Al término de su viaje a Tierra
santa, en el vuelo que lo conducía de Tel Aviv a Roma, el Papa Francisco
conversó durante más de 40 minutos con los periodistas que lo acompañaban en el
avión, respondiendo a sus preguntas sobre diversas cuestiones relativas no
solamente a su peregrinación, sino también a los casos de abusos de menores, el
tema de los divorciados que se han vuelto a casar, sus próximos viajes y el
celibato sacerdotal.
Celibato es la renuncia al
matrimonio, implícita o explícita, que hacen los que reciben el Sacramento de
las Órdenes en
cualquiera de los grados más altos para la más perfecta observancia de la castidad.
Un periodista le preguntó a
Francisco “si cree que la Iglesia católica puede aprender algo de la Iglesia
ortodoxa como por ejemplo en el caso de los curas casados, un asunto que se ha
puesto de actualidad tras la carta que usted ha recibido de 26 mujeres
enamoradas de sacerdotes”.
Francisco expresó que
“La Iglesia Católica tiene curas
casados. Católicos griegos, católicos coptos, hay en el rito oriental. Porque
no se debate sobre un dogma, sino sobre una regla de vida que yo aprecio mucho
y que es un don para la Iglesia. Al no ser un dogma de fe, siempre está la
puerta abierta.”
El Papa no ha hecho otra cosa que repetir lo que han
dicho los papas que le precedieron y
ha añadido que la discusión sobre el mismo no está encima de la mesa. En el
año 1123, con el primer concilio Laterano, se reglamentó que el candidato a las
órdenes debe abstenerse de mujer, y que el matrimonio de una persona ordenada
era inválido, de modo que todo trato con mujer una vez recibida la ordenación
pasaba a ser simple concubinato. En este espíritu reglamentarían todos los
Concilios posteriores. Es claro que no inmediatamente la ley se puso en
práctica en todos lados, pero poco a poco fue cobrando fuerza de costumbre en
todas las iglesias de occidente.
El no estar casado y, en el uso de la Iglesia, un compromiso
de no casarse. La Iglesia hace distinción entre el celibato de laicos y el
celibato eclesial. En ambos casos se escoge libremente, por razones religiosas,
el no casarse.
El celibato no es desprecio al matrimonio. Ambas vocaciones vienen de
Dios, son profundamente estimadas por la Iglesia y son caminos de amor y
servicio.
Se oye
con frecuencia expresiones de este tipo: "La Iglesia impone a los
sacerdotes el celibato", o bien en forma interrogativa: "¿Por qué los
sacerdotes no se pueden casar?" Precisamente porque el celibato es entonces una disciplina eclesial. Que además, ha dado
grandes frutos y los seguirá dando. El “consejo” de San Pablo en Corintios sigue
teniendo hoy plena vigencia: “Yo os querría libres de cuidados. El
célibe se cuida de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor. El casado ha
de cuidarse de las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer”.
Y aunque la Iglesia tiene potestad para ordenar hombres
casados como presbíteros -ya lo hace con los diáconos permanentes. En las
Iglesias orientales, desde hace siglos está en vigor una disciplina distinta:
mientras los obispos son elegidos únicamente entre los célibes, hombres casados
pueden ser ordenados diáconos y presbíteros. Esta práctica es considerada como
legítima desde tiempos remotos; estos presbíteros ejercen un ministerio
fructuoso en el seno de sus comunidades. Por otra parte, el celibato de los
presbíteros goza de gran honor en las Iglesias orientales, y son numerosos los
presbíteros que lo escogen libremente por el Reino de Dios. En Oriente como en
Occidente, quien recibe el sacramento del Orden no puede contraer matrimonio.
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