jueves, 24 de agosto de 2017

El papa Francisco y la comunicación de valores



En el último lustro, nos hemos cuestionado ¿cómo han de comunicarse los valores en el contexto de una sociedad influenciada por el materialismo dentro del nuevo contexto cultural? Esta pregunta, hecha desde el cristianismo, afectado por un nuevo modo de ver las instituciones y los valores que la Iglesia ha considerado fundamentales, se relaciona con situaciones que crean rechazo, pues el ideario del discurso público católico choca con la pregunta: ¿somos intolerantes dogmáticos o académicos y científicos abiertos?

El experto argentino Juan Pablo Cannata, plantea sobre el tema dos desafíos particulares para que las propuestas cristianas sean consideradas como un bien social:

i)                    ¿Cómo comunicar valores cristianos y presentar su profundo sentido positivo, su potencialidad para inspirar un trabajo conjunto por el bien común, y su característica central de respeto por todos y cada uno de los seres humanos y del mundo en que vivimos?
ii)                  En situaciones de comunicación que pueden ser hostiles, ¿cómo responder a preguntas o planteamientos controvertidos de tal manera que un aspecto mal expresado o mal asimilado no oscurezca la expresión del todo, sumergiendo en una polémica negativa el núcleo positivo de la propuesta institucional?

La respuesta ha tenido a un líder frente a los delicados temas para poder comunicar los valores cristianos en la sociedad actual, Francisco, el encargado de llevar a todas las personas un camino de fraternidad, de amor, de confianza en el Señor, de <misericordia>, que es el primer nombre de Dios y su primer atributo, como lo definió el mismo Papa en su primer libro “El nombre de Dios es misericordia”.

Ahora, un interés ético y universal, más que confesional, me lleva a señalar que uno de los retos culturales más urgentes es la forma de realizar la comunicación de los valores en una sociedad fragmentada, sin caer en el relativismo que nos podría llevar a la implantación de lo que se ha denominado como la <<cultura del descarte>>.

Ser luz debe llenarnos de optimismo, el cual, como dice el papa Francisco, nos infunde su “movimiento de salida hacia afuera”, para ser “fermento” en contra de la cultura del descarte, para, convencer con el amor y prestar un buen servicio al mundo entero enseñando contenidos relevantes para promover el bien de la persona y en ella, el de la sociedad, sin que estén ajenos los que deben ser los grandes temas de conversación: el valor de la estabilidad familiar, la prioridad de las personas sobre la técnica, del ser sobre el hacer, etc.

Francisco, con su “reforestación cultural”, impacta con una amplísima aceptación, ya que es un Papa “dialogante”, con representaciones compartidas; entre ellos, el amor a la verdad, la paz, la coherencia, el respeto, la igualdad entre el hombre y la mujer, la justicia social, la promoción humana (aliviar la pobreza), el perdón, la ecología, la misericordia, el diálogo, la felicidad y alegría, el sentido auténtico del amor humano, etc., todos tratados en su contexto amplio, así como en la búsqueda del bien común, no sólo en el sentido de Dios es caridad –Deus caritas est- de Benedicto XVI, sino en el de <<projimidad>>, con jota de Francisco, que lleva a entender todo poder como servicio al prójimo.

El marco de acción, “Master Frames”, para ejercer el poder desde la verdad y con caridad, favoreciendo una reflexión interdisciplinar (jurídica, comunicativa y científica) sobre los aspectos que suponen una amenaza, obligan a que en cada entidad se pongan en funcionamiento una comisión de asuntos públicos; además, preparando orientaciones prácticas que prevengan revuelos innecesarios en la opinión pública, teniendo en cuenta la identidad (cristiana) de cada institución y la legislación de cada país de acuerdo con estos nueve ejemplos de las enseñanzas de Francisco sobre lo que se considera la sensibilidad actual.

1.      Marcar el propio territorio. Afirmar amablemente que no se discrimina a nadie. Ejemplo: ¿quién soy yo para juzgar?
2.      Enlazar con referentes universales. En los temas de ética natural también hay un fundamento en el Evangelio y en el Catecismo, así como en los valores que se desprenden del respeto y la no discriminación.
3.      Aplicar criterios profesionales de comunicación institucional, cuya regla de oro es “preparación, preparación, preparación” para no caer en ataques, errores o faltas de respeto y siempre hablar desde la perspectiva de los valores.
4.      Disentir con lenguaje inclusivo y respetuoso, y con un mismo discurso interno y externo, verdadero y caritativo. El respeto es el primer argumento del cristiano.
5.      Pensar primero en los de dentro, para que puedan difundir un mensaje claro, sensato y caritativo (misericordioso).
6.      Establecer alianzas en torno a los valores. Nunca solos. Buscar aliados que puedan en cada caso sumarse, incluso de tendencias opuestas para evitar la denominada “guerra cultural”.
7.      Acertar en la primera respuesta institucional. Cuando hay una batalla, a veces se actúa con precipitación así sea de buena voluntad, por eso es importante comenzar con una petición de disculpas por el error cometido –así no sea propio-. Esto, porque los expertos llaman “crisis de segundo orden” a la reacción explosiva que por nervios o escasez de tiempo se suele hacer de primerazo y que muchas veces es más contraproducente y no se puede corregir. Debemos transmitir nuestros valores con legitimidad social, aporte positivo y saber qué es lo que queremos decir, mostrando al catolicismo, siempre, como una opción positiva
8.      Aprovechar los momentos de crisis como una ocasión de crecimiento y explicar cuestiones de ideario católico después de cada revuelo: reparando, restableciendo relaciones y enseñando.
9.      Pedir ayuda tanto en momentos delicados, como para difundir un ideario, incluso para evitar las “piedras virtuales” a través de las TICs, de lo que sobran ejemplos.

Esa avalancha de cambios constituyen el contexto de la comunicación pontificia, ya que con Francisco ha cambiado el clima de opinión pública de la Iglesia, no obstante que la coyuntura a su llegada era difícil por los casos de pedofilia en varios países, el Vatileaks II y otros casos que afectaron la credibilidad de la Iglesia y su confiabilidad.

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