Hoy la Facultad revive esta tradición, por 27ª vez, como cada período académico, con la solemnidad que merece la circunstancia de haber culminado estudios, así como con el acompañamiento de los suyos, quienes han estado presentes ahora y siempre, en las horas de estudio, en las angustias de los exámenes, en la felicidad de los logros, y, recibir el escudo y próximamente su grado, debe comprometerlos con ellos, con la sociedad y con el ideal de la realización de la justicia: pronta y cumplida.
Recibí esta distinción para dirigirme a Ustedes con dos sentimientos que no suelen andar juntos: el orgullo y la gratitud. El orgullo, dirigido a nuestros nuevos egresados, de haberlos visto crecer como personas y la gratitud por haberme tenido ellos en cuenta por votación, ahora que comienzo mi año 20 de cátedra en la Facultad. Se formaliza de este modo un vínculo entrañable con este grupo de nuevos abogados, que se abren paso en la vida y con quienes nos han unido una serie de acontecimientos cotidianos, en las urgencias inmediatas de la vida diaria, en las quejas, en las injusticias que los agobian sobre la inocencia de los usuarios cuando ejercen en su primer consultorio jurídico, en las utopías de la vida, etc.; en fin, en las cosas que no nos han dejado tiempo para asimilar las lecciones del pasado, ni a veces para pensar en el futuro.
El 17 de noviembre de 1944, -en mí las fechas no podrían faltar-, Gabriel García Márquez quiso despedir a sus compañeros de bachillerato en Zipaquirá. Advirtió que no quería decir un discurso y pronunció estas bellas frases: “He podido escoger para hoy el noble tema de la amistad. Pero ¿qué podría deciros de la amistad? Hubiera llenado unos cuantos pliegos con anécdotas y sentencias que al fin y al cabo no me hubieran conducido al fin deseado. Analizad cada uno de vosotros vuestros propios sentimientos, considerad uno por uno los motivos por los cuales sentís una preferencia incomparada por la persona en quien tenéis depositadas todas vuestras intimidades y entonces podréis saber la razón de este acto.”
Así entonces, esta intervención posee el propósito, como ya lo dije, de darle la bienvenida a su Facultad a nuestros primeros abogados, así como despedir al grupo de nuevos egresados de la Universidad de La Sabana; en segundo lugar, pronunciar una lección magistral sobre algún tema específico y, en tercer lugar honrar a un maestro como Suárez Franco, quien además de profesor fue magistrado y por eso, qué mejor que impartir mi lección magistral acerca de la justicia. Muchos no querrán oír aquí una clase, pero el transcurso de nuestra vida siempre será aprender y enseñar; ese es un proceso que no termina jamás. Por eso, cuando hace tiempo una joven profesora en formación decía “cuando yo estudiaba”, o “cuando yo era estudiante”, se demostraba que en ella la docencia no era su vocación, pero también, que como profesional no estaba preparada para seguir aprendiendo; porque el saber nos debe comprometer, incluso es nuestra obligación actualizarnos según la Ley 1123, Código Disciplinario del Abogado: Ese es un deber de justicia. San Josemaría Escrivá, agregaba que “El estudio, la formación profesional que sea, es obligación grave entre nosotros” (Escrivá, Camino # 334).
La justicia también está basada en el agradecimiento; el que sus compañeros de Claustro tienen por el profesor Roberto Suárez Franco, cuya respetabilidad, cualidad que destacan los que fueron sus discípulos y demás colegas, acredita por sí sola sus lecciones de Derecho Civil. El concepto clásico del magister dixit (el maestro lo dijo) ha sido la fuerza de legitimación de su autoridad, en las disciplinas y asignaturas de varias otras áreas, que ha regentado por más de 50 años.
El 22 de septiembre de 2011, Benedicto XVI, invitado a dirigirse ante el Bundestag alemán, recordaba un breve relato tomado de la Sagrada Escritura (I Reyes, 3,9), del Libro de los Reyes más específicamente; ahí se dice que “Dios concedió al joven rey Salomón, con ocasión de su entronización, la posibilidad de formular una petición. ¿Qué pedirá el joven soberano en este importante momento? ¿Éxito, riqueza, una larga vida, la eliminación de los enemigos? Nadie pide de todo esto. Suplica en cambio: “Concede a tu sirvo corazón dócil, para que sepa juzgar a tu pueblo y distinguir entre el bien y el mal”. Al joven Salomón se le concedió al asumir el poder lo que pedía. ¿Qué sucedería si nosotros, legisladores (juristas) de hoy, se nos concediese formular una petición? ¿Qué pediríamos? En último término, pienso que, también hoy, no podríamos desear otra cosa que un corazón dócil: la capacidad de distinguir el bien del mal, y así establecer un verdadero derecho, de servir a la justicia y a la paz.”
Así encontramos que la justicia es un principio ligado a la toma de decisiones (Durango, 2011), por eso, en la problemática de la decisión jurídica frente a casos concretos, adquiere un valor sin igual, aunque en muchas de sus manifestaciones, los estudiantes de derecho e incluso profesores, desconocen los principios de justicia, tanto los derivados de la justicia conmutativa, como los que se fundamentan en la justicia distributiva y en el bien común con sus principios generales y políticos, tan importantes éstos en nuestro derecho público.
Un profesor mexicano (Ibáñez, 2009, pp. 380-382), nos dice que en la mayoría de escuelas y facultades de derecho en Latinoamérica, el problema de la enseñanza está en centrarnos sólo en la ley y en los problemas clásicos de su interpretación, desconociendo las demás fuentes del derecho y los demás aspectos relativos a la creación, modificación o extinción de relaciones jurídicas y a las operaciones intelectuales que deben aplicar los operadores jurídicos, donde la justicia cobra primerísimo lugar. Pero tampoco podemos formar abogados que, como lo dijo el Rector de nuestra Universidad en la Lección Magistral de inauguración del Año Académico 2012 (Velásquez, 2012), no enriquezcan la altura de su ciencia con la continua formación humanística que la complemente, pues “la Academia es modeladora de cultura. Y la Universidad, Alma Mater Studiourum, alumbra los procesos culturales”, lo cual se complementa con lo dicho sobre ese particular por Benedicto XVI a los jóvenes profesores universitarios españoles el 19 de agosto de 2011, (Benedicto XVI, Discurso del Papa a los jóvenes profesores universitarios).
En nuestra formación, encontramos que el concepto general de justicia cobró primero su sentido en los griegos, quienes de manera inicial la formularon y, se cuestionaron si se podían establecer parámetros generales y racionales sobre ella. Así que he querido incluir algunas de las concepciones de justicia más relevantes en la tradición académica, para contextualizar y a su vez resaltar la novedad y pertinencia de estos planteamientos a la luz de los escolios del filósofo bogotano Nicolás Gómez Dávila.
Más tarde, cuando Aristóteles presentaba las bases iniciales de lo que sería la ciencia política, decía que “la justicia es la base de la sociedad” (Linares, 1987, p. 739), coincidiendo con la idea de Platón de que ella es lugar común de todas las partes del gobierno.
Recordemos que Iustitia est constans et perpetua voluntas ius suum cuique tribuendi, recogida así por Ulpiano en el Digesto, la justicia es la constante y permanente voluntad de dar a cada cual lo suyo, agregaban los romanos; el hermano menor del emperador Carlos V, don Fernando I de Hungría, decía Fiat Iustitia et pereat mundus, hágase justicia y perezca el mundo, haciendo referencia a otras frases conocidas desde la antigüedad con sus variaciones fiat iustitia, ruat coelum (hágase justicia aunque se caiga el cielo) y, fiat iustitia, pereat licet integer orbis (se haga justicia, aunque perezca el entero orbe).
Muchos años después, en las Leyes de Partidas, don Alfonso X El Sabio sostuvo que la justicia es una de las cosas con las que mejor se mantiene el mundo, por ser fuente de todos los derechos y, más adelante, en la legislación que dictó España para las Indias, (Linares, 1987, pp. 739-740), se dispuso que “la justicia fuera colocada por encima de todas las virtudes, puesto que las comprende y perfecciona, y por encima de los demás fines que el Estado podía ambicionar”, a lo cual, la Recopilación de las Leyes de los Reinos de Indias, proclamaba que “la buena administración de justicia es el medio en qué consisten la seguridad, quietud y sosiego de todos los Estados”; y, las Órdenes reales de Castilla establecían con respecto al rey que “su propio oficio es hacer juicio y justicia”.
Gómez Dávila, como filósofo del derecho, no se quedó atrás de los grandes juristas universales, aunque ya en los últimos años del siglo XIX y comienzos del XX, el sacerdote jesuita Mario Valenzuela Pieschacón, S.J., publicó tres ediciones de su libro de reglas Jurídicas y aforismos de Derecho Civil, bajo los títulos de Notas jurídico-teológicas según el derecho colombiano; El Código Civil colombiano en armonía con la conciencia, y compendio del Código Civil en armonía con la conciencia, de lo cual hablamos ya en un artículo anterior publicado en la Revista Universitas (Olano García, 2007), en el cual se encontraba un corto análisis sobre la justicia.
La regla muestra la ley, no la estatuye, regula legem indicat, non statuit, decía Bacon; por eso, las definiciones de Gómez Dávila sobre la justicia, hasta ahora seleccionadas por mí, no son imperativas, pero permitirán también proceder si son bien utilizadas, a la unificación jurídica colombiana, pero también a la internacionalización del término integrado al derecho, ya que como se comenta en España, las reglas jurídicas “constituyen un punto de partida para la formación de los nuevos <juristas globales> que la sociedad está demandando” (Domingo, 2003, p. 23).
Como dije atrás, he querido realizar una selección detallada acerca de los escolios relacionados con la Justicia en la obra gomezdaviliana. Debo recalcar que mi gestión posee como mérito el haber procedido a realizar esta catalogación, que me ha tomado varios meses y que nadie hasta ahora había realizado, ni siquiera sus herederos, sus editores o sus comentaristas, como Franco Volpi. Creo que con mi aporte y revisión de tema, ya se podrá utilizar con mayor precisión la obra de Gómez Dávila, pues hasta ahora comienza su época, precisamente ad portas de cumplirse en el año 2013 el centenario de su natalicio.
Para el escoliasta bogotano, “la Justicia que un miserable invoca desde el lagar donde lo prensa su infortunio, no se parece a la Justicia que administra, entre códigos, un magistrado rubicundo” (Gómez Dávila, 1988, p. 69).
El mismo escoliasta se preguntaba si la justicia es un sentimiento o un concepto, es la fórmula del Digesto, ó es una intuición definible, a lo cual le encontramos como respuesta: “nadie sabe cuál es la justicia verdadera: si la que orienta la actividad política de la escatología revolucionaria, o aquella cuyo reino constituye, para un jurista ilustre, la finalidad suprema del derecho, o meramente la que erige su pesadez de estatua decimonónica sobre las acroteras de un pretorio”, (Gómez Dávila, 1988, p. 69).
Para Gómez Dávila, denominado también como el “antimodernista colombiano”:
[…] conforme a cierta definición ilustre, la justicia consiste en dar a cada cual lo suyo, es decir: en respetar el derecho válido que cada cual posee. La justicia solamente logra proporcionar lo que conmuta y distribuye, como lo mide con la regla de derecho. La justicia no pesa, ni reparte, sino registra y confirma. La justicia no es tabla trascendente de derechos, sino la obligación suprema de ser fieles al convenio concluido y a los derechos engendrados. Lo justo no resulta de la intuición de una esencia, ni surge en una emoción peculiar, ni es obediencia a determinadas normas. Justo es el acto de quien hace lo propio, de quien atribuye a cada quien lo suyo, de quien actúa de manera tal que su acto sirve de ley. Justo es el acto conforme a la regla. El peso de la injusticia, sin embargo, y la serenidad del justo, hacen dudar que injusticia y justicia provengan meramente del incumplimiento o del acato de una norma humana. Aquí parece que no se revuelvan torbellinos, sino que soplen altanos” (Gómez Dávila, 1988, p. 77).
Y agrega finalmente: “quienes hablan de una justicia más encumbrada y linajuda, se dejan engañar por soflamas pías, por escrúpulos éticos, o por los bienes corpóreos que persiguen”, (Gómez Dávila, 1988, p. 77).
¿Cómo se puede analizar la Justicia en Gómez Dávila?, como lo expresé, a través de un grupo de escolios, en donde se encuentra que la realización de ésta se da con el valor del orden y, “como la justicia es la observancia de la regla de derecho, justo es el acto concorde con la regla, e injusto el acto que la incumple. La injusticia es el escarnio y el quebranto de las reglas”, según él mismo prescribía, (Gómez Dávila, 1988).
Para Gómez Dávila, la justicia radica en desterrar la envidia, en desarrollar plenamente la igualdad personal, en un respeto a las jerarquías, la exclusión de coherencia y evidencia; a no ser imparciales por miedo o pereza, etc.
Igualmente, sus críticas a la injusticia, al gobernante desapercibido, a los héroes de la independencia, a las almas plebeyas llenas de odio, y particularmente a la justicia social, que basada en parte en la Doctrina de la Iglesia, encuentra a Gómez Dávila expresar su apoyo a ésta, aunque en algunos de sus escolios manifiesta ser “un pagano que cree en Cristo”. En Gómez Dávila se encuentra una fidelidad insobornable a la tradición de la Iglesia Católica, frente a la cual también asumió la actitud reaccionaria, alimentada en su conocimiento vasto y profundo de la tradición de Occidente desde los griegos (Hoyos Vásquez, 2008).
Los Escolios sobre Justicia, en la obra de Gómez Dávila (2005), organizados en un criterio analítico alfabético de exposición, son, a mi juicio, 105, pero sólo he seleccionado esta tarde 23 de ellos para su reflexión mental:
1. ¡Cuántas cosas nos parecerían menos irritantes si fuésemos menos envidiosos! (p. 262).
2. “Justicia social” es el término para reclamar cualquier cosa a que no tengamos derecho (p. 267).
3. Cada día le exigimos más a la sociedad para poder exigirnos menos (p. 228).
4. Condenarse a sí mismo no es menos pretencioso que absolverse (p. 310).
5. Cuando se deje de luchar por la posesión de la propiedad privada se luchará por el usufructo de la propiedad colectiva (p. 29).
6. Desagradecimiento, deslealtad, resentimiento, rencor, definen el alma plebeya en toda época y caracterizan este siglo (p. 398).
7. Desde hace dos siglos el pueblo lleva a costas no solamente a quienes lo explotan, sino también a sus libertadores. Su espalda se encorva bajo el doble peso (p. 133).
8. El acto de despojar de sus bienes a un individuo se llama robo, cuando otro individuo lo despoja. Y justicia social, cuando una colectividad entera lo roba (p. 174).
9. El burgués entrega el poder para salvar el dinero; después entrega el dinero para salvar el pellejo; y finalmente lo ahorcan (p. 28).
10. El hombre actual oscila entre la estéril rigidez de la ley y el vulgar desorden del instinto. Ignora la disciplina, la cortesía, el buen gusto (p. 245).
11. El hombre prefiere disculparse con la culpa ajena que con inocencia propia (p. 30).
12. El mundo moderno nos obliga a refutar tonterías, en lugar de callar a los tontos (p. 190).
13. El que no esté listo a preferir la derrota en determinadas circunstancias comete tarde o temprano los crímenes que denuncia (p. 385).
14. Entre injusticia y desorden no es posible optar. Son sinónimos (p. 93).
15. La gente admira al que no se queja de sus males, porque la exime del deber de compadecerlo (p. 411).
16. La justicia ha sido uno de los motores de la historia, porque es el nombre que asume la envidia en boca del querellante (p. 194).
17. Los hábiles aceptan envilecerse para triunfar. Y terminan fracasando porque se envilecieron (p. 256).
18. Los hombres se dividen entre los que insisten en aprovechar las injusticias de hoy y los que anhelan aprovechar las de mañana (p. 131).
19. Nadie se rebela contra la autoridad, sino contra quienes la usurpan (p. 132).
20. Nunca es posible resolver bien un problema, pero siempre es posible resolverlo peor (p. 372).
21. Pocos hombres soportarían su vida si no se sintiesen víctimas de la suerte. Llamar injusticia la justicia es el más popular de los consuelos (p. 92).
22. Podemos pedir misericordia. ¿Pero con qué derecho reclamamos justicia? (p. 203).
Finalmente, un escolio, que Ustedes también evaluarán de acuerdo con la desgracia natural que nos ha afectado en la Universidad el año anterior:
23. Las sentencias, el día del Juicio, serán menos terminantes y enfáticas que las de cualquier periodista sobre cualquier tema (p. 197).
En un artículo que estuvo inédito por 17 años, publicado en la Revista del Rosario y titulado “De Iure”, Gómez Dávila (1988, p. 85) cerró el capítulo sobre la justicia, con un análisis filosófico que comprende estas expresiones:
La regla de derecho que emana de un convenio explícito, acordado entre individuos lúcidamente ciertos del propósito que abrigan, del importe jurídico del acto que ejecutan, y de las consecuencias que derivan, es una pura construcción teórica. El convenio es la definición del derecho, pero el esquema de su implantación temporal es el consentimiento histórico. El hombre no conviene la regla de derecho, sino consiente a la regla. El consenso es la forma que asume, en la concreta impureza de la historia, la impoluta exigencia del convenio.
Entonces, “Más allá o más acá de la crítica al reaccionario auténtico, no es posible ignorar la contundencia de su estilo, forma paradigmática de pensar en español, que no raras veces nos seduce hasta sobornarnos” (Hoyos, 2008).
¿Servirán algún día estas afirmaciones gomezdavilianas como verdaderos aportes para una reforma integral a la administración de justicia? Por lo menos, espero que alguno que otro de estos escolios les haya quedado rondando en su cerebro de juristas.
***.Para concluir: El año antepasado, junto con uno de nuestros egresados, realicé una expedición <puertística>, por así decirlo, en el Campus de la Universidad de Harvard, buscando la ubicación de la puerta Déxter, donde se lee, al ingresar: “Entras para formarte” y al egresar: “Sales para servir al mundo”; eso se asimila a la frase de Cicerón, que declaraba a los jóvenes miembros de número de la academia del deber y ciudadanos de la inteligencia. Ese compromiso, que a Ustedes debe acompañarlos siempre, tiene su origen en la Universidad.
“En la Universidad he rozado muchas veces con la punta de los dedos eso tan difícil de alcanzar en este mundo, y a lo que me atrevo a llamar felicidad”, afirmó el profesor Alejandro Llano recientemente en su discurso de agradecimiento al recibir la medalla de oro de la Universidad de Navarra. Para mí, la felicidad en este momento es verlos terminar sus estudios e iniciar su carrera y ver regresar a nuestros egresados a su alma mater. Recuerden siempre que la Universidad –ésta Universidad- es su casa, como también lo ha sido para mí durante dos cortas décadas; aquí conocí a mi esposa, aquí han gateado mis hijos, aquí he escrito parte de mis libros, aquí he sembrado mis árboles, aquí he pasado veinte años de mi vida, la mitad de mi vida, sus años de vida. Gracias por las horas compartidas y por haberme permitido acompañarlos hasta aquí en su formación. Ustedes y yo hemos crecido con esta convivencia.
Finalmente, queridas y queridos abogados sabanenses, quiero recordarles, a los que ahora comienzan su ejercicio profesional, así como a nuestros primeros egresados, que ojalá tengan en cuenta estas frases de Alejandro Llano, para no dejarse deslumbrar con el dinero fácil, con la amoralidad del mundo o con el afán de ser famosos: “El brillo es llamativo por su prestada claridad. El resplandor –en cambio- forma una luminaria constante, tranquila, que procede de dentro y guía con seguridad a quien la sigue.”
Que por la intercesión de Nuestra Señora de las Aguas, Patrona del Campus, recuerden siempre que: Ser Sabana, vale la pena.
Muchas gracias!!!
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