El año pasado, en dos recepciones distintas en la Academia Colombiana de Jurisprudencia, conocí personalmente a quien nos ha representado como embajador en Portugal e Italia y en diciembre volví sobre Mendoza García, pues encontré la segunda edición de su libro “Muchas cosas que contar”, un conjunto de crónicas incitantes que no me dejaron dormir, pues una tras otra son interesantes en los cinco capítulos que integran la obra.
Su reflexión sobre envejecer y sobre la seducción de Barranquilla, lo llevan a hablar de “Ese mundo nuestro”, rememorando “El Bogotazo”, a Gaitán, al cura Pérez y a esa Colombia olvidada que relaciona con recuerdos de su infancia como cuando tenían que evitar que una de sus pequeñas hermanas le gritara desde el antejardìn “adiós mono” al doctor Olaya Herrera.
“Imposibles de olvidar” también son sus relatos sobre nosotros, los latinoamericanos; personajes famosos como García Márquez, a quien paradójicamente siendo el más célebre de todos los personajes por él conocido no lo ha visto como tal por ser su compadre; Gabo en el París de los años cincuenta, cuando Gabo fue Gabo entre hambres y fiestas; el adiós a Neruda, el nobel de Vargas Llosa; el extraño destino de Marvel Moreno Abello; las paradojas del destino de López Michelsen; la tenacidad de Miguel Ángel Capriles, así como un homenaje a Luis Villar Borda y a sus hermanas Elvira Mendoza y Karim Noack.
Sin embargo, lo que más me impresionó, fue la definición de inteligencia que acuñó el maestro Botero: “Es la capacidad de pensar a largo plazo”, pues muchas personas solo saben mover ideas y en eso se les va la vida, en lugar de tener un proyecto de vida.
Así como García Márquez, Botero, Belisario Betancur, Enrique Gómez y otros personajes han llegado a los ochenta años conmemorados con particulares homenajes, Plinio Apuleyo Mendoza, lo ha hecho, con todo y sus “airosas y desafiantes” orejas.
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