El 5 de julio de 1986, Su Santidad Juan Pablo II, en su visita pastoral a Colombia, reunió en Medellín a un grupo de intelectuales, hombres y mujeres de ciencia y cultura, entre los cuales estaban Rectores, miembros de los Consejos Directivos de las Universidades y responsables de la pastoral universitaria.
Por
entonces, contaba con dieciocho años y hoy, pasado tanto tiempo y dedicado a la
actividad docente por 23 años, no puedo menos que volver a las palabras de
nuestro queridísimo Papa, quien nos recalcó que la Iglesia necesita de la
cultura (así como de la ciencia), lo mismo que la cultura necesita de la
Iglesia, y en esa elección e intercambio entre fe y cultura, la Iglesia piensa
primordialmente en los jóvenes, esperando de ellos por entonces –de nosotros
ahora-, una adhesión preferencial.
Hoy,
como Profesor universitario, encuentro proverbiales las palabras del Pontífice.
La universidad es el centro ideal para la maduración de una nueva cultura,
llena de fuerza vital y de aceleración necesaria para llevar a cabo un
verdadero cambio: Servir al país en el esfuerzo común por construir una
sociedad nueva, libre, responsable, consciente del propio patrimonio cultural,
justa, fraterna, participativa, donde el hombre, integralmente considerado, sea
simplemente la medida del progreso. Bien lo expresó al decir que la
Universidad, en toda su extensión, debe ser por vocación una institución
desinteresada y libre, capaz de defender, juntamente con la Iglesia al hombre
como tal; sin subterfugios, sin ningún otro pretexto y por la única razón de
que el hombre tiene una dignidad única y merece ser estimado por sí mismo.
Nada
nos hace dudar del mensaje antiguo, actual y futurista del Beato y futuro Santo
Juan Pablo II, en torno a la Universidad y a la Cultura, exigiendo de los
hombres y mujeres de cultura y ciencia, -profesores universitarios-, una clara
y sólida conciencia moral, que nos habrá de servir como medio legítimo para la
enseñanza y la investigación, en actitud de escucha y de colaboración paciente.
El
servicio a la profundización de la identidad cultural, como noble cometido de
defensa y promoción del hombre integral es nuestra primera y esencial tarea
como educadores, encomendada por Juan Pablo II. El camino hacia el
progreso, ha de superar múltiples dificultades: muchas de ellas las hemos
conocido, sin embargo, siempre precisamos de la Fe, acompañados de la Iglesia y
trabajando desde nuestra labor docente ordinaria para el servicio del hombre,
que pueda contribuir al diálogo entre ciencia y fe, cultura cristiana, cultura
local y civilización universal.
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