Cuando Francisco, el lunes 7
de julio de 2014 celebró la Eucaristía en la
Casa Santa Marta ante las víctimas de pederastia y les dijo: “Desde hace tiempo siento en el corazón el profundo
dolor, sufrimiento, tanto tiempo oculto, tanto tiempo disimulado con una
complicidad que no, no tiene explicación, hasta que alguien sintió que Jesús
miraba, y otro lo mismo y otro lo mismo… y se animaron a sostener esa mirada”.
Es que esos
actos reprobables
cometidos por algunos sacerdotes y obispos que
violaron la inocencia de menores y su propia vocación sacerdotal al abusar
sexualmente de ellos ha sido una de las grandes preocupaciones recientes de la
Iglesia.
La desesperación
y la angustia emocional y espiritual, así como el sufrimiento de las familias que
ha sido especialmente graves ya que el daño provocado por el abuso, afecta a
estas relaciones vitales de la familia.
Cuando en 2014 un periodista le preguntó a su regreso de Tel
Aviv sobre este flagelo, Francisco le contestó: “Un sacerdote que hace esto
traiciona el Cuerpo del Señor, porque ese sacerdote debe llevar al niño, a la
niña, al muchacho, a la muchacha, a la santidad; y ese muchacho, esa niña, se
confían, y él, en lugar de llevarlos a la santidad, abusa de ellos. ¡Y eso es
muy grave! Es como… voy a hacer solo una comparación: ¡es como celebrar una
misa negra!”.
El Santo Padre, en su regreso de México en 2016, ante una
nueva pregunta sobre el tema, también expresó: “Un obispo que cambia de
parroquia a un sacerdote, cuando se verifica un caso de pedofilia, es un
inconsciente, y lo mejor que puede hacer es presentar su renuncia. ¿Clarito?”.
Ya Pablo VI, convencido
de que la Iglesia debe iniciar un diálogo con el mundo con el que tiene que
vivir, publica la encíclica Ecclesiam
suam, pidiendo que la Iglesia profundice sobre la conciencia de sí misma,
que corrija los defectos de los propios miembros y haga tender a estos a una
mayor perfección y que la institución eclesial se pregunte ¿Qué tipo de
relaciones debe establecer con el mundo que lo rodea, donde ella vive y
trabaja? Esas relaciones deberían ser las de cercanía y con ella prudencia,
vulnerada por muchos que se aprovecharon de la debilidad e indefensión de
personas, que bien por inmadurez, por ignorancia, o por proceder de hogares
destruidos, necesitaban de afecto, que se tradujo en atenciones de otro tipo,
aunque no existe evidencia alguna de que los sacerdotes estén más
inclinados a abusar de los niños que otros grupos de hombres.
Como lo señala Deal Hudson en Catholic.net,
“Los obispos, comenzando con el Papa Pablo VI en 1967, publicaron una
advertencia dirigida a los fieles sobre las consecuencias negativas de la
revolución sexual. La encíclica papal Sacerdotalis
coelibatus (sobre el celibato
sacerdotal), trató el tema del celibato sacerdotal en medio de un ambiente
cultural que exigía mayor "libertad" sexual. El Papa volvió a
reafirmar el celibato al mismo tiempo que apelaba a los obispos para que
asumieran responsabilidad por "los
hermanos sacerdotes afligidos por dificultades que ponen en peligro el don
divino que han recibido". Aconsejaba a los obispos que buscaran ayuda
para estos sacerdotes, o, en casos graves, que pidieran la dispensa para los
sacerdotes que no podían ser ayudados. Además, les pidió que fuesen más
prudentes al juzgar sobre la aptitud de los candidatos al sacerdocio.”
En un gesto similar al de San Juan Pablo II al pedir perdón a
los judíos, como hermanos mayores en la fe, por el Holocausto, Francisco, como
ya lo había hecho Benedicto XVI, pidió perdón por los pecados de omisión por parte de líderes de la
Iglesia que no han respondido adecuadamente a las denuncias de abuso
presentadas por familiares y por aquellos que fueron víctimas del abuso, lo
cual lleva todavía a un sufrimiento adicional a quienes habían sido abusados y
puso en peligro a otros menores que estaban en situación de riesgo.
Desde el 2001, con la
Carta Apostólica Motu Proprio
data «Sacramentorum sanctitatis tutela», relativa a las Normae de gravioribus delictis reservados a la Congregación para la
Doctrina de la Fe, determinó que los delitos más graves contra la moral,
reservados al juicio de la Congregación para la Doctrina de la Fe, son:
1º El delito contra el sexto mandamiento
del Decálogo cometido por un clérigo con un menor de 18 años. En este número se
equipara al menor la persona que habitualmente tiene un uso imperfecto de la
razón;
2º La adquisición, retención o
divulgación, con un fin libidinoso, de imágenes pornográficas de menores, de
edad inferior a 14 años por parte de un clérigo en cualquier forma y con
cualquier instrumento.
Ya en marzo de
2010, el papa emérito Benedicto XVI había realizado un acto similar al de
Francisco, al escribirles una Carta Pastoral a los católicos de Irlanda, debido
a la respuesta,
a menudo inadecuada que han recibido las personas por parte de las autoridades
eclesiásticas, para expresar su cercanía y proponer un camino de curación,
renovación y reparación.
En los apartes de su carta, Benedicto XVI insistía en que:
“Habéis sufrido inmensamente y eso me apesadumbra en verdad. Sé que nada puede
borrar el mal que habéis soportado. Vuestra confianza ha sido traicionada y
vuestra dignidad ha sido violada. Muchos habéis experimentado que cuando
teníais el valor suficiente para hablar de lo que os había pasado, nadie quería
escucharos. Los que habéis sufrido abusos en los internados debéis haber
sentido que no había manera de escapar de vuestros sufrimientos. Es
comprensible que os resulte difícil perdonar o reconciliaros con la Iglesia. En
su nombre, expreso abiertamente la vergüenza y el remordimiento que sentimos
todos. Al mismo tiempo, os pido que no perdáis la esperanza”.
Desde que se comenzó a entender plenamente la gravedad y la
magnitud del problema de los abusos sexuales de niños en instituciones
católicas, la Iglesia ha llevado a cabo una cantidad inmensa de trabajo en
muchas partes del mundo para hacerle frente y ponerle remedio, Francisco
continúa por ese camino, animado por la gracia que debe estar en el perdón y en
la reconciliación, válida para cualquier esquema de conflicto.
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