidato liberal, que no tenía opción en ese
certamen político.
Almorzamos
en un restaurante al lado de la alcaldía con los cinco o seis delegados de la
gobernación; eran servidores públicos de la Secretaría de Salud Departamental,
quienes además me llevaron a Medellín esa noche.
No hay comentarios:
Publicar un comentario