jueves, 29 de septiembre de 2011

El politólogo José Benjamín Rodríguez Iturbe.

Abogado, y dos veces Doctor en Derecho (in utroque iure) Civil y Canónico. Fue profesor en las Universidades Monteávila (dónde ocupó la decanatura) y Central de Caracas en Venezuela. Autor de diecinueve libros. Fue Presidente de la Cámara de Diputados de Venezuela y Representante a la Cámara de 1970 a 1999. Miembro de la Unión Inteparlamentaria, Presidente de la Internacional Demócrata Cristiana. Condecorado con la Orden Nacional al Mérito de Francia, la Orden del Libertador San Martín de la Argentina, la Orden de la Democracia del Congreso de Colombia y en su patria con las órdenes: Del Libertador y Francisco de Miranda, entre otras. Profesor Titular y Ex Director del Instituto de Humanidades en la Universidad de La Sabana. Ha publicado varios libros, destacándose recientemente su libro sobre TROTSKY.

Néstor Pedro Sagüés, maestro del Derecho Procesal Constitucional.

El Maestro Sagüés, es Abogado recibido en la Universidad Nacional del Litoral.  Doctor en Derecho por la Universidad de Madrid y Doctor en Ciencias Jurídicas y Sociales por la Universidad Nacional del Litoral, 1966. Becario del Instituto de Cultura Hispánica de Madrid, 1963; de la Facultad Internacional de Derecho Comparado de Estrasburgo en 1964 y de la Academia de Derecho Internacional de La Haya en 1969. Doctor Honoris Causa por la Universidad de San Martín, Lima. Profesor Honoris Causa de las Universidades de Arequipa, Huancayo, San Luis, etc. Profesor Distinguido de la Universidad Externado de Colombia. Joven Sobresaliente otorgada por la Cámara Junior de Buenos Aires, 1981. Premio Anual otorgado por la Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba, 1991. Premio Anual otorgado por el Colegio de Abogados de Rosario, 1973. Premio Anual otorgado por el Colegio de Magistrados de Santa Fe, 1973. Premio otorgado por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, 1987. Diploma al Mérito en Derecho Constitucional, Premio de la Fundación Konex, 1996. Profesor Titular Ordinario de Derecho Constitucional de la Universidad de Buenos Aires, desde 1989. Profesor Titular Ordinario de Derecho Constitucional de la Universidad Católica Argentina, desde 1984. Profesor Visitante de la Universidad de San Marcos, Lima. Académico Nacional en Ciencias Morales y Políticas y en Derecho y Ciencias Sociales.  Juez de la Cámara de Apelaciones de Rosario, desde 1983. Dentro de sus obras encontramos: "Derecho Procesal Constitucional" - 4 tomos, a partir de 1979, varias ediciones; "Mundo Jurídico y Mundo Político" – 1977; "Elementos de Derecho Constitucional" - 2 tomos, 1993. "Representación Política" - 1973 y, "La demagogia" – 1981, entre otros.

Mario Valenzuela, S.J.

Dentro de las fuentes primarias para la historia del derecho colombiano, bien merece la pena resaltar al sacerdote jesuita MARIO VALENZUELA PIESCHACÓN, S.J., quien editó su primer libro “Notas Jurídico Teológicas según el Derecho Colombiano” de 92 páginas en la Imprenta de la Diócesis de Pasto y el “Compendio del Derecho Civil en Armonía con la Conciencia” de 184 páginas en la ImprentaEl Istmo” de Panamá, correspondiendo éste a la tercera edición que se sumó a la de 1898 editada en Bucaramanga y que no hemos podido conseguir, titulada “El Código Civil Colombiano en Armonía con la Conciencia”. El autor ha expresado en uno y otro de los consultados, que en el texto presenta una exposición jurídico-moral acerca del derecho colombiano y con los extractos y comentarios incluidos en el estudio, se podrá “dar acertado consejo en los casos más frecuentes, y conocer cuándo deben abstenerse de resolver por sí solos”.

En el texto original de 1895, el padre VALENZUELA PIESCHACÓN S.J. incluyó 456 reglas y en el segundo, de 1910, 631 reglas, en las que ha querido abarcar un resumen del Código Civil, para lo cual explica su metodología: “Los números arábigos que van del todo sueltos, se refieren a los artículos de nuestro Código Civil. Los de otras leyes se indican en esta forma: 861. 153 de 87 -artículo 86 de la ley 153 de 1887. Cuando precede una n. se cita el número marginal de estos apéndices y suele ir en bastardilla”, aquí he compilado 820 reglas muy claras que espero sean de utilidad.

En cuanto al prólogo del primer texto citado, éste ha sido escrito por el Obispo de Pasto, Su Excelencia don Manuel José de Caicedo y Cuero[1], quien por esa vía expidió en abril 28 de 1895 el nihil obstat[2], para que este texto fuese utilizado para el estudio de la asignatura Teología Moral en el Seminario de Pasto y en los otros que lo asimilaran.

Se recomendaba en el permiso episcopal la lectura del texto a los laicos y a los sacerdotes, ya que según el Prelado, “allí encontrarán la acertada resolución de los casos que con frecuencia tendrán entre manos en materia tan difícil como es la que se roza con la propiedad particular y los contratos, en que deben tenerse en cuenta el derecho civil patrio”.

El texto de 1810 contaba con el imprimatur y la bendición de todo corazón del Obispo de Panamá, Su Excelencia don Francisco Javier Junguito, S.J.[3], quien destacaba que el texto, “tan felizmente concebido”, permitiría a doctos y legos “minorar las dificultades que se ofrecen en la solución de algunos casos en que necesariamente deben tenerse en cuenta las prescripciones de la Ley Civil, para satisfacer los deberes de conciencia” y solicita al autor que “no desmaye en su propósito de hacer una nueva edición de trabajo tan útil al moralista como al Jurisconsulto.

La edición publicada por VALENZUELA PIESCHACÓN en 1910, estaba dedicada “En homenaje de amor y respeto” a los Muy Ilustrísimos Señores Bernardo Herrera Restrepo, Arzobispo de Bogotá y Primado de Colombia; Manuel José de Caicedo y Cuero, Arzobispo de Medellín; Pedro Adán Brioschi, Arzobispo de Cartagena; Manuel Antonio Arboleda, Arzobispo de Popayán; Estebán Rojas, Obispo de Garzón; Evaristo Blanco, Obispo de Pamplona; Nacianceno Hoyos, obispo de Manizales; Javier Junguito, Obispo de Panamá; Ismael Perdomo, Obispo de Ibagué; Fray Francisco Simón, Obispo de Santa Marta; Eduardo Maldondo Calvo, Obispo de Tunja; Adolfo Perea, Obispo de Pasto; Fray Anastasio Soler, Vicario de la Guajira y José María Guyot, Vicario de San Martín.

El Padre Mario VALENZUELA PIESCHACÓN, S.J.[4], había nacido en Bogotá el 19 de enero de 1836 y fue llamado así por el nombre del santo del día. Hijo de don Menandro Valenzuela Ortega y Sánz de Santamaría y de doña Florentina Pieschacón y Calvo, ambos de acendrada estirpe bogotana.

Ingresó a la edad de nueve años al Seminario Menor de Bogotá y luego fue puesto al cuidado de los Jesuitas, quienes desterrados, fundaron en Kingston, Jamaica, un Colegio en 1850, el St. George´s College Student, al cual fue enviado Mario, y fuera posteriormente reconocido como el mejor estudiante del siglo XIX. Dicho premio, curiosamente fue recibido en nombre del estudiante por el señor Embajador de Colombia en Jamaica. Pasando luego al Colegio de Jesuitas de Guatemala, regresó a Bogotá en 1852 y, al año siguiente, cuando contaba con 17 años, antes de partir al Colegio Pío Latinoamericano de Roma, falleció su padre, con lo cual no pudo asumir ese destino. Por esa razón prosiguió en Bogotá estudios en filosofía y ciencias jurídicas en la Universidad Nacional y allí refutó las teorías de Bentham en tres artículos titulados “Apuntamientos sobre el principio de utilidad”, estudio contra el utilitarismo que le mereció una elogiosa carta de Mariano Ospina Rodríguez.

Diego Fallón dijo de él: “cuando Mario era chino, que apenas podía abrocharse la camisa y lloraba porque tardaba el almuerzo, ya sabía más que sus profesores[5].

Colaboró con los periódicos “La Guirnalda”, “El Porvenir” y “El Liceo Granadino” y muchos años después en las revistas “Horizontes” de Bucaramanga y “El Mensajero del Corazón de Jesús” en Bogotá. Trabajó en el Instituto de Cristo, colegio fundado por José Joaquín Ortiz. Como soldado enfrentó la dictadura de José María Melo y luego volvió a la vida ordinaria. Su fama de joven ilustrado lo llevó a la Asamblea Constituyente de Cundinamarca en 1857, donde fue Diputado y Secretario de la misma, contando tan sólo con veintiún años.

Ese mismo 1857 trajo a Colombia la Sociedad de San Vicente de Paúl (incluso en su lápida quiso que se grabara “Fundador de la Sociedad de San Vicente de Paúl”). Fue en 1858 profesor del Colegio de Boyacá en Tunja y de allí pasó de nuevo a Bogotá para ingresar al noviciado o “Casa de Probación” de los Jesuitas, ubicada en la “Huerta de Jaime” o “Plaza de los Mártires” y siendo novicio dictó gramática ínfima en el San Bartolomé.

Luego del destierro de los Jesuitas decretado por Mosquera, viajó al Colegio de Estudios Superiores de Guatemala, donde llegó el 26 de septiembre de 1861 y fundaría allí dos revistas “Estudios del Colegio seminario” y, “La Sociedad Católica”. Expulsados de Guatemala los Jesuitas, viajó a León, Nicaragua, donde el 30 de octubre de 1877 hizo sus últimos votos solemnes y se dedicó a la actividad misional. Escribió una monografía sobre la erupción del volcán Momotombo del 4 al 6 de septiembre de 1878; fue Procurador de toda la Misión Centro-Americana de la Compañía de Jesús y pasó a Matagalpa y a San Salvador.

De El Salvador fueron también expulsados los Jesuitas en 1872 y Mario pasó a Panamá, siendo allí desde donde comenzó toda la labor de restauración de la Compañía de Jesús en Colombia en 1884, por invitación que un año antes le hiciera Rafael Núñez, quien había arribado a Ciudad de Panamá procedente de París. A este se atribuye la fase sobre VALENZUELA (<<el santo Padre Mario>>, como se le ha llamado muchísimas ocasiones): “era un hombre eminente en virtud, ciencia y literatura y uno de los Jesuitas más capaces, por su larga experiencia y conocimiento del país”.

Fue entonces Superior en Panamá y luego en Bogotá y Medellín hasta 1890, año en el cual enseñó retórica y álgebra en San Bartolomé, del que este periodista, educador y teólogo, sería rector de 1884 a 1887; en 1891 pasó a Chapinero a continuar con su magisterio de teología en la Casa de Probación y dirigió misiones en Chitagá, Cácota y Labateca. En 1893 fue destinado a regir el Colegio de Pasto y fue durante su rectorado que escribió sus “Notas Jurídico Teológicas”, que hoy prologamos. “Si ya no fuera tan célebre el nombre del Padre Valenzuela, esta obra hubiera bastado para darle gloria. Los Seminarios se apresuraron a adoptar tan útil libro como texto de los Teologazos, ya que la materia en él tratada contiene doctrinas tan prácticas en el estudio de la Moral y el Derecho Canónico, y aun en el Derecho Público Eclesiástico en particular”.

Demos de este libro una breve idea. Después de algunos sapientísimos Preliminares sobre la Autoridad, la ley, la costumbre y la propiedad, la división en partes es la siguiente: Justicia, Dominio, Contratos y Actos Análogos, Violación del Derecho, y Matrimonio. En un apéndice titulado Notas varias trata asuntos prácticos sobre el juramento y los jurados, y define sintéticamente los deberes de los legisladores. Entre estas Notas descuella una tesis muy interesante acerca del sufragio político, y plantea la cuestión de si hay obligación de dar el voto en los comicios populares. Sentencia que esa obligación existe, en virtud de la justicia legal; y confirma su decisión con la enseñanza de León XIII en la Encíclica Inmortale Dei. Esta materia ha sido después más perfectamente decidida por la Diceología y por las instrucciones de la Iglesia[6].

Más tarde fue el primer rector del Colegio de San Pedro Claver de Bucaramanga,  ciudad a la que llegó para fundarlo el 8 de enero de 1897 dentro de la inmensa Casa de los Mutis, frente a la iglesia de San Laureano. En dicho Colegio –según Roberto Harker Valdivieso[7]- “se ofreció a la juventud el insobornable aporte de una comunidad dedicada a la formación de las clases dirigentes. Así pasaron muchos años de ponderable acción educativa. Los diferentes gobiernos intensificaron su tarea alrededor del claustro y luego fue construido un imponente edificio en la parte oriental del Parque del Centenario. Pero en 1933 la hueca voz de un diputado atizó en la asamblea Departamental una conjura contra la educación religiosa. El contrato vigente fue anulado. Se oyeron muchas voces de solidaridad con los religiosos. En los balcones de la casa los dirigentes del pueblo santandereano arengaron a la raza. Pero los jesuitas fueron arrojados de su hogar. Unos creyentes descolgaron la imagen del Cristo de la agonía y a su lado veinte mil personas desfilaron el 13 de julio de 1937 hasta la nueva Capilla del Barrio Sotomayor. Con ese oficio fúnebre, con oraciones y súplicas de perdón, se describió para la historia la insólita acción de los libres pensadores. Y como una rara fuerza escultórica asomada al pueblo, el Cristo todavía refluye su languidez sobre la memoria de aquellos que clavaron astillas en el cuerpo de la Iglesia. La rectoría la ocupó hasta 1899, cuando fue nombrado Teólogo Consultor para acompañar al Arzobispo de Bogotá Bernardo Herrera Restrepo, al Concilio Plenario de la América Latina en Roma.

A su regreso de la ciudad eterna, se detuvo en el Colegio Máximo de Oña (Burgos), donde el cuerpo de profesores y los estudiantes de la Compañía le recibieron con muestras de profundo respeto, así como que “quedaron edificadísimos de las virtudes que a aquel padre americano resplandecían[8].

Volvió a Bucaramanga, donde permaneció hasta octubre de 1907 y, el 17 de noviembre llegó a Panamá como Superior que lo fue hasta el 16 de febrero de 1916, cuando ya había cumplido 80 años.

Su admirable vocación a la Compañía cuando él empezaba una ascensión de glorias; su integérrima y fecunda vida religiosa; sus dotes y erudición, han hecho que se le considere como hijo ilustre de la Patria y de la Iglesia, y quizá el más insigne hombre que Colombia haya dado hasta hoy a la Compañía[9].

Teólogo eminente, su estilo era el de los sabios “sencillo, nítido, de lógica irrefutable, de armonía entre lo analítico y lo sintético… el Padre Valenzuela era clásico en toda la extensión de la palabra. Y su leguaje castizo, severo, alejado de exhibicionismos y de toda pedantería: por maravilla se hallará en sus escritos una palabra que no entienda cualquiera persona de mediana cultura[10].

Fueron muy ilustrativos sus “Escritos Escogidos”, aunque lo más importante, las respuestas a múltiples consultas quedaron sin publicar. VALENZUELA PIESCHACÓN también escribió en 1859 un libro de poesías, que publicó en la Imprenta de la Nación, con prólogo de José María Vergara y Vergara; allí incluyó un poema donde pintó al centauro del Pantano de Vargas:

Despierto el ojo, la nariz hinchada,
La frente erguida, trémula la crin,
Tascando el freno, el suelo golpeando,
La oreja atenta al eco del clarín;
Tal el noble caballo; y el llanero
Mal vestido, tostado por el sol,
Sacudiendo la lanza y con la vista
Clavada en el ejército español.

Al frente un cuadro ve, la señal oye,
Hace sentir la espuela a su corcel,
Encorvase en la silla, centellean
Sus dos ojos de rubia y de placer.

¡Un instante no más! Sangre chorrea
La roja banderola, en sangre está
Tinto el desnudo brazo, y el caballo
Sangre hace con su casco palpitar.

Cultivador distinguido del castellano, era un apasionado por la pureza del idioma y se le tenía al nivel de Caro, Cuervo y Suárez.

El 24 de diciembre de 1921 habrían de celebrarse sus bodas de oro sacerdotales en Cartagena, aunque el 15 de octubre ya la ciudadanía panameña le había tributado rendido homenaje. A su jubileo se asociaron las conferencias de San Vicente de Paúl en toda Colombia.

Murió en Panamá el 7 de abril de 1922, el día de la fiesta de los Dolores de Nuestra Señora. “quería sin duda la Providencia que nuestro Padre nos dejase un ejemplo insigne de amor al trabajo y de fidelidad al compromiso que tenemos contraído con las almas; y que muriendo al pie del cañón, como suele decirse, fuese un ideal del soldado de Cristo formado según el paradigma de Loyola[11]. Señores de la sociedad panameña condujeron en hombros su féretro al cementerio.

Las Asambleas de Antioquia, Cundinamarca, Nariño y Santander dictaron Ordenanzas de honores y el Congreso de la República expidió la Ley 16 del 9 de mayo de 1922, en la que se le presenta como modelo de virtudes a las generaciones presentes y futuras del pueblo colombiano y, en Medellín se le consagró tributo de admiración a su memoria como esclarecido ciudadano quien por sus virtudes, su luminosa inteligencia, su patriotismo y sabiduría, fue gloria de la Iglesia y de la Patria, blasón del Instituto de Loyola y ornato de las Letras nacionales.

Su nombre la ha sido impuesto a la Biblioteca de Filosofía y Teología, que es propiedad del Colegio Máximo de la Compañía de Jesús, aunque está ubicada en el Edificio “Pedro Arrupe” de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá. Entre sus secciones merece destacarse la de Arte Religioso, Historia de la Compañía de Jesús, Clásicos Griegos Latinos y obras de referencia especializadas en el área. Cuenta con una sección de libros antiguos[12].

BIBLIOGRAFÍA:
http://www.stgc.org/hof.html, consultada mayo 14 de 2006.
RESTREPO, Daniel, S.J. Vida del padre Mario Valenzuela, S.J., Editorial Pax, Bogotá, 1946.
HARKER VALDIVIESO, Roberto. Vicisitudes de la Iglesia en Santander. En: Estudio #321, Órgano de la Academia de Historia de Santander, Bucaramanga, 1994,  página 82.


[1] Nacido en Bogotá el 16 de noviembre de 1850. El 11 de febrero de 1892 asumió la Sede de Pasto, la cual ocupó hasta el 2 de diciembre de 1895 cuando asumió la de Popayán, ciudad en la que fue elevado al título de Arzobispo el 14 de diciembre de 1901. El 14 de diciembre de 1905 asumió como Arzobispo de Medellín, ciudad donde falleció el 22 de junio de 1937. http://www.catholic-hierarchy.org/bishop/bcayz.html, consultada mayo 14 de 2006.
[2] Es la aprobación del censor diocesano para la publicación de temas de fe o moral. La fecha de la aprobación y el nombre de la persona que aprueba normalmente se imprimen en el libro junto al imprimatur de obispo. Precisamente el Imprimatur, que viene del Latín. imprimere, imprimir. Es una palabra latina que significa "sea imprimido". Significa la aprobación del obispo para la publicación de una obra de fe o moral. Los autores tienen la libertad de obtener el imprimatur del obispo de la diócesis donde residen o de la diócesis donde se va a imprimir o publicar la obra. Generalmente el imprimatur junto con el nombre del obispo y la fecha de aprobación aparece en la obra publicada.  Según el decreto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe (1975), "Los Pastores de la Iglesia tienen el deber y el derecho de ser vigilantes no sea que se dañe la fe y la moral de los fieles por escritos; consecuentemente aun de exigir que la publicación de escritos concernientes a la fe y la moral deban ser sometidos a la aprobación de la Iglesia y también de condenar libros y escritos que ataquen la fe y la moral." Otra de estas frases utilizadas es Imprimi Potest,  "Puede imprimirse". Permiso otorgado a un religioso por su superior mayor para publicar un manuscrito de contenido religioso. Implica la aprobación de los escritos por el superior y para pedir el imprimatur del obispo.
[3] Nacido en Bogotá el 3 de diciembre de 1841. El 17 de enero de 1875 fue ordenado sacerdote de la Compañía de Jesús. Nombrado Obispo de Panamá el 15 de enero de 1901, fue consagrado el 14 de julio de 1901 y falleció ocupando la Silla Apostólica el día 21 de octubre de 1911. http://www.catholic-hierarchy.org/bishop/bcayz.html, consultada noviembre 1 de 2006.
[4] http://www.stgc.org/hof.html, consultada mayo 14 de 2006.
[5] RESTREPO, Daniel, S.J. Vida del padre Mario Valenzuela, S.J., Editorial Pax, Bogotá, 1946, p. 13.
[6] RESTREPO, Daniel, S.J., p. 190.
[7] HARKER VALDIVIESO, Roberto. Vicisitudes de la Iglesia en Santander. En: Estudio #321, Órgano de la Academia de Historia de Santander, Bucaramanga, 1994,  p. 82.
[8] RESTREPO, Daniel, S.J., Op. Cit., p. 145.
[9] RESTREPO, Daniel, S.J., Op. Cit., Epígrafe.
[10] RESTREPO, Daniel, S.J., Op. Cit., p. 191.
[11] RESTREPO, Daniel, S.J., Op. Cit., p. 198.

Don Diego Valadés

Nada más agradable para quienes nos dedicamos con vocación a la cátedra universitaria, que rendir en vida homenaje a nuestros más destacados profesores en el ámbito iberoamericano, como es el caso del doctor Diego Valadés.
Conocí en 2005 al doctor Valadés en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM y me impactó su ponderación y buen juicio.
Nada más importante para un profesor como él, dedicado a la Historia Constitucional, que poder decir que el día de su nacimiento, el 8 de mayo de 1945, la Alemania nazi firmó su rendición incondicional; o que en la misma fecha se han dado acontecimientos históricos, políticos y constitucionales, en años diversos, pero conmemorativos de ese 8 de mayo, como los siguientes: Alfonso X el sabio otorga la normativa fundacional de la Universidad de Salamanca en 1254; Son condenadas las tesis de Lutero por la Dieta de Worms en 1521; Nace el libertador mexicano Miguel Hidalgo y Costilla en la ciudad de Pénjamo, Guanajuato en 1753; La Confederación Granadina toma el nombre de Estados Unidos de Colombia en 1863; En las Cortes Constituyentes de 1931, se reconoce por primera vez en España a las mujeres como elegibles; en 1933 Gandhi comienza una huelga de hambre de tres semanas; en 1983 se realizan las segundas elecciones municipales democráticas en España después del franquismo y La Asamblea Constituyente de Sudáfrica aprueba la nueva Constitución en 1996.
Nacido en Sinaloa, el día en que los católicos celebramos las festividades de San Mituno (mártir), San Acacio (mártir), San Víctor y en Argentina el Día de la Virgen de Luján, Diego Valadés, un ilustre abogado, jurista en el buen sentido de la palabra y destacado político mexicano que ha ocupado, entre otros cargos, el de embajador de México en Guatemala, Subsecretario de Regulación Sanitaria de la Secretaría de Salud, Secretario General de Coordinación Metropolitana del Departamento del Distrito Federal, Procurador General de Justicia del Distrito Federal, Procurador General de la República y ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
En la Universidad Nacional Autónoma de México ha sido Subdirector de Radio UNAM, Director General de Difusión Cultural, Abogado General, Coordinador de Humanidades y Director del Instituto de Investigaciones Jurídicas. Es Investigador Titular C de dicho Instituto y el Sistema Nacional de Investigadores lo distingue con el nivel III.
Es miembro de El Colegio Nacional, de El Colegio de Sinaloa, de la Academia Mexicana de la Lengua y de la Academia Mexicana de Ciencias; Miembro Correspondiente de la Real Academia Española y de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas de Argentina; Vicepresidente de la Sociedad Europea de Cultura.
Cursó la licenciatura en Derecho en la Universidade Classica de Lisboa y en la Universidad Nacional Autónoma de México. Doctor en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid. Ha sido Profesor e Investigador de la UNAM desde 1968 y Profesor invitado de más de 10 Universidades.
Ha escrito para más de 12 prestigiadas publicaciones en Derecho de México, y ha formado parte de más de 10 academias de derecho y universidades de México y América Latina.

Don Eduardo Torres Quintero, poeta de La Tierra Boyacense

El  escritor y humanista don Eduardo Torres Quintero, nacido en 1903 y fallecido en la tierra de sus luchas y sus sueños el 10 de mayo de 1973. Sobresalió en Tunja, ciudad de sus especiales afectos, como asiduo lector, periodista, catedrático y escritor. “En aquella breve y enjuta silueta corporal se escondía un espíritu superior, y detrás de aquella fisonomía adusta y poco accesible al primer contacto, se reclinaba un alma romántica y de infinita bondad.”, como lo describiera Gustavo Páez Escobar.[1]

Ocupó cargos como Catedrático de Español y Literatura en colegios de la ciudad de Tunja; Jefe del Control de Precios; Contralor General de Boyacá; Inspector de Educación (Hoy Secretaría del Despacho) de Bogotá, D.E.; Secretario de Educación de Boyacá; Diputado a la Asamblea de Boyacá; Director de Extensión Cultural de Boyacá; Director de Divulgación Cultural de Boyacá, donde ejerció importante y reveladora labor cultural y humanística, hasta el punto que ha llegado a decirse, entre otros por Páez Escobar, que Torres Quintero fue el caballero andante de la cultura de Boyacá, que tuvo en él al mejor abanderado de las tradiciones, las humanidades, el fervor por lo ético y lo sublime, y que apasionado por el amor a la patria y al terruño, templó su lira para cantarle a lo más grandioso de la vida, como leeremos más adelante en su “Espíritu de la Tierra”.

Su burocracia ejemplar, llevó a que Torres Quintero fuera considerada “la persona más sobresaliente en el departamento por su cultura, su influjo moralizador en la vigilancia de los dineros y las costumbres oficiales, la disciplina con que dirigía el comportamiento de sus empleados, y como virtud acrisolada, la elegancia que imprimía a todos sus actos. Se explica por eso su exquisita sensibilidad por lo bello, lo noble, lo excelso de la vida, dones que eran talanqueras de su formación y que lo lastimaban cuando no los hallaba en las personas de sus afectos y del trato continuo.”[2]

Perteneció a la llamada "Generación de Los Nuevos". Dirigió acertadamente las revistas "Boyacá", "Cauce" y "Cultura", de importante significación para las letras nacionales y las más relevantes en ese ámbito publicada en Colombia. Fue promotor de la Galería de Autores Boyacenses, en la Biblioteca del Departamento de Boyacá, la cual lleva su nombre.

Su obra poética y literaria, al igual que sus ensayos y trabajos sobre crítica literaria, arte y educación, están compendiados en el libro "Escritos Selectos", publicado en el año 1978 por la Contraloría Municipal de Tunja. En la compilación se aprecian contenidos como "Tunja y sus valores", "Boyacá, entraña de la Patria", "Historia y Tradición", "El Magisterio y su Misión", "Lira Joven", "Fantasía del Soñador y la Dama", etc.

La revista "Repertorio Boyacense" de la Academia Boyacense de Historia, registra varios de sus discursos alusivos a efemérides patrias. Fue redactor del "Heraldo Constantiniano", medio de difusión de los ideales caballerescos constantinianos, editado en Tunja desde 1962.

Torres Quintero, dueño de una prosa castiza y erudita que lo colocan como uno de los grandes gramáticos de nuestra patria, facilitó la lectura e interpretación del Cantar del Mio Cid, efectuando la versión de algunos episodios del poema en Lengua Romance, al castellano moderno.

El escritor Eduardo Torres Quintero, uno de los más grandes prosistas boyacenses, reconocido crítico literario y escritor de los más variados temas, perteneció a las Academias Boyacense de Historia y Colombiana de la Lengua. En 1963, fue distinguido con el grado de Gran Cruz de la Orden Imperial Byzantina de San Constantino El Grande.

La pluma del doctor Eduardo Torres Quintero, expresó el lirismo y el perfil poético que también distinguió a varios de sus hermanos como el político Luis Torres Quintero, Cónsul de Colombia en Canadá; el lingüista y filólogo José Rafael Torres Quintero[3]; el poeta lírico Guillermo Torres Quintero; los generales de la República Roberto y Hernando Torres Quintero, que también ejercieron misiones diplomáticas en representación de Colombia; doña María Elena Torres Quintero viuda de Ronderos, dama de la sociedad bogotana, esposa de don Guillermo Ronderos, importante hombre de negocios y, doña Lucía Torres Quintero viuda de Bock, ilustre dama y excepcional miembro de familia, casada con el doctor Edgar Bock Schroder[4].

El doctor Eduardo Torres Quintero fue el hidalgo que se caracterizó por su generosidad en armonía con la sensibilidad del escritor y del ejecutivo, habiendo sido en esta ciudad nativa-hispana de austeros y discretos hidalgos, que han sido sus emblemas, donde transcurrió la vida laboriosa y poética del maestro, siempre atento al acontecer de la urbe y pronto a colaborarle.

Torres Quintero, al decir de Rafael Bernal Jiménez, era un hombre discreto, esquivo y taciturno, pero también podríamos decir que fue un hombre que según Páez Escobar, hizo de su pobreza una oración, vibró ante la verdad y la poesía y murió como mito en la historia de un pueblo que él veneró y ensalzó.

Muchos lo encontraban drástico, cuando no imperial, por no condescender a la conducta mediocre o al acto rastrero. Para ellos no podía ser el rincón de los elegidos. Si bien comprendía y perdonaba los yerros, pero para no repetirlos, se volvía intransigente con la deshonestidad, la debilidad de carácter o el vicio crónico. Sus fugaces bohemias, atemperadas y armónicas, no autorizaban a nadie al vulgar desenfreno de la conducta, porque él era el primer disciplinado. Quienes más recibían sus dardos, a veces mortales, eran los altos funcionarios del gobierno departamental y los responsables de los bienes públicos, a quienes escrutaba con ojo de águila y no les permitía esguinces y menos indelicadezas.”[5]

La siguiente muestra nos acerca a la sensibilidad telúrica de prosista lírico Torres Quintero, consciente de la tradición y cultura boyacenses, con motivo de la primera muestra de la artesanía popular boyacense y que se presentó en Tunja en 1964, escribió "El Espíritu de la Tierra", del cual transcribimos un hermoso fragmento:

"Se equivocaría quien viniese a conocer la muestra artesanal de Boyacá con la escondida esperanza de encontrar tesoros como los que adornaban las tumbas faraónicas o las que enriquecen los museos de Europa, en donde civilizaciones milenarias narran sus avatares, pero en este caso, lo que vamos a mirar aquí, es sencillo, es ingenuo, imperfecto y también a veces primorosamente sugestivo. La arcilla terrícola, el tiesto moreno y endurecido que energiza su maleable naturaleza en hornos y fogones, sin más lujos que sus tizones y sus brasas. Allí, nombrándose con voces atávicas de sonora raigambre indígena, están la múcura y el chorote; el rogache con nostalgia de arepas; la cazuela que evoca las delicias de una mazamorra campesina. El chusque paramuno, la cañabrava de follaje en verde y en gris y como para que la mano femenina muestre las filigranas que saben y cantan el romance de la delicadez y la ternura, están lo cestos y las canastillas en miniatura, quizás tejidos lentamente mientras algún tiple enamorado, musicaliza la intención de unas coplas rutilantes como el plumaje de los pájaros".


[1] PÁEZ ESCOBAR, Gustavo. Caminos. Armenia, 1982, p. 103.
[2] PÁEZ ESCOBAR, Gustavo, Op. Cit., p. 102.
[3] A él verdaderamente se debe la continuación del Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana. Fue Director del Instituto Caro y Cuervo, al cual ingresó en 1940 como colaborador del genial maestro don Pedro Urbano González de la Calle y falleció el 21 de marzo de 1987, luego de 37 años de servicio a Yerbabuena. Escribió trece libros publicados como autor, coautor y editor, ciento veintisiete artículos diseminados en Thesaurus, Noticias Culturales, Boletín de la Academia Colombiana, Revista Javeriana, Revista Arco, Universitas Humanítica, El Siglo, Revista Cultura y Studium; veinte prólogos a diversas obras y autores, veintinueve discursos y sesenta y nueve reseñas, a más de impecables informes sobre congresos de academias que tuvieron lugar en Madrid y en otras capitales hispanoamericanas civilización y cultura".
[4] Don Edgar, recibió de manos de don Teodoro IX°, la designación como Caballero Gran Cruz de la Imperial Orden de San Constantino El Grande, en 1971.
[5] PÁEZ ESCOBAR, Gustavo. Op. Cit., p. 105.

El jurista Roberto Suárez Franco

Junto con el profesor Jorge Oviedo Albán, decidimos no dejar pasar por alto las Bodas de Oro como profesor, del eminente iuspublicista Roberto Suárez Franco, por eso, nos propusimos invitar a un considerable grupo de docentes, que en algún momento hubiesen compartido con él la cátedra como alumnos o colegas, para que escribieran algunos textos que integraran esta obra-homenaje, de la cual los posibles créditos a favor de los autores, serán donados a la Escuela Familiar Agropecuaria “Guatanfur”. Por eso, me permito realizar una corta reseña del currículum del doctor Roberto Suárez Franco, ante la imposibilidad de realizar sobre él una semblanza, ya que nunca fui su alumno o colega del área, sino tan sólo un profesor que respeta y admira la ilustre actividad que como docente  ha desarrollado este importante jurista colombiano. Suárez Franco realizó estudios elementales en el Colegio del Niño Jesús y de bachillerato en el Colegio de San Bartolomé de la Merced, siguiendo luego los profesionales en la Pontificia Universidad Javeriana, la cual le concedió también los títulos de especialista en Derecho Laboral y bachiller en Derecho Canónico. También tiene dos diplomados, uno en Administración Universitaria por la Universidad del Valle y otro en Población y Desarrollo de la Universidad de Chapell Hill de Carolina del Norte, Estados Unidos.

Fue Secretario Auxiliar, miembro del Consejo de Facultad, director de cursos, seminarios y postgrados y Decano de la Facultad de Derecho de la Universidad Javeriana, donde también ocupó una curul como miembro del Consejo Directivo General, miembro del Consejo de Regentes y Secretario General de la Universidad. Como Decano Encargado de la Facultad de Derecho Canónico, escribió un corto artículo titulado “Los diez años de la restauración de la Facultad de Derecho Canónico”, en el cual destaca que la actitud del canonista es la de lograr la máxima idoneidad jurídica para aplicar su profesión en defensa del Derecho de la Iglesia, siendo consciente de que su fuente primigenia es el Evangelio, pero el medio para lograrlo es la excelsitud en la academia.

Ha sido también Asesor Jurídico y Síndico de la Universidad Javeriana, Jefe de Personal y Síndico del Hospital de San Ignacio, Juez Noveno Civil Municipal de Bogotá, Abogado de Corferias, del Banco del Comercio y de la Superintendencia de Sociedades; Magistrado de la Sala Civil del Tribunal Superior de Bogotá, Abogado de la Sala de Casación Civil de la Corte Suprema de Justicia, Miembro del Consejo Nacional Electoral y Consejero de Estado en la Sección Primera y en la Sala de Consulta y Servicio Civil, habiendo ejercido la presidencia de la Corporación.
                                     
Ha obtenido los honores de profesor titular y distinguido de la Universidad Javeriana, Orden de Caballero, Orden de la Fraternidad y Orden de la Cruz de Plata de la Universidad Javeriana; Tarjeta de Plata de la Universidad de Los Andes y Medallas “Santiago Pérez” y “Defensores de la Justicia” del Gobierno Nacional.

Sus publicaciones son puente permanente de consulta para todos los profesionales del derecho, pasando por docentes y alumnos, entre ellas encontramos: Derecho de Familia - Régimen Matrimonial, con siete ediciones;  Derecho de Familia - La Filiación (Tomo I en sus tres partes y veintiocho capítulos, desarrolla este importante tema del régimen de las personas), y Derecho de Familia - Régimen de los incapaces (Tomo II con tres ediciones en el cual el autor hace énfasis en la filiación y en el régimen de los incapaces, para lo cual, divide la obra en tres partes y un total de 19 capítulos); del Derecho de Sucesiones, con dos ediciones; Patrimonio de Familia; Ensayo sobre la Ley de Vivienda  Familiar, al igual que decenas de artículos en revistas nacionales y extranjeras.

Su desempeño como docente se ha llevado a cabo en la Universidad Javeriana, Universidad de Los Andes, Universidad Sergio Arboleda, Universidad del Rosario y actualmente en la Universidad de La Sabana, a la que le corresponde el honor de contarlo como uno de sus profesores, particularmente al cumplir sus bodas de Oro Profesorales.

Así, se resume la amplia y completa obra del profesor Roberto Suárez Franco, quien junto a sus obras es fuente principalísima para la consulta del derecho y cuyas afirmaciones comparten principios filosóficos importantísimos en torno a lo que debe ser la institución familiar como vínculo sagrado e indisoluble, sea en la forma civil o canónica que adquiere.

El doctor Jorge Soto del Corral

De acuerdo con el artículo 4º de la ley 55 de 1964, a partir de 1967 la biblioteca de la Academia Colombiana de Jurisprudencia se denomina “Jorge Soto del Corral”, por esa razón, cumpliéndose los cuarenta años de esta dependencia actualmente bajo mi dirección, me parece muy conveniente escribir sobre don Jorge Soto del Corral, pues su acercamiento a los libros se ha visto al dársele su nombre a nuestra biblioteca y a que la suya propia fue adquirida por el Banco de la República, junto con las de Carlos Lozano y Lozano, Luis Rueda Concha y Leopoldo Borda Roldán, para integrar la primera colección que hoy constituye el acervo de la biblioteca más visitada del mundo, la “Luis Ángel Arango”.

Jorge Soto del Corral, considerado uno de los colombianos más brillantes del siglo XX por su inteligencia, su carácter recio y su virtuosidad jurídica, fue un eminente hombre público legislador, maestro e insomne guardián del Derecho e hizo parte de la llamada generación de Los Nuevos.

Don Hernando Morales Molina dijo de él, que “no obstante provenir de encumbrada familia y haberse criado en un medio que le ofrecía amplias comodidades, prefirió el estudio permanente, la lucha continua por el imperio del derecho y el servicio a la patria.[1]

Y agregaba: “Atendía por igual, con inverosímil capacidad, los asuntos profesionales, la intensa vida social y el servicio público; llegaba a tal punto su responsabilidad, que olvidaba los propios intereses cuando el país necesitaba de su concurso. La rigurosa formación intelectual y su exigente conducta social le daban impresión de lejanía. Sin embargo, después de conocerlo se descubrían sus generosos sentimientos y su honda sensibilidad.

Fue Ministro de Relaciones Exteriores en tres ocasiones: 1935, 1936 y 1937 y Ministro de Hacienda en la primera administración de Alfonso López Pumarejo; gran experto en tributación, como tal, fue el encargado de redactar los estatutos de la Bolsa de Bogotá  haciendo parte del primer consejo directivo de la sociedad, integrándolo con los señores Alberto Serna, Carlos A. Dávila, Gregorio Armenia, Roberto Michelsen, Arthur Shuler y Walter Krische, como principales, y Luis Londoño, José Jaime Salazar, Vicente A. Vargas, Daniel Merizalde, Luis Escobar Arocha, Giovanni Serventu y Benjamín Moreno, como suplentes.

En 1935 presentó al Congreso de la República y con el apoyo de Luis F. Latorre U., Representante a la Cámara por Bogotá y del Ministro de Gobierno Darío Echandía, su proyecto de ley sobre “Filiación Natural”.

En 1936 Jorge Soto del Corral fue elegido Presidente de la Academia Colombiana de Jurisprudencia y fue en 1940 comisionado por ésta para dar respuesta a Monseñor Rudesindo López Lleras en su ascenso a Miembro de Número de la Corporación, cuando pronunció el discurso titulado “La Iglesia y la civilización contemporánea”, publicado por editorial A.B.C..

En mayo de 1936 publicó en la “Revista del Banco de la República”, volumen 9, # 103, el estudio titulado “El trabajo de Comercio entre Colombia y Estados Unidos”; luego, noviembre de 1941 publicó en “Vida”, un periódico de Bogotá, Volumen 5, # 40, páginas 32 y 33 “Don Fernando de los Ríos y Urruti”; el 19 de julio de 1944, dentro de un Cabildo Abierto por la Radiodifusora Nacional de Colombia, leyó su discurso sobre la “Reforma Judicial” ; el 2 de julio de 1949 publicó en el semanario “Sábado” de Bogotá, # 309, páginas 1 a 14 “La Oposición Liberal” y, en la Revista de la Academia Colombiana de Jurisprudencia se encuentra  su estudio sobre el Derecho de La Haya.

En 1938 el doctor Soto del Corral fue el cónsul General de Colombia en Francia. Ese año, del 12 al 30 de septiembre, actuó como Delegado de Colombia en la XIX reunión de la Liga de las Naciones, celebrada en Ginebra, Suiza.

De 1939 a 1942 fue Decano de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Colombia y artífice de esa Alma Máter cuando se ubicó en la otrora “Ciudad Blanca”, gracias al Presidente López Pumarejo. Allí, en la Nacional, fue profesor del Nobel colombiano de Literatura Gabriel García Márquez, quien en su libro “Vivir para contarla”, lo describe así:

Jorge Soto del Corral, el maestro de derecho constitucional, tenía fama de saber de memoria todas las constituciones del mundo, y en las clases nos mantenía deslumbrados con el resplandor de su inteligencia y su erudición jurídica, sólo entorpecida por su escaso sentido del humor. Creo que era uno de los maestros que hacían lo posible para que no afloraran en la cátedra sus diferencias políticas, pero se les notaban más de lo que ellos mismos creían. Hasta por los gestos de las manos y el énfasis de sus ideas, pues era en la universidad donde más se sentía el pulso profundo de un país que estaba al borde de una nueva guerra civil, al cabo de cuarenta años de paz armada.[2]

Y es que según lo refiere Morales Molina[3], el doctor Jorge Soto del Corral tenía como afición la atenta y constante lectura del Diario Oficial para poderse aprender todas las disposiciones nuevas allí contenidas, las que le permitían enriquecer sus lecciones de Derecho Constitucional, extensamente documentadas.

De marzo a noviembre de 1944 fue alcalde de Bogotá, siendo también miembro del Concejo de la ciudad, entidad que honró su memoria por medio del Acuerdo 070 de 1961 y posteriormente, se le dio su nombre a un Colegio Distrital, que se ubica en la calle 1ª # 2-64 Este, teléfono 2338337, Localidad de La Candelaria.

En el año de 1947 y por iniciativa suya, mediante Escritura Pública No. 181 del 20 de enero de ese año, otorgada en la Notaría Tercera del Circuito de Bogotá, se creó la Corporación Universidad Libre de Colombia[4], de la que fue Profesor y Rector.

En 1948 fue designado como integrante por parte del Gobierno, del Tribunal de Arbitramento que buscó finalizar con la huelga de los trabajadores de la Tropical Oil Company y Ecopetrol.

El hecho más deplorable que ha ocurrido al interior del Congreso de la República comprometió al doctor Soto, pues en la madrugada del 8 de septiembre de 1949 en un debate sobre reforma electoral, el representante liberal y Presidente del Directorio de su Partido en Boyacá Gustavo Jiménez se trenzó en una discusión con su colega Castillo Izaza, quien estaba armado. Castillo disparó contra Jiménez, quien murió, quedando bañada en sangre la tribuna de la Cámara. Como narra Carlos Lleras Restrepo en “Crónica de mi propia vida”[5], “Jorge Soto del Corral también había recibido un balazo de los muchos que contra las curules liberales dispararon los conservadores. Pude conversar con él. Sangraba la pierna herida, pero no pensé entonces que Soto iba a quedar afectado por una complicación cerebral que, tras meses de sufrimiento, le produjo la muerte. No tuve entonces, y no tengo ahora, duda alguna de que se escogió a Soto del Corral para eliminar a quien con más claro conocimiento jurídico había defendido la constitucionalidad de la ley sobre fecha de las elecciones.

Vacante su sillón en la Academia Colombiana de Jurisprudencia, la doctora Gabriela Peláez Echeverri lo ocupa desde 1959.

Precisamente, en el discurso de posesión de la doctora Peláez, como Miembro de Número de la Academia, titulado “Retorno a un Orden Institucional”, expresó lo siguiente:

Al igual que Francisco de Paula Santander en la historia política de Colombia de la primera mitad del siglo XIX, fue Jorge Soto del Corral en la primera mitad del siglo XX el símbolo de nuestra civilidad. También como él se preocupó por la instrucción femenina. Si Santander crea en la república el primer colegio oficial de segunda enseñanza, Soto del Corral prohíja y defiende la ley universitaria que coloca a la mujer en igualdad de posibilidades para sus estudios especializados. Más no termina ahí su labor: cuando con natural timidez y tremenda resistencia social, las primeras mujeres inician sus estudios, el doctor Jorge Soto del Corral desde sus posiciones de miembro del consejo directivo de la universidad, decano y profesor de facultad universitaria, parlamentario y director de innumerables instituciones de todo carácter emprende una campaña de enseñanza, apoyo y defensa de la mujer universitaria o profesional.

Entre los constituyentes de 1936 está Jorge Soto del Corral y si bien no logra para la mujer la plenitud de sus derechos políticos y civiles sí aboga por ellos. Finalmente en 1944 lucha denodadamente por ella en el Congreso porque <<el espíritu que anima los estudios superiores en Colombia, es una prueba irrefragable de que la mujer colombiana tiene la aspiración y también la capacidad de intervenir en los destinos de la república desde los puestos directivos que pueden depararle las profesiones liberales>>.”[6]

Señalaba Hernando Morales Molina: “Por trágico designio, quien representó el predominio de la juridicidad, cayó como resultado de una oscura época que nunca debe reaparecer en el país”.

Entre 1967 y 2007, la Biblioteca “Jorge Soto del Corral” de la Academia Colombiana de Jurisprudencia, ha contado con los siguientes Directores:

1967 Néstor Madrid-Malo
1968 Néstor Madrid-Malo
1969 Francisco Casas Manrique
1970 Francisco Casas Manrique
1971 Alejandro de Mendoza y Mendoza
1972 Alejandro de Mendoza y Mendoza
1973 Alejandro de Mendoza y Mendoza
1974 Alejandro de Mendoza y Mendoza
1975 Alejandro de Mendoza y Mendoza
1976 Alejandro de Mendoza y Mendoza
1977 Tulio Jiménez Barriga
1978 Tulio Jiménez Barriga
1979 Tulio Jiménez Barriga
1980 Tulio Jiménez Barriga
1981 Germán de Gamboa y Villate
1982 Germán de Gamboa y Villate
1983 Germán de Gamboa y Villate
1984 Germán de Gamboa y Villate
1985 Germán de Gamboa y Villate
1986 Germán de Gamboa y Villate
1987 Luis Sarmiento Buitrago
1988 Luis Sarmiento Buitrago
1989 Luis Sarmiento Buitrago
1990 Luis Sarmiento Buitrago
1991 Luis Sarmiento Buitrago
1992 Luis Sarmiento Buitrago
1993 Emilssen González de Cancino
1994 Emilssen González de Cancino
1995 Emilssen González de Cancino
1996 Manuel Antonio Vanegas Mendoza
1997 Manuel Antonio Vanegas Mendoza
1998 Manuel Antonio Vanegas Mendoza
1999 Manuel Antonio Vanegas Mendoza
2000 Manuel Antonio Vanegas Mendoza
2001 Manuel Antonio Vanegas Mendoza
2002 Manuel Antonio Vanegas Mendoza
2003 Manuel Antonio Vanegas Mendoza
2004 Manuel Antonio Vanegas Mendoza
2005 Manuel Antonio Vanegas Mendoza
2006 Hernán Alejandro Olano García
2007 Hernán Alejandro Olano García
2008 Hernán Alejandro Olano García
2009 Hernán Alejandro Olano García
2010 Alberto Pulido Peña
2011 Álvaro Barrero Buitrago

BIBLIOGRAFÍA
COLOMBIA. CONCEJO DE BOGOTÁ. Acuerdo 070 de 1961.
COLOMBIA. CONGRESO DE LA REPÚBLICA. Ley 55 de 1964.
GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. Vivir para contarla, página 285
LLERAS RESTREPO, Carlos. Crónicas de mi Propia Vida. Tomo IX, Editorial Círculo de Lectores, Bogotá, D.C., 1992, pp. 472 – 474.
OLANO GARCÍA, Hernán Alejandro. Mil Juristas. Colección Portable, Academia Colombiana de Jurisprudencia, Bogotá, D.C., 2004.
PELÁEZ ECHEVERRI, Gabriela. Retorno a un Orden Institucional. En: Revista de la Academia Colombiana de Jurisprudencia # 177 de 1960, pp. 76 y 77.
Revista CREDENCIAL Historia # 150, junio de 2002.
Revista de la Academia Colombiana de Jurisprudencia # 210-211, Semblanza de Jorge Soto del Corral, por Hernando Morales Molina.


[1] MORALES MOLINA, Hernando. Semblanza de Jorge Soto del Corral. Revista de la Academia Colombiana de Jurisprudencia # 210-211, pp. 33 y 34.
[2] GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. Vivir para contarla, p. 285.
[3] MORALES MOLINA, Hernando. Op. Cit., p. 34.
[4] www.unilibrecali.edu.co consultada el 22 de diciembre de 2006.
[5] LLERAS RESTREPO, Carlos. Crónica de mi propia vida. Tomo IX. Círculo de Lectores e Intermedio Editores, Bogotá, 1992, p. 474.
[6] PELÁEZ ECHEVERRI, Gabriel. Retorno a un orden institucional. En: Revista de la Academia Colombiana de Jurisprudencia # 177 de 1960,  p. 76.