SEGÚN Urbanek, el traductor al polaco de don Nicolás, éste “odia la democracia y le contrapone la antigua sociedad feudal cuya ampliamente desarrollada estructura jerárquica permitía disfrutar de la auténtica libertad. La libertad, según el reaccionario, consiste en libre elección del amo. El pensador mantiene que la jerarquía es algo natural y bello, y que únicamente la sociedad jerárquicamente ordenada puede ser buena y realmente reflejar al sano organismo vivo. Gómez Dávila recuerda que antes estaba en la cabeza de la sociedad la aristocracia que se destacaba por la experiencia acumulada durante siglos, por la valentía y el gusto. En las manos de los mejores se encontraba la responsabilidad de otros grupos sociales y la licencia de hacer uso de la fuerza.”
Y es que en las frases del “buen odioso” se nota que la democracia es “el bruto peso de la plebe” y, además, “La oposición entre la democracia montada sobre la maleable voluntad humana y las libertades y derechos anclados sobre la autonomía y la inmutabilidad de los valores es irreconciliable y acabará por derrumbar la milenaria construcción occidental estructurada en ellos”, así lo manifiesta don Colacho al decir que “la transformación de la democracia liberal e individualista en democracia colectiva y despótica, no quebranta el propósito democrático, ni adultera los fines prometidos. La primera forma contiene y lleva la segunda, como una prolongación histórica posible y como una consecuencia técnica necesaria.”
Él veía la democracia con “nostalgia teocrática”, concebida como “la religión de la modernidad, como la opción por la divinización del ser humano cuando se ha dejado de creer en Dios, y como tal, opción por “el único dios totalmente falso”: la humanidad”. Para él, es una religión antropoteísta y, además, es “la teología del hombre-dios, ya que ella asume al hombre como Dios y de este principio deriva sus normas, sus instituciones, sus realizaciones”.
Es lógicamente válido y jurídicamente lícito advertir que entre dos sujetos jurídicos, uno podría modificar el convenio, o arrogarse la autoridad: “Después de transferir el nombre jurídico de pueblo a la simple mayoría imperante, la decisión mayoritaria obviamente suplanta el acuerdo de voluntades, y evidentemente se arroga sus consecuencias jurídicas.
Ante la actual coyuntura democrática, no se puede pasar por alto que los escolios de Gómez Dávila, definen los más interesantes episodios de nuestra historia y, ante la abrumadora mayoría que respaldó al presidente Santos, no queda sino decirle al profesor Mockus:
“Cuando una mayoría lo derrota, el verdadero demócrata no debe meramente declararse vencido, sino confesar además que no tenía razón”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario