martes, 19 de mayo de 2015

Día del Profesor

En 2008 presenté mi nombre a consideración de la Corte Suprema de Justicia para integrar una de las ternas que esa Corporación enviaría al Senado para la elección de magistrados de la Corte Constitucional. En muchos despachos, de algunos magistrados cuestionados ética y judicialmente, encontré rechazo a mi actividad docente; incluso, en la entrevista que tuve con una Honorable Magistrada de la Sala de Casación Penal, próxima a retirarse del servicio, con gran displicencia, la señora me dijo: “¿Y en quince años sólo se ha dedicado a dictar clase?

Les quiero contar que, desde hace años, la docencia se ha profesionalizado, aunque aún siguen buscándolo a uno algunos colegas varados que le dicen: “Deme unas clasesitas para escampar”. Esa profesionalización y tecnificación docente, incluye además de la preparación de clases, diligenciar guías escritas, manejar sistemas de aula virtual, evaluar competencias, escribir artículos para revistas indexadas en el sistema nacional Publindex y en los sistemas internacionales ISI Web of Science y Scopus, preparar capítulos de libro y libros, etc., que van más allá de la simple “escampadita” de quienes creen que dictar clase a los adolescentes de hoy es tan fácil como “soplar y hacer botellas”, no obstante que eso también tenga su ciencia, como lo vi en la fábrica de cristal de Murano en Venecia hace muchísimos años.

El filósofo Leonardo Polo, decía que ser profesor universitario significa una tarea de autoformación, porque no es lo mismo estar prestando servicios, estar ejerciendo la profesión y colocarse, que tratar de alcanzar la cima del saber y por haber escogido el saber sobre el dinero: ser universitario casi es hacer un voto de pobreza.

El inspirador de la Universidad de La Sabana, San Josemaría Escrivá de Balaguer, decía que servir es amar y amar tiene como imperativo educar, porque educar es compartir en lo más profundo, es la mejor manera de servir, con nuestra palabra y nuestro ejemplo, siendo, como el Señor, Maestros primero con nuestros hechos y después con nuestra doctrina, con una pedagogía directa y luminosa.

“Es preciso educar –advertía San Josemaría- dedicar a cada alma el tiempo que necesite, con la paciencia de un monje del Medioevo para miniar –hoja a hoja- un códice: hacer a la gente mayor de edad, formar la conciencia, que cada uno sienta, su libertad personal y su consiguiente responsabilidad”.


Nuestra profesión es sacrificada, acrisolada, posee la pureza de la sinceridad, requiere trabajar codo a codo con los demás, formar equipo, convivir, pero tengamos siempre presente, excedernos en la excelencia y que, como San Josemaría dijo a los presentes en una tertulia, mostrando al Beato Álvaro del Portillo, podamos decir: “¡Mira qué biblioteca! ¡Éstas son mis obras!: Formar personas”.

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