El pasado 21 de enero, Benedicto XVI recibió a los agentes de la jefatura de Policía de Roma; esto no pasaría de ser una nota inadvertida en nuestro país, salvo por el profundo mensaje expuesto por el Pontífice.
El Papa se refirió a la época actual, caracterizada por "profundos cambios", que "crean a veces una sensación de inseguridad, debido principalmente a la precariedad social y económica, agravada también por un cierto debilitamiento de la percepción de los principios éticos en los que se funda el derecho y de las actitudes morales personales, que siempre fortalecen esos ordenamientos".
Esto, precisamente porque en nuestro mundo, con todas sus nuevas esperanzas y posibilidades, se tiene la impresión de que el consenso moral decae, y en consecuencia, las estructuras en la base de la convivencia no logran funcionar plenamente.
Puso de relieve que "en nuestro tiempo se da una gran importancia a la dimensión subjetiva de la existencia", el Santo Padre señaló que hay un "grave riesgo, porque en el pensamiento moderno se ha desarrollado una visión reduccionista de la conciencia, según la cual no hay ninguna referencia objetiva al determinar lo que es válido y lo que es verdadero, el criterio; cada uno, cree poseer la propia verdad, la propia moral y la consecuencia es que la religión y la moral tienden a ser confinadas al ámbito del sujeto, de lo privado: la fe, con sus valores y sus comportamientos, ya no tiene derecho a un lugar en la vida pública y civil. Por lo tanto, si por un lado, se da una gran importancia en la sociedad al pluralismo y a la tolerancia, por otro, la religión tiende a ser gradualmente marginada y considerada irrelevante y, ajena al mundo civil, como si se tuviese que limitar su influencia en la vida humana".
Benedicto XVI añadió que para los cristianos, el verdadero significado de la "conciencia" es la capacidad humana para reconocer la verdad, y, antes que nada, la oportunidad de escuchar su llamada, de buscarla y de encontrarla"., pues los nuevos retos de hoy exigen que Dios y el ser humano vuelvan a encontrarse, que la sociedad y las instituciones públicas reencuentren su "alma", sus raíces espirituales y morales, para dar una nueva consistencia a los valores éticos y jurídicos.
Hoy se espera que los funcionarios públicos ofrezcan un buen ejemplo de interacción positiva y fructífera entre la sana laicidad y la fe cristiana y concluyó diciendo: “ Sabed considerar siempre al hombre como un fin, para que todos puedan vivir de modo auténticamente humano ".
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