Nota: Fue publicado en El Espectador, versión para IPad, en el especial de elección del Pontífice Francisco.
Desde el denominado “consistorio blancos”, así denominados para diferenciarlos de los que el Papa convoca para el nombramiento de nuevos cardenales, conocidos como “consistorios rojos”, ha transcurrido ya más de un mes, tiempo en el cual el mundo ha vuelto los ojos sobre la Iglesia, sobre el Cristianismo, aquella religión fundada por Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, cuyas bases corresponden a las enseñanzas impartidas por él en su paso por la Tierra.
Una de las características principales que a lo largo de los tiempos ha conservado el Cristianismo es su condición de religión universal a diferencia del nacionalismo de la religión Judía. Ese ha sido un aspecto a considerar por los cardenales durante las diez congregaciones generales que antecedieron el cónclave y durante el gobierno <rojo> que implica la toma de decisiones por ellos durante la sede Vacante.
Pedro, el apóstol sobre el cual Jesús edificó la Iglesia, tras largas jornadas de apostolado y de labores pastorales tuvo como destino definitivo la capital del Imperio, Roma, donde fue el primer obispo de aquella localidad. Respecto a San Pablo, debido al legado de sus Epístolas y al relato del libro de los Hechos de los Apóstoles, nos permite vislumbrar toda su actividad evangélica hasta el punto de ser denominado el Apóstol de las Gentes. Los anteriores ejemplos nos permiten afirmar que la expansión del Cristianismo –antes y ahora- estuvo y ha estado rodeada de bastantes obstáculos y enemigos pero fue, a la vez, en esos primeros siglos donde se logró consolidar de manera sustancial la Iglesia fundada por Jesús.
El nacimiento, evolución y expansión del Cristianismo estuvo encuadrado dentro del marco del Imperio Romano; marco que ayudó de manera tangencial a la circulación de las ideas por la facilidad de las comunicaciones y además por la afinidad lingüística existente. Sin embargo, adherir al Cristianismo implicaba ser catalogado como “ateo” ya que se debía romper todo vínculo a una comunidad religiosa y a una serie de prácticas de culto a Roma y el emperador. Consecuencia de aquella categorización fueron las diversas persecuciones a las que se vieron sometidos durante varios siglos los seguidores del Cristianismo.
La materialización de la unidad de la Iglesia , se logró mediante la institución del Primado de Roma, confiado por Jesucristo al Apóstol Pedro y a sus sucesores de forma perenne. De esta forma Pedro se constituyó en el primer obispo de Roma y por ello Roma se constituyó en el centro de la Iglesia universal, circunstancia que se ratificó gracias al reconocimiento que hicieron las otras Iglesias de la primacía de Roma como sede de la Iglesia universal, lo cual se logró hace 1700 años cuando Constantino expidió el célebre Edicto de Milán, no obstante que Galerio, mediante su edicto que promulgó en el año 311 d.C., otorgó un status de tolerancia hacia los seguidores de Cristo, sin llegar a considerarlo como una completa libertad a la profesión de su fe.
La elección del pontífice, es decir, la proclamación del Obispo de Roma por el clero cardenalicio luego del cónclave y la aclamación posterior por el pueblo de la Urbe, supone también unos efectos políticos, así como económicos en las finanzas vaticanas. Pero sin duda alguna, con la presencia del Espíritu Santo, la decisión habrá de ser la mejor, precisamente porque Dios, desde el inicio de los siglos, es el que sabe quién es el nuevo Papa.
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