El
conocimiento de los estudiantes no supone un trabajo personal sino dialógico
por su propia naturaleza; allí cobra un valor fundamental la amistad, que es la
esencia de la vida universitaria, una labor de edificación mutua y generosa que
significa transmitir mi conocimiento a otros, darme, abrirme horizontes,
recomendar, sugerir y compartir. Esa amistad debe ser también muy intensa con
los estudiantes; sin ser lejanos, debemos compartir prudentemente con ellos.
Es
la convivencia lo que forma, decía san Josemaría Escrivá y eso es la vida
universitaria, un convivir, un estar juntos, acompañarse, seguirse, admirarse,
crecer juntos continuamente, investigar, asesorar, proyectarse, etc., por eso
debemos ayudar a otros por los caminos que ya hemos transitado, por ejemplo,
con las tesis de grado donde acompañar es más que dirigir, es a veces
convertirse en un paño de lágrimas, pero a su vez en la persona que le presenta
las opciones adecuadas para que pueda solucionar sus problemas; eso nos pone a
los profesores en el camino de la generosidad.
Sin
embargo, debemos combatir situaciones que desvirtúan la amistad, para que no se
vuelva un dar para que me den, ya que un profesor no puede pedir, debe dar y
solo esperar que ellos, sus estudiantes, sean mejores y lo superen y luego se
conviertan en sus colegas, puesto que muchas veces el "vedettismo"
hace que cada profesor o profesora se considere una diva que a veces solo busca
perjudicar a sus colegas con la envidia que caracteriza a muchos incapaces. De
ahí que sea tan importante recordar que los profesores se dividen en tres, los
sabios, que enseñan lo esencial; los viejos, que enseñan lo que es y, los
jóvenes, que enseñan más de lo que saben.
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