
Al cumplirse
el primer lustro de la ascensión al trono de España de don Felipe VI, su padre,
quien había abdicado en junio de 2014, decidió apartarse de la vida pública a
partir de la fecha.
Espero no
generar una nota de protesta del Embajador de España, puesto que don Juan
Carlos prestó grandes servicios a su país en la Transición y en el golpe de
Estado del 23-F, que para algunos, fue la forma de atornillarse a la jefatura
del Estado español más férreamente y sacarse el fantasma del Caudillo Francisco
Franco Bahamonde, quien lo había tenido controlado desde 1947, cuando decidió
solicitarle a varias ramas de la familia Borbón, que le enviaran príncipes para
formarlos en España bajo estricta vigilancia y un plan de estudios para la
escogencia de alguno de los tres primos, entre don Juan Carlos, don Javier y
don Alfonso, quien quiso adelantarse con una estrategia político-amorosa,
casándose con la nieta preferida del dictador, Carmen Martínez Bordiú, -bien
conocida en los círculos sociales bogotanos-, sería por algunos años, hasta la
nulidad de su matrimonio, Su Alteza Real la princesa de Borbón.
Cuando de
doce años don Juan Carlos y su hermano llegaron desde Estoril, Portugal a la
estación de tren de Atocha, en Madrid en 1947, mi amigo José Albendea Pabón y
su hermana, luego monja, que eran tan solo unos niños, se dieron a gritar:
“¡Viva el Rey!”, por lo cual fueron apresados por el régimen, que luego, ese mismo
año comenzó a expedir títulos nobiliarios con Cédula Real firmada por el
pequeño –de estatura- dictador.
Don Juan
Carlos de Borbón siguió su carrera académica y militar, hasta ser escogido como
sucesor de Franco, con el título de “Príncipe de España”, el cual nadie más ha
tenido en la edad contemporánea y, a la muerte del Generalísimo, asumió como
Rey la Jefatura del Estado español. Recuerdo que siendo muy niño vi por
televisión a don Juan Carlos y doña Sofía, invitados por Alfonso López Michelsen.
Los príncipes estuvieron en Cartagena inaugurando la restauración del Palacio
de la Inquisición y, unos meses después, esa pareja, sería la más admirada del
retorno a las libertades y a la democracia en España, que había además
castigado la disidencia con el exilio.
El ahora rey
emérito logró, junto con el magnífico Duque de Suárez, la reconciliación entre
las dos Españas, la nacionalista y la republicana, que se habían enfrentado en
una guerra civil y cuyos contendientes, cuando subió al trono, aún estaban vivos.
Por eso a don Juan Carlos se le puede llamar “el gigante de la concordia”,
título que conservó hasta un año antes de su abdicación, cuando erróneamente se
fue de cacería de elefantes en Botsuana y apareció con una mujer diferente a su
esposa.
El Borbón,
durante casi cuarenta años, se vio obligado a ganarse la simpatía de un país
que había sido educado contra los Borbones y de una Latinoamérica que recordaba
vivamente a su chozno Fernando VII como el absolutista que se autoproclamaba
como la persona que tenía más huevos en España, no sólo por su déspota
fortaleza, sino porque tenía tres testículos.
¿Cometió
errores don Juan Carlos? Seguramente por ser un “gocetas” y admirador más del
deporte que de la política. ¿Tuvo aciertos? En efecto, los tuvo, pues consolidó
a España como lugar de destino de los americanos; nos devolvió -hasta la crisis
económica-, la esperanza de querer ir a la “Madre Patria”; practicó la
cercanía, se mostró firme en las dificultades; supo arbitrar y moderar y, lo
mejor, en la Cumbre Iberoamericana de Santiago de Chile de 2007, fue capaz de
decirle a Hugo Chávez: “¿Por qué no te callas?”.
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