lunes, 25 de marzo de 2013

Del magisterio doctrinal de Benedicto XVI a la naturalidad de Francisco

Publicado el 24 de marzo de 2013 en Flas Internacional de El Nuevo Siglo.

Ya es casi un lugar común expresar que nuestro mundo es un mundo relativista, donde hace falta redescubrir la verdad, a través de la colaboración entre razón y fe, en un diálogo fecundo. Ese relativismo, según el propio papa emérito Benedicto XVI, “es una postura cultural que niega la existencia de verdades objetivas que están en la base de un orden moral natural”.  Hay, toda una gama de intensidades en los colores relativistas como lo expresa Monseñor Mariano Fazio.

El Pontífice emérito quiso direccionar su magisterio para derrotar el materialismo y dar un verdadero testimonio del amor de Dios por el hombre mediante el anuncio explícito del Evangelio, llevado con orgullo a todos los ámbitos de la existencia cotidiana, junto con sus aportes doctrinales a partir de su elevación a la Cátedra de Pedro.

Como es bien sabido, Ratzinger es un gran teólogo que subraya continuamente el papel que en su obra desempeña la razón en el seno del cristianismo, en cuya esencia está el reivindicar la dignidad de la razón humana. El Cardenal Ratzinger, antes de ser Papa, presentó en 2004 una ponencia titulada “Lo que cohesiona el mundo. Las bases morales y prepolíticas del Estado.”

Allí expresó que la tarea concreta de la política es poner el poder bajo el escudo del derecho y regular así su recto uso: “No debe tener vigencia el derecho del más fuerte, sino más bien la fuerza del derecho”. Francisco, por su parte, nos ha dicho que el poder del Papa está en el servicio.

Sin embargo, el poder ejercido en orden al derecho y a su servicio está en las antípodas de la violencia, entendida como poder sin derecho y opuesto a él. “De ahí que sea importante para cada sociedad que el derecho y su ordenamiento estén por encima de toda sospecha, porque sólo así puede desterrarse la arbitrariedad y se puede vivir la libertad como libertad compartida”.

Benedicto XVI, en el famoso discurso que pronunció el 12 de septiembre de 2006 en la Universidad de Ratisbona, denunciaba cómo la violencia no se puede utilizar para imponer una determinada fe; su condena a la fuerza como elemento para imponer la fe, se resumía así: “La violencia está en contraste con la naturaleza de Dios y la naturaleza del alma. Dios no se complace con la sangre; no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios. La fe es fruto del alma, no del cuerpo. Por tanto, quien quiere llevar a otra persona a la fe necesita la capacidad de hablar bien y de razonar correctamente, y no recurrir a la violencia ni a las amenazas (…) Para convencer a un alma racional no hay que recurrir al propio brazo ni a instrumentos contundentes ni a ningún otro medio con el que se pueda amenazar a muerte a una persona.” Francisco en cambio habló en el sermón de la Misa del Inicio del Ministerio Petrino en Roma, sobre la custodia de todos, que como la de san José, debe ser ejercida “con discreción, con humildad, en silencio, pero con una presencia constante y una fidelidad total.

Benedicto, en su discurso ante el Bundestag de la República Federal Alemana, había abordado el tema de “los fundamentos del Estado liberal de derecho” con unas palabras de San Agustín incluidas en De Civitate Dei: “un Estado que no respeta el derecho es una gran banda de forajidos”, señalando el compromiso de la política con la justicia, con el propósito de crear las condiciones básicas para la paz. Así mismo, señaló que “servir al derecho y combatir el dominio de la injusticia es y sigue siendo el deber fundamental del político.” Así lo había expuesto el 9 de mayo de 2011 ante el Congreso de Aquileia en Venecia, al expresar que “la fe cristiana debe afrontar hoy nuevos retos: la búsqueda a menudo exasperada del bienestar económico, en una fase de grave crisis económica y financiera, el materialismo práctico, el subjetivismo dominante. En la complejidad de estas situaciones sois llamados a promover el sentido cristiano de la vida… también con la promoción del bien común: el bien de todos y de cada uno… suscitando una nueva generación de hombres y de mujeres capaces de asumir responsabilidades directas en los diversos ámbitos de la sociedad, de modo particular en el político.”

Francisco, más cura de parroquia, nos señala que ese servicio debe ser un compromiso que no solo afecta a los cristianos, sino que también posee una dimensión que antecede a todos y que es simplemente humana. “Es custodiar toda la creación, la belleza de la creación… es custodiar la gente, el preocuparse por todos, por cada uno, con amor, especialmente por los niños, los ancianos, quienes a menudo son más frágiles y que a menudo se quedan en la periferia de nuestro corazón. Es preocuparse uno del otro en la familia: los cónyuges se guardan recíprocamente y luego, como padres, cuidan de los hijos, y con el tiempo, también los hijos se convertirán en cuidadores de los padres. Es vivir con sinceridad las amistades, que son un recíproco protegerse en la confianza, en el respeto y en el bien. En el fondo, todo está confiado a la custodia del hombre, y es una responsabilidad que nos afecta a todos. Sed custodios de los dones de Dios.” Este mensaje nos muestra cómo Francisco es un teólogo descalzo, pues no obstante su formación académica, en un Papa que ha vivido la realidad de las cosas que afectan a los hombres, a las mujeres, en fin, a la familia con niños y abuelos, como institución básica de la sociedad.

Ratzinger se refería en su intervención de 2004 al contexto histórico presente y a las exigencias que de él se derivan. Y, en cuanto a la democracia, expresaba que opera de acuerdo con el principio de las mayorías, pero la historia nos enseña que también las mayorías pueden ser ciegas e injustas y a su vez pueden ignorar los derechos legítimos de las minorías. Francisco también se ha pronunciado sobre las minorías, pero mucho más, ha actuado por y con ellas, no sólo desde su pontificado, sino desde su ministerio; con los jardineros y empleados de servicio del Vaticano, con los jóvenes presos de una cárcel romana, etc.

Ante el Bundestag, el Papa emérito se preguntaba en 2011: ¿cómo se reconoce lo que es justo?, que contesta de la siguiente manera: En la historia, los ordenamientos jurídicos han estado casi siempre motivados en modo religioso: sobre la base de una referencia a la voluntad divina, se decide aquello que es justo entre los hombres. Contrariamente a otras grandes religiones, el cristianismo nunca ha impuesto al Estado y a la sociedad un derecho revelado, un ordenamiento jurídico derivado de una revelación. En cambio, se ha referido a la naturaleza y a la razón como verdaderas fuentes del derecho, se ha referido a la armonía entre razón objetiva y subjetiva, una armonía que, sin embargo, presupone que ambas esferas estén fundadas en la Razón creadora de Dios. Así, los teólogos cristianos se sumaron a un movimiento filosófico y jurídico que se había formado en el siglo II a. C. En la primera mitad del siglo segundo precristiano, se produjo un encuentro entre el derecho natural social desarrollado por los filósofos estoicos y notorios maestros del derecho romano3. De este contacto, nació la cultura jurídica occidental, que ha sido y sigue siendo de una importancia determinante para la cultura jurídica de la humanidad. A partir de este vínculo precristiano entre derecho y filosofía inicia el camino que lleva, a través de la Edad Media cristiana, al desarrollo jurídico del Iluminismo, hasta la Declaración de los derechos humanos y hasta nuestra Ley Fundamental Alemana, con la que nuestro pueblo reconoció en 1949 "los inviolables e inalienables derechos del hombre como fundamento de toda comunidad humana, de la paz y de la justicia en el mundo".

La interculturalidad y sus consecuencias, era una dimensión a la que se refería Ratzinger, en la que le parece indispensable ahondar para plantear las cuestiones fundamentales acerca del hombre, que no se puede entablar pura y simplemente entre cristianos ni únicamente dentro de la tradición racionalista occidental, pues también analiza el ámbito cultural islámico, así como el hinduismo y el budismo, completando el panorama con las culturas tribales africanas y también las culturas tribales latinoamericanas, incitadas por ciertas teorías cristianas. Incluso, el mismo Nicolás Sarkozy, alguna vez expresó que “la Iglesia no puede quedar indiferente ante los problemas de la sociedad a la que pertenece, así como la política no puede quedar indiferente ante el hecho religioso y los valores espirituales y morales. No hay religión sin responsabilidad social, no hay política sin moral.

Un grave inconveniente que se puede apreciar en la actualidad, en la administración pública, es el subjetivismo, “que desemboca muchas veces en el individualismo extremo o en el relativismo, que impulsa a los hombres a convertirse en única medida de sí mismos”, relegando a Dios a la esfera privada, en lo que se conoce como un antropocentrismo subjetivista, autoerigiéndose el hombre en “árbitro de la verdad y del error, del bien y del mal”, una profunda mentira relativista, que sólo podría combatir cuando “El hombre debe abandonar la mentira de la independencia que no conoce vínculo alguno; debe reconocer que no es un ser autárquico o autónomo. Debe abandonar la mentira de la arbitrariedad”, que únicamente empobrece el proyecto existencial de la persona; Francisco ya ha hablado del tema y, seguramente cuando dicte su primera Encíclica se referirá a este tema, pues aunque la Iglesia no pretende “de ninguna manera mezclarse en la política de los Estados”, ni hacer de la ley religiosa (la sharia de los musulmanes) la ley política del Estado, sus intervenciones son de carácter moral, no una operación confesional, sino una salvaguarda de los valores morales naturales para ser compartidos con toda la humanidad.

Eso quiere significar que debemos tratar de alcanzar una comunidad política que acepte la sana laicidad, esa “autonomía de la esfera civil y política de la esfera religiosa y eclesiástica –nunca de la esfera moral”, sin desconocer que los fieles católicos tenemos una obligación grave de participar activamente en la vida pública de nuestros países, para formar consensos en torno a la verdad sobre el hombre y, particularmente en contra de la dictadura del relativismo y en pro de la evangelización de la cultura.

Esas palabras de Benedicto XVI buscan que tengamos un “corazón dócil”, y poseen alcance universal que nos da “la capacidad de distinguir el bien del mal, para así establecer un verdadero derecho, de servir a la justicia y la paz” y nos obligan a todos los católicos a ser como la frase del escudo del Pontífice emérito: “Cooperadores de la Verdad”, pero también a actuar y elegir con misericordia la opción por los demás, “miserando atque eligendo”, como dice el lema heráldico de Francisco.

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