Por
disposición del artículo 67 de la Constitución Política, la educación es un
derecho de la persona y un servicio público que tiene una función social; con
ella se busca el acceso al conocimiento, a la ciencia, a la técnica, y a los
demás bienes y valores de la cultura.
Ese
mismo artículo 67 de la Constitución, señala que le corresponde al Estado
regular y ejercer la suprema inspección y vigilancia de la educación con el fin
de velar por su calidad, por el cumplimiento de sus fines y por la mejor
formación moral, intelectual y física de los educandos; garantizar el adecuado
cubrimiento del servicio y asegurar a los menores las condiciones necesarias
para su acceso y permanencia en el sistema educativo.
Uno
de los objetivos de la educación, tanto de la de carácter superior, como de la
educación en distintos niveles, es el de prestar a la comunidad un servicio con
calidad, el cual hace referencia a los resultados académicos, a los medios y
procesos empleados, a la infraestructura institucional, a las dimensiones
cualitativas y cuantitativas del mismo y a las condiciones en que se desarrolla
cada institución.
Hoy,
el Primer Foro por la Calidad de la Educación se desarrolla en el glorioso
Colegio de Boyacá, establecimiento público patrimonio del país y de la ciudad
de Tunja, fundado mediante Decreto-Ley 055 del 17 de mayo de 1822 por el
general Francisco de Paula Santander, encomendándose la regencia rectoral al
fraile franciscano José Antonio Chávez y a los profesores Juan Gualberto
Gutiérrez y Juan Sáenz de Sampelayo.
La
esencia de la educación del siglo XIX estaba en la formación del hombre colombiano
para una nueva nación, que conforme a los postulados de la Constitución de
Tunja de 1811 debería ser incluyente, lo cual fue luego parte del ideal
santanderista, que llevo al ejecutivo, entre 1822 y 1827 a crear otros colegios
republicanos como el Colegio de Antioquia, el San Simón de Ibagué, el Santa
Librada de Cali, el Colegio de Pamplona, el Colegio del Itsmo en Panamá, las
Casas de Educación de Valencia, Trujillo y Tocuyo; el San José de Guanentá en
San Gil; el Colegio de santa Marta; el Colegio de Cumaná; el Colegio de
Cartagena; las Casas de Estudio de Ocaña, Vélez y Guanaré y los colegios del
Socorro y de Pasto
La
misión del Colegio de Boyacá tiene como misión la prestación del servicio
educativo en la ciudad de Tunja en los niveles de preescolar, primaria, básica
secundaria y media, bajo los principios de eficiencia, cobertura y calidad, a
través del desarrollo de las potencialidades morales, éticas, intelectuales,
espirituales, físicas y estéticas de los educandos, garantizando la práctica de
los derechos humanos, en el marco orientador de la filosofía del general
Santander.
Ocho
presidentes de la república fueron rectores o alumnos del claustro; 28
ministros de Estado, gobernadores, alcaldes, congresistas, científicos, jueces,
militares, médicos, ingenieros, pero sobre todo, buenas personas, son parte del
patrimonio del Colegio de Boyacá; un legado que nos dejaron muchos profesores
como Numa Pompilio Mesa, Monseñor Nepomuceno León Leal, Alonso Gómez Serrano,
Guillermo Buitrago, María Cecilia Latorre, Olegario Manrique, Eunice Sánchez,
José Miguel Arcos, Rafael Vargas, Rafael Pérez, Héctor Ortegón, Inés de
Corredor, Ligia de Rojas, Jacinto Monroy, María Elisa Florez; Consuelo de
Chinchilla; Carlos Rodríguez, Luis Eduardo Martínez, José Pérez; Guillermo
Flórez, Myriam Bastidas; Myriam de Castro; Lucila Tocarruncho; Rito Antonio
Silva; Henry Palacios, y tantos otros, como Rafael Londoño Barajas, Norberto
Ramos Ballesteros e Hildebrando Suescún Dávila.
Nos
reunimos por esa razón, en esta aula máxima de nuestra casa, bajo la mirada
atónita, quizá, de tantos bardos colombianos que ocuparon la rectoría del
colegio, en estos vetustos e históricos pabellones por donde durante 192 años
ha desfilado una porción importante de la juventud colombiana, llena de
ilusiones, que cuando son metódicas y racionales, tienen de excelente que
siempre acaban por crear realidades a su imagen y semejanza. En todo
estudiante, una ilusión, muchas ilusiones, que han acabado por crear
espléndidas realidades ejemplarmente fieles a la herencia recibida en estas
aulas.
Pero
¿qué les espera a los nuevos estudiantes y bachilleres de este país? En buena
hora el Gobierno ha creado para las clases con menos poder adquisitivo, las
diez mil becas dentro de las 33 universidades que cuentan con acreditación
institucional de alta calidad. Ese es un esfuerzo más a la gran tarea colectiva
de educar, de llenar uno de esos vacíos que en el conjunto de los programas educativos
de un país comienzan a ponerse de presente cuando nuevas formas de vida
reclaman para su manejo eficaz nuevos conocimientos y nuevos hábitos de
análisis y examen de los hechos.
Pero
la calidad se logra no sólo con el compromiso de un Estado paternalista, sino
con la orientación que desde la familia y desde las aulas se brinde al
educando. Orientados en ese camino, hemos recorrido los primeros pasos con
halagador éxito, fieles a las ideas sobre la necesidad de poner a los
estudiantes en contacto directo con los hechos, para que aprendan a apreciarlos
en toda su complejidad y a emplear en su interpretación herramientas que le
permitan avanzar en competencias para su vida. Fruto de una honda fe, los
bachilleres del Colegio de Boyacá tenemos la creencia firme en la obligación de
contribuir al desarrollo de nuestra región, de nuestro país, sin que nos sea
dable descargar íntegramente sobre el Estado la responsabilidad y deberes que
la conciencia de los ideales colectivos y normas elementales de solidaridad
social imponen en común.
El
ideal colectivo de una Colombia más educada debe estar más sólidamente anclado
en todos los espíritus, despertando más vivos entusiasmos, más voluntaria
cooperación, sirviendo en esta época tan duramente trabajada por valores de
dispersión, como aglutinante del esfuerzo nacional, como campo en donde todos
podemos encontrarnos, unidos por los vínculos de un mismo empeño. Si
lográramos, en cuanto a educación se refiere, mantener siempre los ojos del
país metas que se renueven tan pronto sean alcanzadas, e infundir, e infundir
en los colombianos la noble ambición de coronarlas haciendo de ese interés
nacional un interés de cada ciudadano, fuente de estímulo individual y de
orgullo común, cambiaríamos el panorama espiritual de la patria, haciéndolo más
noble y grato, y veríamos acrecerse con singular rapidez el fruto de los
esfuerzos que hoy suelen debilitarse muchas veces, al chocar con una especie de
glacial indiferencia que constituye la más grave y profunda de las dolencias nacionales.
Hay
que poner la calidad de la labor educativa al servicio de la prosperidad
nacional. Cualquiera que haya tenido ocasión de intervenir en el planeamiento
de grandes obras de fomento o en campañas para el desarrollo de la producción,
sabe que la falta de preparación del elemento humano constituye en Colombia el
más serio de los obstáculos. No podemos pensar seriamente en alcanzar etapas
más avanzadas de la economía si no atendemos, con mayor vigor que hasta el
presente, a la formación de colombianos y colombianas capaces de ganar, con
calidad en su educación, la batalla del progreso.


No hay comentarios:
Publicar un comentario